Explode São Paulo, Gil

 

Por Pablo Gamba 

Explode São Paulo, Gil (Brasil-Portugal, 2025) fue parte de la competencia portuguesa de DocLisboa. El cuarto largometraje de Maria Clara Escobar se estrenó en Brasil, en Olhar de Cinema, en Curitiba, donde ganó los premios a la mejor dirección y la mejor actriz, Gildeane Leonina, y estuvo en el Festival de São Paulo. Este año estrenó también Dolores (Brasil, 2025), codirigida por Marcelo Gomes, en Horizontes Latinos, en el Festival de San Sebastián. 

Escobar fue parte de la competencia de Rotterdam con Desterro (Brasil-Portugal, 2020), un film de ficción. Fue galardonada en Tiradentes, en Brasil, y en La Habana y DocLisboa por el documental Os dias com ele (Brasil-Portugal, 2012), su ópera prima en largometraje. 

Hay dos razones por las que Explode São Paulo, Gil es una película que hay que ver y sobre la cual escribir. La primera es la controversia ética que plantea y su posible solución; la segunda, su tratamiento irreverente del falso documental. Gildeane Leonina era empleada doméstica de Maria Clara Escobar cuando las dos comenzaron a rodar este film, hace diez años. Eso marca una diferencia de posición social que no puede dejar de considerarse y que la cineasta tiene la honestidad de hacer explícita en la larga primera escena, un monólogo del personaje en plano general, sentado en el piso, con la espalda apoyada en el lavarropas. Se expresa allí con la reserva que ella misma dice que procura guardar como sirvienta frente a sus patrones. 

Cuesta reconocer físicamente a la misma mujer en las siguientes escenas de la película. Completan así una presentación del personaje que introduce el dispositivo de la fragmentación que lo hace complejo. Incluye la confesión de que es sapatão, un insulto homofóbico brasileño que hoy las lesbianas reivindican para revertir su carga negativa. Después la veremos, con aspecto diferente también, en una larga conversación en un bar con la directora, que permanece fuera de campo. Parte de la atmósfera de confianza que hay ahora consiste en que se presenta allí la mujer con la que la empleada doméstica y futura actriz comparte su vida. El contraste de luz, con la primera escena en particular, marca sensorialmente el cambio de rol de Gil, lo que con humor irónico tiene como correlato en la historia las partes en que Maria Clara Escobar asume las tareas domésticas de las que ella se encargaba. 

Si bien los créditos también le reconocen a Gildeane Leonina el papel de coguionista, convencer de la transformación de la empleada doméstica en actriz y creadora de la película junto con Escobar es una tarea que exige más esfuerzo, y la cineasta actúa en consecuencia. Otro acierto, en este sentido, es que no trata de esquivar el problema desarrollando una subtrama de amistad que supera las diferencias sociales, lo cual tampoco sería convincente. Lo que sí hace es desmitificar la condición de cineasta en Brasil para igualarse un poco, con escenas de ficción sobre cómo la afectan las dificultades para hacer películas, lo cual se refleja también en la década que le tomó a ella y a Gil completar este proyecto. En una de ellas vemos a la directora ahogando sus frustraciones como artista en cerveza frente a su productora, en un bar como aquel donde se había reunido con entusiasmo con la futura actriz al comienzo. 

En otra parte, Escobar hace explícito que para hacer lo que uno quiere en la vida es decisivo contar con una posición social heredada, lo que ha sido su caso, pero no el de Gil, y, al final, hay una escena en la que el personaje baila “Killing in the name” de Rage Against the Machine, y en inglés se escucha esta otra ironía: “Y ahora haces lo que te dicen. (Ahora estás bajo control)”. 


Desde el comienzo, el falso documental se presenta como una búsqueda del personaje de Gil entre varias versiones posibles. La película entera parece un montaje de diversos filmes diferentes que pudieron rodarse, uno de las cuales habría empezado con la despedida de la protagonista de su madre, escena breve que aparece al comienzo y se repite. Podría representar el viaje de su lugar natal en Goiânia a São Paulo, algo que no se desarrolla en la trama. 

