Nido de cocodrilo
Por Pablo Gamba
El cortometraje Nido de cocodrilo (Colombia-Alemania, 2024) fue parte del European Media Art Festival de Osnabrük, Alemania. La ópera prima de la artista Jazmín Rojas Forero se estrenó en el Festival de Londres, y estuvo en el Festival de Mar del Plata y en Bogoshorts, en Colombia.
Nido de cocodrilo se desarrolla en el salón tropical del zoológico de Düsseldorf, en Alemania. Es una de las razones por las que encuentro en ella una estrecha relación con Viaje en tierra otrora contada (Colombia-Francia, 2011), que Laura Huertas Millán, colombiana como Rojas Forero, filmó en el Invernadero Tropical del Jardín Botánico de Lille, en Francia. Integra un díptico sobre la relación colonial de Europa con el “nuevo mundo” americano junto con Aequador (Colombia-Francia, 2012), en el que Huertas Millán recurrió a imágenes de computadora para instalar ruinas de arquitectura moderna en la selva del Amazonas.
En Nido de cocodrilo hay también una voz similar a la de Viaje en tierra otrora contada, de una joven que describe el salón citando conversaciones con un cuidador. No vemos a la que habla ni al otro personaje, pero ella cuenta que los cocodrilos que hay allí siguen con la mirada al que los cuida como la película va observando a estos animales. Su interlocutor, por tanto, sería un personaje real, mientras que la narradora adquiere el aspecto de los espectros que solo algunos pueden ver y que excluye la reconstrucción de la naturaleza tropical. Me refiero a que la chica cuenta que en el pasado se exhibieron también seres humanos, de lo que el empleado duda. Los ruidos de la naturaleza, artificiosos en ese lugar cerrado, conforman otro fantasma sonoro.
Frente a ese pasado difuso, cobran relevancia las imágenes vívidas de los recuerdos de ambos personajes. Una es explícitamente terrorífica: el ruido del hueso de la pata al quebrarse por la mordida de un cocodrilo, en un relato del cuidador, citado por la narradora. Otras son las que evoca el viaje de la joven al Llano, lo que revela que es colombiana, y el baño en una laguna infestada de cocodrilos. Ambas son memorias de violencia y peligros, en contrapunto con la atmósfera artificiosa de la naturaleza domesticada del zoológico.
Lo que cuenta la chica trae a colación un lugar común del cine de terror. Es un presagio de la dirección que toma al final el cortometraje y, por tanto, otro tópico del género. Una referencia más cobra relevancia así para mí: el gótico tropical de Álvaro Mutis en el relato La mansión de Araucaima (1973), llevado al cine en la película homónima de Carlos Mayolo (Colombia, 1986).
Me parece significativo, además, el giro de la distopía de ciencia ficción de Huertas Millán en Aqeuador a este otro género de relatos.
La descripción visual juega con una tensión que se añade a la que hay entre el terror y la divulgación científica, que es función del salón tropical. Por una parte, encontramos imágenes que reconocemos como características de un registro documental, puesto que todo lo que vemos en ellas se corresponde con la actividad del cuidador y detalles del funcionamiento de la parte del zoológico alemán en la que hay cocodrilos rodeados de vegetación tropical. Pero también otras que nos hacen percibir relaciones inquietantes entre los detalles del diseño moderno de las instalaciones y la vegetación.
La arquitectura está puesta así en una tensión que hace manifiesta la artificiosidad de la jungla que parece rodearla, mientras que planos como el de una mariposa posada en la enorme hoja de una planta, y que levanta vuelto, transmiten una sensación de vida natural. La dominante es, además, la fragmentación. La que se construye es una representación frankenstein del espacio.
La referencia a Mutis me lleva hacia las oscuridades de la Modernidad y, en particular, a El castillo de Otranto (1764), la primera novela gótica, que Horace Walpole escribió en Siglo de las Luces. Quizás también hacia La Ciénaga (Argentina, 2001), de Lucrecia Martel, por la manera como de la voz nace el monstruo. Es algo que me hace pensar en el encubrimiento que hay en el “descubrimiento” de América, según Enrique Dussel, y en una razón que no sabe cómo lidiar con lo diferente que la cuestiona y, por tanto, la aterroriza.
Identificaría, entonces, con una imaginación europea o norteamericana aterrorizada, y con el poder de infundir miedo de los colonizados, la representación visual de la criatura, así como los tatuajes del cuidador, cuando se ven. Sería el giro alemán, e incluso hollywoodense, de esta película, lo que también permite ubicarla como un cortometraje de fantástico de terror y que, por tanto, trasciende el espacio marginal del cine experimental. Pienso entonces, finalmente, que es lo que corresponde a lo latinoamericano en circuitos de exhibición que pueden ser análogos al zoológico alemán. Quizás sea esta, referida al cine, una ironía sutil en Nido de cocodrilo.
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