La memoria de las mariposas

 

Por Mariana Martínez Bonilla

Recientemente, el teórico argentino Javier Campo dictó una serie de charlas en la Ciudad de México en las que planteó una serie de problemáticas relacionadas con las características del cine documental latinoamericano contemporáneo. Según Campo, actualmente el cine no ficcional hecho en la región explota mayoritariamente dos tropos: el archivo y la autobiografía. Y no puede estar más en lo cierto, pues en los últimos años, como he afirmado en otras notas publicadas en Los experimentos, el uso de materiales de archivo en el cine documental hecho en nuestro Sur se ha convertido en una constante. Desde Argentina, hasta México, cineastas como Leandro Listorti, Ana Vaz, Pablo Martín Weber, y los mexicanos Bruno Varela y Marcela Cuevas hacen del archivo el lugar por excelencia para explorar problemáticas relacionadas tanto con la memoria y los afectos personales, como con el pasado violento de sus países de origen.

En sintonía con este último punto, la ópera prima de Tatiana Fuentes Sadowski, La memoria de las mariposas (2025), lleva a cabo un meticuloso trabajo con materiales de archivo a partir del cual se adentra en las profundidades de la memoria histórica del Perú. Estrenada en la 75a edición de la Berlinale y acreedora de una mención especial en la categoría de documentales en dicho certamen, así como del premio de la Fipresci en la sección Forum, esta película se erige como una obra cinematográfica que trasciende los límites del documental convencional, adentrándose en las profundidades de la memoria histórica a través de un meticuloso y poético trabajo con materiales de archivo. No solo rescata fragmentos del pasado, sino que los reconfigura, los interviene y los pone en diálogo con el presente, creando una experiencia cinematográfica que invita a la reflexión y al cuestionamiento sobre las violencias coloniales y extractivistas.


Para ello, la directora elabora una noción de archivo que se aleja de la idea de un repositorio neutral de información para presentarse como un campo de batalla donde se libran luchas por la memoria y la interpretación del pasado. En este sentido, la película dialoga con las ideas de Ariella Aisha Azoulay, quien concibe el archivo como un espacio de poder donde se ejerce el control sobre la narrativa histórica. Azoulay plantea que el archivo no es solo un conjunto de documentos, sino también un conjunto de prácticas y discursos que determinan qué se recuerda y qué se olvida.

En su filme, con un tono ensayístico, pero también arqueológico y genealógico, Fuentes Sadowski sigue la travesía de dos jóvenes indígenas, de nombre Omarino y Aredoni, que fueron llevados al viejo continente para “civilizarlos” y a quienes la directora conoció a través de una vieja fotografía y de los textos y diarios de Roger Casement, que describen el proceso sistemático de extracción del caucho y la explotación de los indígenas encargados de su recolección.

Para llevar a cabo dicho viaje, desde el Putumayo hasta el Reino Unido y de vuelta a la Amazonía peruana, la directora no se limita a presentar los archivos, sino que los recontextualiza, otorgándoles nuevos significados y revelando sus narrativas ocultas. La utilización de imágenes analógicas de textura áspera, como la foto de esos dos jóvenes indígenas llevados a Europa, sirve como punto de partida para una investigación que trasciende lo meramente documental.

Pero también, en su búsqueda por reconstruir las historias de aquellos indígenas que fueron sometidos por el designio extractivista, explotador y productor de otredad europeo, la cineasta encontró otras imágenes y otros fantasmas. Se trata de imágenes que muestran más de lo que pretendían representar. Dichas “representaciones que se arrebataron a quienes tal vez no querían ser fotografiados”, le permiten, a su vez, plantear una serie de preguntas que refuerza la inflexión teórico-analítica de este trabajo audiovisual: ¿Cómo son esas gramáticas visuales?, ¿qué escombros se esconden detrás de cada imagen?, ¿qué otras pistas nos ofrece aquello que está en los márgenes, en los detalles, que, al estar dura de foco, permanece como indiscernible?