El rodaje de Explode São Paulo, Gil comenzó al año siguiente del estreno de esa obra maestra que es Branco sai, preto fica (Brasil, 2014), de Adirley Queirós, lo que me lleva a asociar la técnica de Escobar con la tensión de incongruencias no resueltas que es huella de la creación colectiva en esa otra ficción hecha en colaboración con no profesionales. Se vuelve un azar significativo, en este sentido, que “Dedé” (Ivaneide Cavalero), la pareja de Gil, sea de Brasilia y comparta el resentimiento de los marginados hacia esa ciudad que experimentan los personajes de Queirós, aunque el deseo de destruir la capital de esa película se dirige aquí contra la São Paulo de Gil. 

La fragmentación también le da al film la singularidad que tiene como falso documental. Explode São Paulo, Gil se presenta implícitamente como una parodia de la historia de Susan Boyle, la cantante aficionada súbitamente lanzada como estrella a la misma edad que Gil decide participar en la película, cuando en Britain’s Got Talent cantó “I Dreamed a Dream” de Los miserables con un éxito sospechosamente instantáneo. La fragmentación se convierte así en una estrategia de sabotaje punk, pero sistemático, de ese tipo de relatos mediáticos. 

Otra técnica la encontramos en una más de las largas escenas que se destacan en el film, en la que Gil ve en el celular la grabación de la participación de Boyle en el programa. Se desarrolla en un contexto doméstico, pero en una habitación que parece ser también taller de costura, como si fuera un oficio paralelo al de empleada doméstica ‒un misterio sin resolver en torno al personaje‒. Lo más significativo, sin embargo, es la función cómica que adquiere el parlante que amplifica el sonido del teléfono porque no parece encontrar estabilidad donde trata de colocarlo Gil. Con ese dispositivo se construye una sensación de desajuste que sintetiza toda la película.


Este desajuste se expresa narrativamente en la falta de continuidad en el desarrollo de la historia. Se hace patente en la escena de despedida señalada, por ejemplo, pero también en el regreso a las partes de karaoke de los comienzos de Gil como cantante después del momento culminante, cuando se presenta como estrella en un concierto. Otra de las ácidas ironías de la película se construye en torno a la epilepsia de la actriz, de la que se incluye un registro hecho por su pareja, que también participa como camarógrafa. En vez de utilizarlo para orientar la historia hacia el terreno de un drama que llevaría a sentir una falsa compasión por la protagonista real, establece otro paralelismo con Boyle, además de la edad. Se basa en la fragilidad psicológica ‒de la que toma el título el álbum que lanza, Frágil‒ y sirve para crear una falsa motivación realista de la estructura fragmentaria con la que volvemos a la comedia. La cantante dice que padece amnesia, lo que da una irónica justificación para la dispersión e incongruencia de los episodios e inclusive para imaginar la parte de rigor de su decadencia como artista, cuando dice que olvida las letras en escena, pero se apoya en el público que la ama para seguir adelante con el show

Pero la irreverencia del falso documental, su cuestionamiento de los dispositivos audiovisuales que tratan de construir verdades, se afirma aquí sobre la problemática real explícita e irresoluble en torno a la relación entre la directora y la actriz, y es lo que realmente distingue a Explode São Paulo, Gil. Es como una vuelta a Agarrando pueblo (1977), de Luis Ospina y Carlos Mayolo, con una pregunta sobre la rebelión de su personaje contra los que se presentan como explotadores de su imagen. Cuestiona la verosimilitud de la cercanía que parece establecerse al final con los directores; lleva a preguntarse si la respuesta del personaje no es también expresión de la aspiración de los realizadores a que se rebele, una identidad del nuevo cine latinoamericano que no deja de imponerse aunque se la presente como reacción espontánea del hombre del pueblo. 

Muchos años después, encontramos otra solución posible al dilema en este socavamiento continuo de la historia por las bases problemáticas e inciertas de la relación entre la directora y su empleada doméstica-actriz. Nos hace reír Explode São Paulo, Gil, como Agarrando pueblo, pero nos deja un sabor agridulce y una incomodidad que no disipa el humor inteligente, y son los buenos síntomas de que el cine solo puede ofrecer soluciones imaginarias a los problemas reales.

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