Paraíso
Por Pablo Gamba
Paraíso (Brasil, 2024), está en la competencia de Cine OP, en Ouro Preto, festival brasileño que se especializa en el patrimonio y la memoria audiovisual. El cuarto largometraje documental de Ana Rieper se estrenó en el IDFA, en Ámsterdam, compitió también en Olhar de Cinema y recibió una mención especial en el Festival de Cine de Derechos Humanos de Buenos Aires.
Esta es una película que se presenta como controversial por la manera como se conjugan en ella las técnicas convencionales del documental ‒uso de la voice over, entrevistas y archivo‒ con el videoclip, la apropiación de videos de internet y una irreverencia que en el cine contemporáneo tiene expresión emblemática en Expo lío 92 (España, 2017), de María Cañas, por una parte. Por otra, debido al modo en que su retórica responde a la “batalla cultural” planteada por la nueva ultraderecha al progresismo en Brasil y otros países. El film trata el tema de cómo la colonialidad sigue presente en la sociedad, y encuentra voces en las iglesias evangélicas y el ascenso conservador.
El arma principal para entrar en la contienda político-cultural es el montaje de Pedro Bronz. Trabaja con una gran diversidad de materiales de archivo fílmico y televisivo ‒noticieros, documentales, películas de ficción, familiares, publicidad‒. Hay, además, imágenes de archivo fotográfico y la voice over lee textos que relacionan la colonialidad con el racismo, el sexismo y otras problemáticas, como la esclavitud moderna, y la violencia racista y contra las mujeres, a las que refieren también varios de los videos tomados de internet.
Las entrevistas recogen testimonios de cómo la esclavitud doméstica se prolonga hasta el presente en el trabajo de las empleadas del hogar. También de la discriminación racial y de la lucha de un pueblo indígena por recuperar las tierras que les han sido reconocidas oficialmente, pero siguen ocupadas por los agricultores. Se confrontan con ellos las partes en las que hablan y vemos en su cotidianidad al heredero de una familia de propietarios de grandes extensiones de tierras y a un matrimonio de creyentes evangélicos. Se les añaden diversos testimonios reveladores de políticos de derecha brasileños y, sobre todo, un montaje de intervenciones de varios de ellos en el Congreso, de un modo que hace cómicamente patente que son voceros del mismo discurso.
El documental dura 76 minutos, y la cantidad y variedad de materiales que se acumulan en él limita el alcance del tratamiento de tan amplia diversidad de aspectos del problema a la ilustración de lugares comunes del pensamiento progresista y lo expuesto en los fragmentos de los textos leídos en voice over. Lo han señalado en las primeras críticas brasileñas que pude leer sobre Paraíso. Pero que creo que esta opinión desestima el contexto de la “batalla cultural”. Yo diría que, frente a ese panorama, la película tiene como premisa el agotamiento del debate ‒y el desgaste de los políticos progresistas, que no figuran en el film–. El aspecto dominante en la retória es, por tanto, el enfrentamiento, lo que parece responder implícitamente a una calificación del adversario de “fascista”. Por tanto, más que de discutir, de lo que se trata es de reunir a los espectadores progresistas en torno al pensamiento compartido para plantear combate al fascismo.
Esto conlleva un regreso a la retórica simplificadora de choques de opuestos del nuevo cine latinoamericano, en su fase de radicalización política. Pero lo más interesante es cómo también, conscientemente o no, la película deriva hacia la estética del sueño de Glauber Rocha, probablemente como consecuencia del mismo agotamiento de la razón política que es su premisa. Eso es, entonces, para mí, lo que explica la opción del videoclip, que se dirige al corazón y a los cuerpos, con los ritmos de la música y las imágenes, a lo que se añaden juegos haciendo correr la película en reversa y con la propia dinámica del montaje. Podría funcionar como una versión actualizada, festiva, lúdica y urbana de la “antirrazón revolucionaria” que el mayor de los realizadores del cinema novo identificaba en las tradición rebelde de los pueblos originarios y los descendientes de africanos esclavizados en Brasil.
Al final percibo un claro acercamiento a eso en la fiesta popular de cantar y bailar la música tradicional, y comer y beber para celebrar el placer de la vida que resiste la opresión cotidiana, con un gran grupo de personas reunidas en una casa familiar. El uso también de otra música, de la ciudad moderna, podría cuestionarse por comercial y alejado del mundo indígena rural, pero lo entiendo como aspiración a conectarse con los espectadores jóvenes urbanos.
El estilo de la película se vincula presumiblemente con la experiencia de la cineasta en el campo del documental musical, parte de la dilatada carrera que Rieper ha tenido como realizadora también de cortometrajes y en la televisión. Ha estrenado tres largometrajes de ese tipo: Vou rifar meu coração (Brasil, 2011), sobre la brega, un género de música romántica brasileño; Clementina (Brasil, 2019), sobre la cantante de samba Clementina de Jesús, y Nada será como antes (Brasil, 2024), sobre el trabajo conjunto de Milton Nascimento, Lô Borges y otros artistas en un álbum doble histórico: Clube da esquina (1972).
Este antecedente me lleva a caracterizar la forma fílmica de Paraíso de película-álbum que reúne varios videoclips. Se confrontaría, entonces, asimismo en este film la que William Wees llama “apropiación”, en la que la emotividad es dominante, como ocurre con el trabajo con los materiales de archivo en los videos musicales, con la racionalidad política del “collage”, que trata de desviar las imágenes de sus sentidos originarios para criticarlas ideológica y políticamente.
Otro aspecto controversial de Paraíso ‒título irónico, obviamente‒, es su desafío de la sobriedad que, según Bill Nichols, caracteriza al documental, lo que quizás solo expresa un prejuicio europeo, o exclusivamente anglosajón, que descarta sin razón la estética de otras culturas, como las de Brasil. A esto se añade el problema que plantean los materiales provenientes de internet que son testimonios explícitos de violencia racista y doméstica, contra las mujeres, así como los fragmentos de archivo fílmico que podrían calificarse de “pornomiseria”. El argumento para incluirlos podría ser la eficacia del impacto, recursos de un arma para golpear al fascismo, pero esto no despeja, para mí, la duda ética que plantea el aprovechamiento del sufrimiento ajeno.
Si Paraíso me lleva a estos cuestionamientos, lo hace en tanto posible respuesta a una pregunta urgente que se les plantea a los cineastas progresistas en Brasil, América Latina y el mundo hoy en día: ¿qué tipo de cine es el que hay que realizar para hacerle frente a la extrema derecha en ascenso? Evidentemente, algo ha fallado en la manera como las películas se han inscrito hasta ahora en la agenda política progresista de reivindicación de la diversidad en todos sus aspectos, y en su crítica de la colonialidad, dada la virulencia de la reacción política conservadora.
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