Delirium
Por Pablo Gamba
Delirium o: El límite de los sueños (Ecuador-Alemania, 2025) es una pequeña película sorprendente que descubrí en el festival de cine contemporáneo Cámara Lúcida del Ecuador, en un programa de filmes sobre la identidad. Es el tercer corto de animación del realizador y artista ecuatoriano-estadounidense radicado en Berlín Fabián Salgado, egresado de la Universidad del Cine Konrad Wolf de Babelsberg, en Alemania, en la que hizo Delirium.
Salgado se identifica con el surrealismo y en esta película encontramos una tensión, característica de la obra de algunos artistas de esta corriente, entre una representación convencional y la imaginación subversiva. Es definitoria de Salvador Dalí, aunque no de otros pintores surrealistas. En el cine, es el camino de Buñuel, a diferencia de Jan Švankmajer.
En Delirium, lo convencional del estilo refiere a la animación con Flash u otro programa parecido. Pone en tensión también la imagen, que se identifica con lo digital, con imperfecciones atribuibles a un soporte fílmico. Algo análogo ocurre cuando los fondos de estilo correlativo a las figuras son desplazados por otros, abstractos, con texturas que se asocian con otra materialidad.
La fuerza de este cortometraje, sin embargo, no está tanto en la gráfica como en la narrativa. Es en su lógica donde se despliega la cuestión onírica o el delirio del título. La película se presenta como un ejemplo característico de la deriva e interferencia contemporáneas de los géneros. Una ambientación desértica con esqueletos parece situar la historia, al comienzo, en un mundo postapocalíptico de tipo Mad Max, con una mujer que camina lentamente y jadeante como sobreviviente de la catástrofe de rigor. Pero hay una incongruencia con la música y la iglesia frente a la cual desfallece, que me hacen recordar el universo de los spaghetti westerns.
De allí la historia salta a una ambientación urbana y en un día lluvioso, con colores fríos en vez de cálidos y un hombre-cactus alucinante, uno más entre los clientes de un café, como única conexión simbólica con el prólogo. Las mutaciones prosiguen con la presentación de los dos personajes principales, dos hombres maduros pero cuyas voces, en español, las hace una mujer que suena como si fuera joven. El género fílmico mutante tiene como correlato, en consecuencia, una fluidez de las identidades sexuales, etarias y, como se verá, culturales de los personajes.
Allí hay un giro hacia el humor con el lugar común. Ambos personajes son artistas fracasados, uno de ellos bailarín gay y el otro pianista. Contrastan por sus características: el que danza es calvo y tiene el rostro afeitado mientras que el músico lleva barba y el pelo largo. La conversación sobre el tópico de la renuncia a la vocación se contextualiza postapocalípticamente también, de un modo caricaturesco que se apoya en una ironía posmoderna, con un Marx y un Adam Smith que pelean como monstruos de animé destruyendo la ciudad. Veo allí el límite de los sueños al que refiere el título extenso en tension con el delirio.
La introducción de la cuestión política es un paso más en la gradación que intensifica el enrarecimiento de lo convencional en la historia. Lo que viene después responde a la lógica del desplazamiento de las problemáticas de clase a las identitarias, también característica de la contemporaneidad: la familia indígena del exbailarín y la tensión cómica entre esa parte de su vida, su pasión artística y otra faceta de su identidad sexual, que se despliega en escenas en las que se arranca la ropa y baila desnudo para escándalo de conservadores religiosos, con sus partes sexuales cubiertas con otro cliché, la paloma que simboliza el Espíritu Santo.
Este desarrollo de la historia como deslizamientos, desviaciones y fugas irreverentes se corona con el tratamiento burlón del motivo grave existencial de la enfermedad y la muerte, vinculado con otra manera de concebir la identidad, que se instala al final. Enmarca irónicamente la historia como un cuento para niños y lo acompaña un giro de la simbología cristiana, asociada a la redención y la transmutación, a una religión remota, la del antiguo Egipto de la diosa Bastet. Se la relaciona con la protección de la infancia, lo que sarcásticamente podría interpretarse aquí como la muerte que salvaría a la niña de vivir en ese mundo, su coherencia frente a la confusión.
Aunque Salgado, como dije, revindica explícitamente el surrealismo, esta película refiere al dadaísmo por su humor nihilista. En el contexto de la seriedad que se suele encontrar en las piezas que presentan festivales como Cámara Lúcida, resalta Delirum con el desenfado de su desestabilización de lo fílmico y lo identitario, lo que incluye desafiar la expectativa de un mayor refinamiento por lo que respecta a su estilo. Puede parecer de cierta vulgaridad disonante en el contexto de una selección exquisita, a pesar de sus referencias cinéfilas y culteranas.
Este relief responde también, a mi manera de ver, a la canalización de la corrección política en torno a lo identitario, a la búsqueda compulsiva de la modernidad y a los discursos académicos que hoy legitiman el arte. Buenvenido sea todo lo que llega cargado de semejante energía irreverente, pero le falta radicalizarse para que se transmute en rebelión, para que supere la comodidad de la ironía política y pueda hacerse verdadero impacto de piedra contra el poder.
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