Una película de miedo
Por Pablo Gamba 
Una película de miedo (España-Portugal, 2025) está en la competencia de documentales de Dok Leipzig. Es un largometraje del brasileño radicado en España Sergio Oskman que se presenta como una continuación de su film más conocido, O futebol (España-Brasil, 2015). Se estrenó abriendo la sección Zabaltegi-Tabakalera del Festival de San Sebastián y estuvo en Viennale. 
La paternidad y, más allá de eso, la masculinidad y los problemas en torno a ambas es el tema de O futebol que se reitera en Una película de miedo. Los personajes son aquí el cineasta y su hijo Nuno, en tránsito de la infancia a la adolescencia. En la película anterior, Sergio Oskman visitaba en su São Paulo natal a su padre, Simão, al que no había visto en 20 años. El pretexto era ver juntos partidos del Mundial de 2014. Pero ocurre algo inesperado: el padre muere durante el rodaje y el hijo debe ocuparse de los arreglos posteriores. 
En Una película de miedo el padre intenta compartir con el hijo la afición a la que ha dedicado su vida, el cine, lo que da pie para ir hacia los bordes entre el documental y la ficción que tanto gustan recorrer las películas contemporáneas. Es también una elección típica de divorciado que trata de tender un puente de comunicación con Nuno, al que le gusta el terror, pasando unas vacaciones con él en un lugar elegido por su parecido con la locación de El resplandor (1980) ‒película que el chico no ha visto‒, y para hacer que practique la lengua natal de Sergio Oskman, el portugués. La película se desarrolla en un hotel deshabitado que van a demoler, en Portugal. 
Aunque en el hotel de la historia hay una habitación prohibida como la de la película de Stanley Kubrick, el placer de la metaficción deriva hacia una investigación antropológica de la mitología del varón psicópata. Esto lleva al archivo, como también es habitual en el cine de hoy, a la primera película portuguesa, Os crimes de Diogo Alves (1911), un corto sobre un asesino en serie. De allí al personaje histórico del criminal, al que le cortaron la cabeza para estudiarla, y a la frenología, por la aspiración de los “científicos” de la época a identificar características del cráneo asociadas a la delincuencia como destino biológico. 
Lo valioso de Una película de miedo, al igual que de O futebol, es cómo se asoma a la continuidad de temores parecidos en la actualidad, fuera del marco de la pseudociencia que los engendró en el siglo XIX. El relato autobiográfico que hay en este documental los asocia de nuevo con el que parece ser un destino de los hombres de la familia Oskman. Es un patrón que se repite: el padre y el abuelo del cineasta abandonaron a sus mujeres e hijos, y él mismo implícitamente se percibe como continuador en parte de eso por su divorcio. 
La frenología había concluido que hacen falta cuatro generaciones para que esa predisposición se borre, y eso explica también el interés por hacer una película con Nuno. Pero también podría haber otro en el ascenso de las nuevas derechas. En el marco del temor que muchos progresista de edad madura sentimos hoy frente a los varones jóvenes que defienden todo aquello que combatimos, convencidos de que tratamos de cambiar el mundo para mejor, y de que en buena medida lo conseguimos, la metaficción de Una película de miedo se abre a la observación del personaje misterioso en que se convierte Nuno por su relación con el terror. ¿Qué es lo que lo involucra del miedo de esas ficciones?, ¿qué es lo que lo diferencia en eso de nuestra generación? 
Hay una reaction shot que nos llevan a preguntarnos si los detalles góticos de lo que se cuenta acerca del tratamiento de la cabeza de Alves ‒cortada y conservada en formol‒ pueden causarle temor, pero nada queda claro. Tampoco parece asustarlo un recorrido por las oscuras entrañas del célebre acueducto de Lisboa, de cuya parte elevada ‒arcos de piedra que lo sostienen a más de 60 metros de altura‒, arrojaba al vacío sus víctimas Diogo Alves. Ni siquiera El resplandor, cuando su padre lo lleva a verla por primera vez en una filmoteca, en vez de bajarla de internet, tratando de inculcarle también el gusto por el cine cine, el de soporte fílmico. 
Vemos a Nuno, en cambio, durmiendo amorosamente junto a su padre, encontrando otro “padre” en el encargado del hotel, como es normal en los chicos; jugando a que es grande, barman o recepcionista, o tratando de llevar trabajosamente un colchón escaleras arriba, mostrando un cuerpo y un comportamiento que nada parecen aclarar de algún destino biológico, ni siquiera que quiera ser cineasta. Juega una partida de futbolín con la programadora de la filmoteca, una mujer en la que halla una rival con la que compite en condiciones de igualdad, incluso a pesar de la diferencia de edad. 
El resultado de esto es una película que disipa el temor aun al costo de que lo que parecía más interesante desaparezca como fantasma a la luz del día, una película de miedo sin miedo, en la que el cine adopta una función terapéutica. En parte esto se refiere a superar lo que hay de culpa en el rechazo de las masculinidades tóxicas del pasado, y a la consecuente necesidad de afirmar lo saludable sobre bases que no sean las de ese temor a un destino que parece vinculado a la biología. En esto también se siente, sin embargo, una falta de exploración de los aspectos sociales la masculinidad, igual que en O futebol, la cuestión ideológica en la que se inscribe lo biológico. 
Por otra parte, frente a lo que sienten los padres porque sus hijos varones puedan replicar sus errores o, lo que hoy está ocurriendo en cambio, que rechacen sus aciertos, Una película de miedo recupera la observación como técnica documental, pero también humanista: mirar a los personajes tal cual son en su circunstancia para que las ficciones que tendemos a construir en torno a ellos se borren al confrontarlas con su realidad. Quizás nos está faltando eso hoy, observar a los jóvenes que comienzan a darnos temor por su manera de pensar y actuar. Es necesario disipar lo que en ello hay de miedo si queremos responder adecuadamente, como buenos padres. 


 
 
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