Soñé con un paisaje, Nos atraviesa un cuerpo de agua y Albura

                                         

Por Eduardo Tapia

Soñé con un paisaje (2025) de Kim Torres, Nos atraviesa un cuerpo de agua (2025) de Carolina Fung y Albura (2025) de Samantha Solís conformaron la selección nacional que participó este año en la competencia de cortometrajes del Costa Rica Festival Internacional de Cine. Con nuevas categorías para su catálogo, el festival transformó su competencia costarricense de cortos en una para toda Centroamérica y el Caribe, incluyendo entonces, además de los tres mencionados, cuatro de Guatemala, tres de Cuba, uno de República Dominicana y una coproducción guatemalteco-mexicana. 

El premio al mejor cortometraje costarricense fue para Soñé con un paisaje, que explora la cotidianidad de Chunyan Feng, una joven migrante que establece hogar en Manzanillo, Costa Rica. Ahí, en una pulpería ‒una tienda de abarrotes‒ ubicada junto a la costa caribeña transcurre su vida, donde integrada a la comunidad comparte sus días y algunos recuerdos de su pasado en Enping, China. 

En este corto, Kim Torres continúa su exploración de las fronteras entre ficción y documental, motivo presente en algunos de sus trabajos previos, como Solo la luna comprenderá (2023), también filmado junto con la comunidad de Manzanillo y donde al coro documental de infancias y adolescentes narrando su vida y fantasías incorpora la ficción de un señor, cuyo testimonio contrapuntea desde el pasado con el de las y los jovenes. 

Podría decirse que en su nuevo corto la cineasta expande el imaginario que ha construido en torno a esa localidad de la costa caribeña, lo cual es interesante en tanto que logra integrar no únicamente su particular sensibilidad sino también la de parte de la comunidad. Un ejemplo a lo largo de Soñé con un paisaje se desarrolla a partir de algunos recuerdos de Chunyan sobre las bodas, su relación amorosa y su pasado como modelo de vestidos, lo cual motiva un ejercicio de ficción memorable al interior del corto.

De esta manera, entre frases también memorables, como “el pasado es como ver unas figuras que se acercan a la orilla del agua”, se sugieren cuestionamientos en torno a la potencial transformación de lo que entendemos por hogar a lo largo de la vida, así como de la frontera entre sueño y realidad, puesta en tensión en Soñé con un paisaje a partir de la brillante exploración que Kim despliega entorno a la no ficción en su obra. 

Este cortometraje me recuerda a El futuro perfecto (2016) de Nele Wohlatz, una película cuya temática central son las fronteras del lenguaje y que también explora la no ficción a partir de la vida de una joven que se enfrenta a las dificultades de migrar a la ciudad de Buenos Aires, Argentina, frente a un idioma que no conoce del todo bien. 

El cortometraje de Carolina Fung también comparte la temática de la migración, ya que esta constituye uno de sus ejes narrativos. Nos atraviesa un cuerpo de agua narra una relación de hermandad donde una joven costarricense, Ama, se enfrenta a una sensación de estancamiento personal, lo cual impulsa su deseo de migrar a San José para continuar sus estudios en la capital del país. 

Dicho deseo, además de sintetizar la aflicción de la joven, se contrapone a la ilusión de su hermano menor, Dani. Es un niño que, con una relación muy curiosa con las rocas, podría pensarse animista: le pide a estas ritualmente que Ama vuelva al hogar que él comparte con su madre. Es entonces que, a partir de una construcción espacial y temporal que va y viene del pasado gracias a la handycam del niño, comienza a desarrollarse tanto el cariño de hermandad que los personajes guardan como las tensiones que la propia hermandad implica y que se extienden a sus relaciones con el resto de la familia. 


El abordaje del tema en este corto me evocó una de las frases que Ilse Salas, como Ana, formula en Güeros (Alonso Ruizpalacios, 2014), “eso hacen los hermanos, discuten”. En esencia Nos atraviesa un cuerpo de agua, mediante un par de contraplanos de miradas entre Dani y Ama, plantea frente al conflicto, como un primer paso, el reconocimiento y la aceptación mutua de la complejidad en la otredad. 

Por su parte, Albura de Samantha Solís, también evocando al sueño, plantea una ficción que se instala más bien en la pesadilla. Presenta a una pequeña niña que, tras despertar sola en medio del campo, transita un paraje y se encuentra con algunos elementos y personajes que evocan dos problemáticas que tan atroz como frecuentemente se interceptan en la modernidad, la violencia contra las mujeres y la violencia contra las infancias. 

Así, la albura propia en la indumentaria de la niña puede relacionarse con la vestimenta del juguete que halla entre el pasto, o bien con la del cuerpo que un hombre entierra ¿o desentierra? en medio del campo. De tal manera que este cortometraje, realizado cuadro a cuadro en cianotipia, se desarrolla prioritariamente a partir de un sistema asociativo que omite los diálogos y descentraliza la secuencialidad narrativa para favorecer la posibilidad de interpretación. 

Incorporando en este caso la superposición de imágenes, Albura me remite al cine experimental de Maya Deren, particularmente al de su famosa Meshes of the afternoon (1959) cuya protagonista también transita las fronteras entre el sueño y la vigilia a través de una dominante asociativa.

En suma, los tres cortos dan cuenta del talento creciente en el país centroamericano y, en tal sentido, de una nueva faceta para el festival. Con la ampliación de su criterio de selección de cortometrajes, pareciera proponer ampliar el diálogo entre cineastas de la región a partir de obras que, como sugieren, se encuentran profundamente comprometidas, emocional y políticamente con el territorio que habitan. Motivos por los cuales vale la pena prestar atención.

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