O mundo dos mortos y Odradek

 

Por Pablo Gamba 

Dos de los estrenos de la Mostra de Cinema de Tiradentes fueron O mundo dos mortos (Brasil, 2025), en la competencia Olhos Livres, y Odradek (Brasil, 2025), en la sección Temática, no competitiva. El primero es el tercer largometraje de Pedro Tavares, que también es director del Festival Ecrã, de Río de Janeiro; el segundo lo dirigió Guilherme de Almeida Prado, que tiene una larga carrera que comenzó en el mítico cine independiente del barrio de Boca do Lixo, en São Paulo, y entre cuyas obras se destaca A dama do Cine Shanghai (1988), que tuvo un largo recorrido de festivales y éxito de público. 

Si la Mostra de Tiradentes se caracteriza por la búsqueda de lo más innovador en el cine brasileño, estas dos películas entran entre las más radicales. En el caso de O mundo dos mortos, esto se expresa por la vía de un retorno a una fuente particularmente desafiante: Jean-Marie Straub y Danièle Huillet, en particular al díptico que conforman Il ritorno del figlio prodigo y Umiliati (2003). Es un cine que Jacques Rancière ha caracterizado de este modo: 

“Lo que Straub y Huillet proponen [...] es una crítica sistemática del capitalismo. La más radical que se pueda imaginar. Y que engloba, por supuesto, la crítica de la representación fílmica habitual. No es sorprendente entonces que sus películas sean a menudo boicoteadas por los grandes festivales y principales dueños de los cines”. 

O mundo dos mortos podría ser descrita como una versión contemporánea de drama litúrgico. Se desarrolla el día después de la muerte de Cristo, un tiempo en el que Dios ha muerto, pero que es también la víspera de la resurrección, de la esperada vuelta del Mesías. No hay otra historia en la película de Tavares que no sea el transcurrir de ese día. Los personajes no componen lo que podríamos identificar como una trama con los monólogos dramáticos y los diálogos que son sus acciones. En lo que dicen hay referencias implícitas, pero claras, a la difícil situación política del presente, pero no tienen la coherencia de un discurso ni llaman a la acción. Tampoco trance en el sentido de agitación que Gilles Deleuze atribuye al cine de Glauber Rocha, una crítica del mito que lo refiere “al estado de las pulsiones en una sociedad perfectamente actual”. Hay cierto deslizamiento hacia lo ritual, pero es parte de una liturgia que no puede ser sino incompleta. 

La dificultad que puede plantear al público no conocedor esta película no está tanto en su estilo visual, en el que la leve difuminación de las imágenes, los colores y la iluminación crean una tensión simbólica entre la distorsión y la pureza. También hay tensión entre el bosque y su apertura en los planos llenos de luz a la orilla del mar. Si bien los cuerpos apenas tienen movimiento, los que hay son también simbólicamente significativos, al igual que sean varones y mujeres, negros y blancos, de diversa contextura física, aunque homologados por la sencilla manera de vestir. La diversidad de las composiciones con uno o dos personajes, principalmente, la alternación de planos fijos y con movimientos de cámara o de los actores, y el mar y la vegetación, que también se mueven, dan dinamismo a la interpretación hierática dominante. 

La dificultad de O mundo dos mortos es la de la confrontación de la crítica radical con la parálisis política del presente. Se trata de hacer un cine que no claudique y sea esperanzador en tiempos en los que la esperanza se vuelve casi inverosímil y la crítica pierde su aliento. No creo que sea una obra maestra, pero al menos sí una que intenta ir en esto profundamente contra la corriente, aunque siga a otros que ya lo hicieron, aunque haya una paradoja y límite en este regreso a lo que ha sido rupturista. 


La película difícil que se presenta como principal referencia de Odradek es El año pasado en Marienbad (1961), de Alain Resnais, escrita por Alain Robbe-Grillet, tanto por la mansión en la que transcurre como por las repeticiones. El largometraje de Almeida Prado es también un desafío para el espectador o espectadora por su duración de más de cuatro horas, con un intermedio de quince minutos. 

Hay referencias en el título a una criatura que es personaje de Kafka, y que es parte de la historia, pero irónicamente se desarrolla como un psicodrama familiar que tiene mucho de cómico por lo que respecta a los estereotipos ‒un padre militar, una madre sacrificada, una femme fatale, y un hijo enfermo artista‒, así como de parodia del monumento de la modernidad fílmica que es el film de Resnais. Aunque esto está sazonado con algunas frases de sentido político explícito, no se apunta principalmente hacia allí, ni tampoco en el sentido más complejo del film de Tavares. Al menos no diría que es lo fundamental, aunque en la superficie lo parezca. 

Creo que lo valioso de esta película está en la convergencia de las artes. El teatro con el cine, por un lado, recuperando la visión de los cuerpos desnudos fuera de los contextos habituales. Esto se conjuga con la imagen digital y, en particular, efectos visuales no realistas, lo que crea una fuerte tensión con lo escénico en las imágenes, que también tiene algo cómico por el contraste entre lo irreal que llama la atención de los personajes y lo que no. Por otro lado, convergen el cine y la pintura, aprovechando la capacidad que el digital tiene de hacer transiciones sin solución de continuidad de lo figurativo al expresionismo abstracto de vívidos colores del personaje artista o de crear planos en los que la puesta en escena deviene abstracción. 

Odradek exige así complicidad de un espectador o espectadora dispuestos, no a soportar su duración sino principalmente a resistirse a las representaciones habituales de las que se burla con su vaciamiento de sentido y cuestiona con diversos otros recursos. Es el desafío de la apuesta que define un cine “de riesgo”, como se llama al de O mundo dos mortos también. Lo que pasa es que esto usualmente se entiende como el salto mortal de una mercancía, el que da un producto hacia el mercado en busca de un consumidor.

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