Camino de Lava

Por Pablo Gamba 

Camino de lava (Cuba, 2022), de Gretel Marín, fue la ganadora de la competencia de cortometrajes documentales del festival Miradas Doc de Canarias. La directora es conocida también por el largometraje El último país (2018), sobre los cambios que ocurren en Cuba, la identidad nacional, y la relación con el país de los cubanos que se van al exterior y regresan. Este otro documental formó parte del programa Imágenes a Contrapelo que se presentó en Frontera Sur en Concepción, Chile, en 2021. Estuvo integrado por seis películas cubanas calificadas de “ejercicios de contrapoder”. 

No es diferente en este sentido Camino de lava, que es una producción independiente realizada con el apoyo de fondos extranjeros. Al comienzo hay un epígrafe que cita a la poeta afrocubana Georgina Herrera. Se refiere al suelo, no tanto patrio como social en este caso, y a los cambios: “¿Qué está pasando bajo mis pies? […] / La tierra huye y se estremece. / Tú, que eres poderosa, / hay que regrese y me sostenga”. El título sugiere un movimiento telúrico y un proceso candente del que surge un suelo nuevo. 

Hay una fuerte atmósfera de tensión en esta película entre el cambio y el estancamiento en Cuba. La protagonista, Afibola Sifunola, es una madre que se se trabaja como cultivadora de plantas y vendedora cuentapropista. Esto le ha permitido comprar una casa de finales del siglo XIX o comienzos del XX, pero no tiene los recursos para hacer las reparaciones que le permitan mudarse para vivir allí la vida que quiere vivir. Su mayor preocupación es el futuro de su hijo, la educación escolar que recibe y la formación que ella le puede dar para que pueda ser quien quiere ser. 

Los dos personajes son afrodescendientes y Sifunola es una mujer consciente y orgullosa de su identidad. El mayor reto de la película es convencer a algunos espectador de este tipo de cine, en especial en América Latina, de que el racismo, el machismo y la homofobia, porque la pareja de la madre es otra mujer, son problemas que existen en Cuba como en todas las sociedades en las que lo “blanco”, el patriarcado y la heterosexualidad son hegemónicos. Significa poner en entredicho lo que tiene de mito la Revolución Cubana, una ilusión a la que aún muchos se aferran en el mundo y que por eso se imaginan un país cuyo estado ideal es como congelado en el tiempo. 

Sifunola habla de la discriminación en un diálogo con otra mujer. También le da fuerzas a su hijo diciéndole que los problemas de rendimiento en la escuela de él y sus amigos no son culpa de ellos sino de un sistema “igualitario, pero no equitativo”, lo que significa que no resuelve sino refuerza los procesos históricos de discriminación. Pero, ¿cómo creerle, si aun aportando datos y registros de situaciones habrá espectadores que dirán “eso no es verdad” basándose en el mito? ¿Cómo deslindarse, por otro lado, del falso argumento que atribuye todo mal a la dictadura? 

En Camino de lava se crea una atmósfera que trata de abrir los sentidos de los espectadores sensibles a una percepción de la realidad cambiante de Cuba que pueda llegar a descongelar las bases de lo que creen saber con este enfoque diferente. La relación de aspecto es de 1,33:1. Por sí misma da una sensación de restricción visual, pero permite que el personaje se “libere” saliéndose del cuadro fijo, como en una escena del niño jugando con un globo. Se representa a los personajes casi exclusivamente en los interiores deteriorados de sus casas, con una puesta en escena que aprovecha las puertas y ventanas para transmitir una expectativa de tránsito, pero que está en tensión con los límites que establecen las paredes que se ven en el fondo. 

El plano inicial de la película presenta al niño, que quiere ser músico, en un contrapicado que hace que se vea “grande” y destaca la belleza de sus dreadlocks. Pero está inscrito en un juego que también hay con las angulaciones y los movimientos de cámara para crear la tensión de vivir entre la restricción y la apertura. Otro plano significativo en este sentido es un travelling de seguimiento en el patio de una de las casa. Allí el niño se mueve con velocidad en un monopatín, pero dando vueltas en círculo cuya estrechez subraya el encuadre cerrado sobre el personaje. 

La tensión exterior-interior también es clave en la construcción del espacio. Hay un plano de las casas vecinas que pueden verse a través de una ventana al que una muy leve angulación contrapicada les da un aspecto que recuerda sutilmente los recursos del expresionismo alemán para crear atmósferas enrarecidas. Pero está en contrapunto con otro contrapicado de ramas de árboles contra un cielo soleado que transmite apertura y naturalidad. 

Hay planos de la madre vendiendo en la calle, lugar de tránsito por antonomasia, pero también un cenital que enrarece la escena, vista probablemente desde la perspectiva del niño en el mismo balcón en el que en otro plano se muestra el entorno urbano desenfocado, incierto como el futuro, y con una angulación expresionista que le da una mayor inclinación a estos otros edificios. 

También se destaca esta película por su representación de cómo experimenta el tiempo el personaje de la madre. Mantener la esperanza de la casa nueva, a la que llama significativamente “La Tremenda Poderosa”, no es una fácil metáfora de una Cuba diferente. Es algo que pone a esta mujer en tensión con la sensación de estancamiento que transmiten el deterioro y el encierro, pero también los cambios que produce en ese país la restauración del capitalismo en la realidad cotidiana por la vía del cuentapromismo. El futuro no parece existir para los rápidamente habituados a la lógica de una compra-venta inmediatista. Ven en una casa como la que la protagonista adquirió una seguridad que la sociedad ya no da para salir de cualquier situación económica difícil, un bote salvavidas en el naufragio del “sálvese quien pueda”. 

Aunque Sifunola se afirma como persona en sus raíces africanas y en una cultura que se ha mantenido por su resistencia, todo lo cual refiere al pasado, también se resiste a lo que ocurre en su entorno en el presente por su decisión de mantener su proyecto. Esto es organizar la vida con referencia a un futuro de cambios para mejor, que no responden en su caso a “valores” del capitalismo sino a la manera de sobrevivir que es resistir, aunque su aislamiento y la consecuente inexistencia de un horizonte de participación política ponga este futuro en manos de otros. 

Por esta vía de la inmersión en la atmósfera y su acercamiento a los personajes, Camino de lava responde al desafío que se plantea el cine cubano de la actualidad, que ya no es el de hacer crítica dentro del sistema, como planteaba el gran cineasta Tomás Gutiérrez Alea hasta los años ochenta, por lo menos. El problema hoy es qué vendrá después de lo que terminó siendo la revolución, que no se parece en nada a lo que fue alguna vez y en lo que mucha gente creyó.

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