Carropasajero
Por Jhonny Carvajal Orozco
Carropasajero (2024) es un largometraje colombiano codirigido por César Alejandro Jaimes y Juan Pablo Polanco. Esta es la segunda película del dúo que involucra al pueblo originario Wayúu, la primera fue Lapü (2019). Carropasajero se estrenó internacionalmente en el festival de documentales Visions du Réel y en Colombia estuvo en el Festival de Cartagena. Está hablada en su mayoría en wayuunaiki, el idioma del pueblo Wayúu, con algunos cortos fragmentos en español.
El pueblo Wayúu se ubica principalmente en la península de La Guajira, que abarca Colombia y Venezuela. Este lugar geográfico se caracteriza por ser cálido y seco, además de estar constituido en su mayoría por paisajes áridos y desérticos. La película registra muy bien esa caracterización del espacio y centra su aura contemplativa en el espesor y las diversas manifestaciones climáticas de la luz y el color.
La producción manifiesta una estrecha relación de larga data con la familia Fince, del clan Epinayú de Bahía Portete (Guajira, Colombia). Llama la atención su presencia como protagonistas y en el equipo de guionistas; incluso la película procura construir una especie de documento del ritual ‒ retorno de la familia Fince a la bahía, lugar del que fueron desplazados‒. Este sitio se relaciona con un hecho de la realidad histórica: una masacre en el pueblo y el desplazamiento forzoso de sus habitantes a mano de paramilitares colombianos en el 2004. Otro elemento interesante del elenco es que en los créditos se menciona específicamente un proceso de asesoría espiritual que fue necesario para el desarrollo de la película.
Es tangible la cercanía de Carropasajero con el pueblo Wayúu. Para aproximarnos a la película siguiendo esta clave es revelador tener en cuenta previamente aspectos que hacen parte de la cosmovisión de la comunidad: su relación con el tiempo y la muerte, la importancia de la palabra como medio y forma de comunicación, el vínculo con los espacios y los objetos, la naturaleza y la trascendencia de lo comunitario, por mencionar brevemente algunos que iré profundizando más adelante. Siento que con estas premisas la película se entiende de otra manera.
Para el pueblo Wayúu la muerte física solo es el inicio de un viaje hacia la vida espiritual. Existe una continuidad entre ambas vidas, mediada por un periodo de transición que atraviesa la persona dentro del mismo territorio en el cual vivió. Una palabra que podría describir este proceso, en términos cercanos de algunas religiones occidentales, podría ser “peregrinación”. En la película, una camioneta con platón, adaptada para llevar pasajeros, recorre la península de La Guajira. La protagonista, una mujer wayúu, hace un viaje de regreso hacia Bahía Portete, su lugar de origen.
“¿Por qué no me despertaste cuando se iba el alma mía?”, enuncia en varias ocasiones la protagonista durante su desplazamiento. Teniendo en cuenta la cosmovisión wayúu en relación con el argumento, yo dudo de la vida física y entiendo la historia de Carropasajero como el viaje de transición que realiza esta mujer difunta por la península en búsqueda del retorno a Bahía Portete, que significará el inicio vida espiritual, la calma, un acto de resistencia post-mórtem y el encuentro con sus ancestros y familiares de la familia Fince Epinayú.
El tiempo wayúu, como el de muchas comunidades indígenas, en lugar de transcurrir hacia adelante en una línea recta, se concibe como una espiral que entrelaza el pasado, el presente y el futuro de manera circular. Las capas de realidad, sueño y memoria se superponen unas con otras, constantemente. Existe también una tradición de comunicación entre los vivos y los muertos que se presenta de diferentes formas, atravesando las corrientes de la espiral. Los wayúu se comunican con sus antepasados y familiares fallecidos mayormente por medio de sueños, visiones, o apariciones que se manifiestan en el espacio, la naturaleza y algunos objetos importantes como las pertenencias de una persona y el alimento.
El recorrido del carropasajero funciona como vía para acercarnos a una diversidad de temas y aspectos que se relacionan con la cultura, la historia, la tradición y la cosmovisión wayúu. La película menciona algunos hechos históricos relacionando la construcción del espacio con la forma del tiempo en espiral. Hay varias menciones de la colonización europea de América. Una de las más claras es cuando un encuadre parcialmente vacío, con vista a la espesa arena y la lejanía, dialoga con una narración de la protagonista que menciona la llegada de los capuchinos en tiempo presente continuo, como si estuviese sucediendo en ese preciso instante. Los capuchinos fueron una orden religiosa católica que hizo violentos procesos de evangelización en el pueblo wayúu a finales del siglo XIX y durante el siglo XX. Se utiliza ese mismo recurso del encuadre “vacío” y la conversación con el espacio para hablar de la llegada de los blancos a América. Su uso es preciso y contundente. En otros momentos, fragmentos de uniformes camuflados, iluminación militar artificial en la oscuridad y voces distantes denotan la presencia continua de los paramilitares que perpetraron la masacre de bahía Portete en el 2004.