Así, a lo largo de sus más de 70 minutos de duración, La memoria de las mariposas nos sumerge en estos archivos, y nos hace partícipes de su escrutinio cauteloso. Lo cual nos invita a cuestionar la historia a través de las imágenes, los sonidos y, sobre todo, de sus vacíos. Y de ello da cuenta la intervención sobre las imágenes que la directora realiza. En su montaje, éstas se muestran intervenidas, reencuadradas, y filtradas. Constantemente fragmentadas, las fotografías y películas a las que Fuentes Sadowski recurrió se convierten en tropos metafóricos que encarnan la producción de olvidos por parte de las historias oficiales, tal y como las narraciones de Casement obliteraron arbitrariamente a algunos protagonistas de esas historias. Las imágenes viradas al rojo anuncian la violencia desmedida de la que fueron víctimas los indígenas amazónicos.

La estructura narrativa no lineal de la película entrelaza la investigación histórica con las reflexiones personales de la directora, a la vez que permite una exploración más rica y compleja de los temas abordados. Como dispositivo crítico de escrutinio del pasado, este trabajo sobre la superficie de las imágenes genera una representación enrarecida a la que pone en diálogo con otras fuentes, como testimonios orales y fotografías familiares, pues cerca del final del filme, la directora revela su relación con las imágenes de Omarino y Aredomi: Luis Felipe Morey, caudillo cauchero que probablemente los conoció, es el bisabuelo de su hijo.

A partir de ello, la directora intenta tomar posición frente a las imágenes, dejando de enfrentarse a ellas como como quien lo hace con un objeto que le es ajeno, para tamizarlas desde el afecto, la memoria familiar y las posibles consecuencias que la relación entre los Morey y Julio César Arana puedan tener en el futuro de su hijo. De tal manera, las acusaciones hechas por Casement en sus diarios se convierten en el eje desde donde, utilizando técnicas de montaje y edición para crear una atmósfera evocadora y reflexiva, Fuentes Sadowski revela las fisuras y las grietas del archivo, mostrando cómo la historia oficial ha silenciado ciertas voces y ha ocultado ciertos hechos.

Así pues, en La memoria de las mariposas los archivos no son meros testimonios del pasado, sino que están cargados de silencios, omisiones y contradicciones. Por ello la cineasta reconstruye ficcionalmente la historia de Omarino y Aredomi a partir de materiales heterogéneos (imágenes que ella misma filmó y procesó en Súper 8, películas documentales antiguas, fotografías y dibujos) que le permiten re-presentar a aquellos que se le presentan como presencias fantasmales sin inscripción material sobre la superficie de las imágenes.


En un ejercicio de experimentación visual que recuerda a los trabajos de Yervant Gianikian, Angela Ricci Luchi y Onieka Ygwe, creadores también preocupados por las historias, grafías y derivas de la violencia colonial, la película de la directora peruana se convierte en una exploración de la memoria tanto individual como colectiva. Los archivos se transforman en fragmentos de recuerdos que, al ser ensamblados, revelan las cicatrices del pasado colonial peruano y la brutal era del caucho a partir de la mostración de eso que la cineasta llama ”imágenes de lo inimaginable, esas que nunca se tomaron, que no se permitió su existencia”, como afirma en uno de sus diálogos.

En resumen, La memoria de las mariposas es una obra cinematográfica que se destaca por su innovador uso de materiales de archivo y su profunda reflexión sobre la memoria histórica, que puede ser considerada como uno de los ejercicios que teorizó Ariella Aisha Azoulay en Historia potencial y otros ensayos (2014), texto que se ha convertido en fundamental para comprender el trabajo crítico con el archivo y los potenciales significativos de la restitución ficcional como elaboración política de la imaginación. De tal manera, La memoria de las mariposas es un testimonio del poder del cine para explorar la memoria histórica y es un homenaje a aquellos que han luchado por la justicia y la dignidad, pues invita a los espectadores a cuestionar las narrativas oficiales y a explorar las múltiples capas de la historia a través de una experiencia cinematográfica evocadora.

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