Pinocho o sobre la libertad en lo imperfecto


Por Ofelia Ladrón de Guevara 

Las historias se reescriben. Y, al hacerlo, crean incisiones en el mito original, lo rehacen y al cambiar la mirada muestran detalles y posibilidades que antes habían pasado desapercibidas. Todos estos ires y venires, claro está, se sustentan siempre en esas características prístinas de los personajes y de los hechos que, sin importar que la historia sea reescrita, vuelven a surgir, inmutables. 

De la literatura italiana, de un libro de aventuras escrito por Carlo Collodi en 1882, surge la primera versión de Pinocho. En ella, además de ser un muñeco con vida y con una nariz que crece al decir mentiras, se caracteriza por su mal comportamiento. Esto lleva a que el desenlace de Pinocho sea morir ahorcado en una encina a manos de sus amigos. Años más tarde, en 1940, Disney le daría vida mediante una película animada (la que sería también el primer filme estrenado durante la Segunda Guerra Mundial). En esta cinta, el muñeco de madera podrá convertirse en un niño de verdad sólo si demuestra ser bueno, sincero y generoso. Se trata, pues, del paso de la infancia a la vida adulta. La cualidad bienhechora de Pinocho se evalúa a través de su capacidad de inserción en la sociedad. 

Bajo este contexto, la nueva entrega de Guillermo del Toro, Pinocho (2022) llega para narrar otra vez esta historia pero también para revertirla. Ambientada en la Italia fascista de principio del siglo XX, Geppetto ve morir a su hijo Carlo cuando un avión arroja una bomba sobre la iglesia en la que el niño se encuentra. A consecuencia de esta perdida, en estado de embriaguez y de profunda tristeza, Geppetto talla una imperfecta marioneta de madera. El Hada de la Vida, al observar su estado, decide darle existencia al títere, poniéndolo bajo el cuidado de Sebastián J. Grillo. Al otro día, Geppetto, cuando descubre que Pinocho habla y se mueve, se asusta. Pronto, la relación entre ambos se establece mediante el anhelo de Geppetto de que Pinocho se comporte como Carlo solía hacerlo. 

En esta versión animada de Guillermo del Toro, Pinocho sobresale por su ingenuidad y desobediencia. Desde su primera fuga de la escuela en la que termina bailando en el circo del Conde Volpe, al show en el que Pinocho en lugar de alabar al fascismo se burla de su líder (Benito Mussolini) presente en el show, hasta su rebeldía al empatar durante un entrenamiento en el campo militar en el que les había dicho que, sin importar las circunstancias, debía de haber únicamente un ganador. Así, en lugar de dejarse manipular por los hilos que intentan obligarlo a actuar de cierta manera, se separa de ellos, los rompe. Pinocho se abre camino entre la guerra, el fascismo y el ideal de Geppetto porque se comporte como Carlo. Pese a estar en un cuerpo de marioneta, él, a través de su imperfección, va en busca de la libertad y de una bondad distinta a la de la versión de 1940. Casi al final de la película, cuando el Hada de la Vida pregunta a Sebastián J. Grillo si Pinocho a hecho el bien. Él responde con un emotivo discurso en el que el bien y el mal dejan de ser una división tajante. La bondad se direcciona, entonces, hacia algo más profundo, hacia la capacidad de ser uno mismo. 

La animación de la película resalta por la materialidad de sus personajes. El rostro de Geppetto arrugado, sus líneas de expresión que acompañan las gruesas lágrimas que surgen de sus ojos y corren por sus mejillas. En Pinocho son los clavos que sobresalen en su espalda, la oreja mal tallada, a medio hacer. Detalles que dan vida a las marionetas que son los personajes de la película misma. Detrás de cámaras, los muñecos se preparan para pasar a través de un milagro parecido al de le ocurre a Pinocho dentro de la trama. La técnica de stop motion que ha utilizado Guillermo del Toro da vida al caminar de los personajes en el bosque o a los estragos y al dolor que causa la bomba que cae del cielo. Como si una especie de Hada de la Vida se apareciera, y a través del lente insuflara de existencia a las marionetas de Del Toro para que cuenten esta historia. La de un Pinocho imperfecto, que a través de su ingenuidad y desobediencia, nos recuerda que no hay que ser nadie más que uno mismo.

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