La repercusión del trauma y su materialización en la memoria del espacio es dominante en casi toda la película. Los hechos suceden en el mismo lugar, al mismo tiempo, unos entrelazados con los otros en el espiral, atravesados por el viaje y la conversación distante y colectiva entre los pasajeros. La experiencia traumática recurrente y su interpretación formal lleva consigo la carga histórica de impermanencia, desplazamiento y fragilidad que ha marcado al pueblo Wayúu. Las presencias de lo histórico dialogan anacrónicamente dentro del espacio registrado. Esto algo que considero muy acertado, naturalmente, cuando se refiere a un pueblo en donde la colonización y la violencia han trascendido épocas. El trauma extendido en el tiempo, una crisis eterna expandida en la arena.
“Lo que pasó en Portete no pasará 2 veces”. Unos niños, familiares de la protagonista, conversan en el carropasajero sobre historias del pueblo Wayúu que les han transmitido sus ancestros por medio de la oralidad. Es conmovedor, pero necesario, escuchar a niños de ciertas edades hablando de su entorno con tanta propiedad. Me parece condescendiente el hecho de que estos relatos se repitan nuevamente, minutos después, con la lectura de un cuaderno de estudio de uno de los niños. Entiendo que puede ser un elemento que busca cuestionar lo historiográfico, pero eso podría hacerlo el espectador. Esta escena es inmediatamente disonante con otra en la que los mismos niños juegan violentamente con pistolas de juguete en unas dunas. En cualquier caso, hay un mensaje claro de la película sobre la necesidad de que las infancias wayúu sean sabedoras de la historia de su pueblo y lleven consigo la experiencia de sus antepasados para la edificación de un futuro distinto.
El chinchorro (tela, hamaca que se cuelga de sus dos extremos para descansar o dormir) es uno de los objetos que caracterizan a la protagonista. Este se menciona primero en voice over por una de sus familiares porque le recuerda a ella. Luego, se ve una imagen (hermosa) del chinchorro tendido en la camioneta que se desplaza por el desierto. Al final está colgado en Bahía Portete, un lugar completamente en ruinas. Es difícil no relacionar este elemento con la icónica Hamaca paraguaya de Paz Encina (Paraguay, 2006), en donde se comprende la figura de la hamaca como un espacio de espera ante la zozobra y el desasosiego. Lo interesante de su representación en Carropasajero es que el objeto se moviliza y se transforma con el movimiento de la protagonista, y al final, sobre las ruinas, puede ser entendido como cómplice del acto de resistencia, que es volver a la tierra para permanecer en ella, aún después de la vida.
Junto a la hamaca, en medio de las ruinas de Bahía Portete, hay un único árbol: el trupillo. Una especie vegetal mítica y de gran importancia para la comunidad no solo por sus múltiples funcionalidades alimentarias, medicinales y también espaciales (como proporcionar sombra y frescura), sino por su capacidad de adaptabilidad cuasiruderal. Por eso los wayúu le consideran como un árbol redentor, también símbolo de la resistencia. “¿Cómo llegaste hasta aquí?”, le pregunta uno de los familiares de la protagonista al árbol. En esta misma secuencia, la mujer wayúu dialoga con las ruinas, les susurra: “Vine hasta aquí porque ustedes resisten aquí”. Su familia contempla en silencio y escucha los muros, que representan a los ancestros y susurran de vuelta. Las vibraciones de la materia resuenan bidireccionalmente a través de la espiral. El chinchorro y el trupillo no nos hablan del trauma incrustado en la memoria del espacio, sino que se oponen a él por medio de la metáfora y enuncian que la resistencia colectiva y la lucha histórica del pueblo Wayúu devendrá siempre en el tiempo, circularmente.
“Esto se va a transmitir”, concluye la pasajera al final de la película. El café y el alimento sobre la tumba son una ofrenda para el camino hacia la vida espiritual del resto de viajeros, y un homenaje hacia el futuro de la comunidad que ya ha sido luminoso.
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