Voz zov vzo
Por Pablo Gamba
En la sección Novos Olhares de Olhar de Cinema, dedicada a las películas que, por ser lo más radical hoy en el cine de autor identificamos aquí como “cine contemporáneo”, se estrena Voz zov vzo (Brasil, 2025). Es el primer largometraje del artista y dramaturgo Yhuri Cruz, quien realizó antes los cortos O túmulo da terra (Brasil, 2021) y Missão congado (Brasil, 2023).
Un texto al comienzo de la película y el dato de que transcurre en Río de Janeiro, en 1975, presentan Voz zov vzo como cine de la memoria de la dictadura de 1964-1984 en Brasil. Pero se trata aquí de otra memoria en particular. Refiere a la guerrilla que se enfrentó con el régimen militar, en tiempos en los que militarmente ya estaba derrotada, pero también, y sobre todo, a los afrobrasileños que ejercieron una resistencia cultural desestimada en los debates de la izquierda revolucionaria en aquella época, y que fue silenciada brutal y sistemáticamente por la represión.
No es una cuestión nueva en el cine brasileño. En Eztetyka do sonho, en 1971, Glauber Rocha había planteado la inutilidad de la razón revolucionaria ‒como también lo demostró el fracaso de la guerrilla en ese y otros países‒ y reivindicado la “permanente rebelión histórica” de la cultura popular. “Las raíces indias y negras del pueblo latinoamericano deben se comprendidas como la única fuerza desarrollada de este continente”, escribió el cineasta.
Voz zov vzo se inscribe así en la vertiente del cine y el arte contemporáneos del Brasil, de creadores negros y no negros también, que responden a la demanda de la que Rocha llamó “antirrazón” como una subversión de las formas de expresión hegemónica, en busca de otra voz para los afrobrasileños y en rescate de su memoria y resistencia. Ejemplos de películas de este tipo sobre las que hemos escrito en Los Experimentos son Tantas vozes no silêncio do agora (Brasil, 2018), de Cristiana Miranda, o Caixa preta (Brasil, 2022), de Benardo Oliveira y Saskia, y yo me atrevería a incluir también entre ellas Praia Formosa (Brasil, 2024), de Julia de Simone.
Cruz llama “film-esena” a Voz zov vzo, lo que inscribe esta película de poco más de 50 minutos, el mínimo para calificarla de largometraje, entre sus “cenas pretográficas”. Es una expresión que descifra, más que traduce, en inglés como emmancipation plays (piezas de emancipación), aunque una versión literal puede ser más clara en español: “escenas negrográficas”.
La película se presenta como un musical, con la destacada participación de Lucas Crvalho, más conocido como C-Afrobrasil, en una banda sonora que recuerda los setenta y es divertidamente “cinematográfica” en varias partes. En la secuencia de créditos vemos diversos instrumentos electrónicos y la “escena” se desarrolla en el estudio de grabación de la casa del personaje protagonista, interpretado por la artista multidisciplinaria Jade Maria Zimbra. Pero se desliza también el argumento hacia la sitcom, por el tipo de espacio en el que se desarrolla y el recurso de la entrada de los personajes en escena, anunciados de manera cómica por el timbre de la puerta.
Hay una historia en Voz zov vzo, que se interpreta como una lectura performática de sucesivos personajes para el micrófono del estudio. Lo que leen es la carta testimonio que trae la primera mujer que llega, escrita por la hermana de Jade, una guerrillera que está en la clandestinidad. Es el relato de una acción de la lucha armada, pero sobre todo de una huida que desborda la lógica de una narración como esa hacia lo real maravilloso. Se podría enconrar un sutil presagio de esto en la carta del tarot que sale al comienzo, la de los sueños, la Luna.
Así como es carta la historia, es disco la música, un vinilo homónimo cuyas pistas ponen los personajes en diversas partes del film. Pero no es lo único que se escucha en la música. Incluye la participación en el estudio de una pianista que da la espalda a la cámara y a la que no vemos llegar, como a los demás.
Estas subversiones de las convenciones genéricas comprenden también la deriva de la actuación a la danza y a la performance, en una parte en la que se recurre al lugar común de la ruptura de la cuarta pared y los intérpretes se dirigen al público. Reconocemos allí una característica distintiva de una vertiente del cine brasileño contemporáneo: el “laboratorio teatral”, como lo llama el programador Francis Vogner dos Reis en una entrevista en este blog.
Más allá de eso hay otros juegos con la representación, como disolvencias y duplicaciones espectrales de la imagen de los personajes, cuando bailan, conjugadas con fundidos en negro que no tienen la función habitual en la construcción del tiempo sino que se integran al ritmo de la danza que vemos. También hay pájaros que escuchamos sin una clara motivación realista ni composicional. El más significativo, sin embargo, es otro juego que hay con el sonido: el silenciamiento de las voces en diversos diálogos que podemos ver. Tiene como correlato significativo los ejercicios vocales de la protagonista.
Hay varias partes en las que se hace explícito que esto se inscribe en la búsqueda de una voz propia, que es también una voz arma con referencia a una pistola que aparece en la escena y al motivo de la lucha guerrillera. Es la voz que escuchamos en la lectura de la carta, en su relato de la memoria de la lucha armada, y en las partes performáticas, pero no como una “voz del cine”.
La voz arma me lleva a pensar de nuevo en Rocha, en la violencia como “la más noble manifestación cultural”. Lo escribió el cineasta en Eztetyka da fome (Estética del hambre). Pero sobre todo recupera Voz zov vzo su llamado de 1971 a un “arte revolucionario lanzado a la apertura de nuevas discusiones”. Se destaca así la ópera prima de Yhuri Cruz sobre otras películas que he podido ver de la competencia brasileña de Olhar de Cinema. En ellas lo dominante es lo discursivo, y de un modo que no parece abrir debates sino más bien darlos por cerrados.
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