El diablo fuma (y guarda las cabezas de los cerillos quemados en misma la caja)
Por Pablo Gamba
El diablo fuma (y guarda las cabezas de los cerillos quemados en la misma caja) (México, 2025) ganó el premio de la sección Perspectives de óperas primas del Festival de Berlín, donde se estrenó. Es una película dirigida por Ernesto Martínez Bucio, y escrita y montada por él y Karen Plata, que fue también la guionista de Frío metal (México, 2025), de Clemente Castor.
Este es un film en el que los niños son los personajes principales y que juega a subvertir el cine que trata temas socialmente relevantes, al que calificaría de “cívico” en tanto se legitima por su aporte a la discusión pública de asuntos que interesan a todos los ciudadanos en una democracia. Hay una parte significativa de la producción de películas de América Latina, y de otros países también, que es inscribe en esta vertiente, como Argentina, 1985 (Argentina, 2022), por ejemplo, o Presunto culpable (México, 2008), entre muchas otras diversas películas.
Una referencia clave de El diablo fuma podría ser Nadie sabe (Japón, 2004), de Hirokazu Kore-eda, que se basa en un caso real de abandono de sus hijos por una madre joven, tema que siempre será motivo de preocupación para una sociedad. Aquí los dos padres dejan a los niños al cuidado de una abuela que padece demencia, lo que significa que quedan en buena medida a su propia suerte, encerrados en una casa con problemas de electricidad y agua en una Ciudad de México de los noventa que atraviesa una epidemia de cólera.
El diablo fuma, sin embargo, pone en tensión esta inquietud cívica. Su realismo característico, por ejemplo, se desliza hacia un cuento para niños sobre el diablo que tampoco tiene los rasgos de una fábula con moraleja ni del cine de terror que se legitima por su temática social o política implícita.
El relato se desarrolla siguiendo una lógica de intensificación de la descomposición, en la que hay también una tensión entre el lugar común de la intervención de la policía y la asistencia social, y el diablo como un elemento difuso de la causalidad del relato, que por otra parte se enfrenta implícitamente con un elemento histórico más: la visita del Papa a México. En tensión con esta lógica está también la voluntad arbitraria del personaje de un metarrelato que tiene el poder de detener la narración e intervenir en su desarrollo, como quien hace avanzar y retroceder una cinta de video casero.
La cámara en mano, en constante movimiento, se homologa estilísticamente con las partes que se identifican, entonces, como de video familiar, y la baja resolución que se usa allí contrasta con la fotografía dominante de cuidados claroscuros y colores saturados, que es coherente con el cuento del diablo. Para evitar que los vean los vecinos, cazar insectos voladores e impedir la entrada de invasores, hay diversas intervenciones del espacio de la casa que son tópicos del terror. Reflejan el deterioro psicológico en el ambiente.
Pero otra característica del argumento es la falta de claridad y resolución de sus diversos componentes. La encontramos, por ejemplo, en la causa difusa de la fuga de los padres, en el plano del realismo social, pero también en el desarrollo que podríamos esperar de un cuento en torno al diablo. El metarrelato, sobre todo, apenas se encuentra esbozado, pese a su importancia.
Esto último hace que El diablo fuma se presente como una película escurridiza y problemática en sus tensiones. Pero lo asociaría al trabajo de la coguionista de Frío metal por lo que respecta al tipo de imaginación que Karen Plata cultiva. En el film de Castor era la extraña relación entre los motivos del cuerpo, la tierra y sus orificios; aquí encontramos otra pista en la elaboración en planos detalles de un collage de fotos rotas y dibujos infantiles con la que comienza el relato. Así como la cuidadosa gradación del deterioro se confronta con la voluntad desorganizadora que se hace explícita en las partes de intervención del video, algo análogo ocurre con esta otra que compone como un juego de pegar pedazos de fotografías y trazos de crayones.
Podrían señalarse aun en esto el defecto de la dispersión y el lugar común de la crítica de las óperas primas que intentan ser más de lo que pueden, por ejemplo. Yo preferiría destacar, en cambio, la capacidad de El diablo fuma de desestabilizar, sin tratar de dar respuestas, ese cine que nos hace creer que hay que verlo por la importancia de los temas y que se apoya en una especie de comodidad del arte como deber ciudadano. Socavar eso nunca está de más.


Comentarios
Publicar un comentario