Retrospectiva de Santiago Álvarez en el Festival de Cine Político

Por Thalia Guerra Carmenate

Entre el extenso listado de películas en competencia y presentaciones especiales del Festival Internacional de Cine Político (FICIP) de Buenos Aires se encuentra una retrospectiva dedicada a Santiago Álvarez, a 25 años de su fallecimiento. Es un cineasta recordado no solo como el máximo exponente de la “época dorada” del documental cubano y de las décadas posteriores, sino también como un periodista que rebasó los límites de la insularidad para hacer un cine comprometido con las causas sociales y políticas de su momento. 

Su labor en el Noticiero ICAIC Latinoamericano (1960-1990) apoyó las todavía incipientes carreras de los que luego serían reconocidos directores, como Fernando Pérez y Daniel Díaz Torres, antes de que incursionaran en el cine de ficción. Además, el noticiero se convirtió en uno de los principales escenarios a través de los que se exportaba al mundo la nueva Cuba que se venía construyendo desde 1959. 

La muestra estuvo integrada por cuatro cortometrajes, una pequeña representación si se tiene en cuenta su cuantiosa obra cinematográfica. El primero es Now (1965), uno de los indispensables del cine cubano, un ejemplo perfecto de armonía entre imagen y sonido, donde ambos, lejos de funcionar como elementos distintos, se funden entre sí y confluyen en el objetivo de transmitir un mensaje que versa contra la discriminación racial en Estados Unidos. Probablemente este sea el resultado artístico del periplo de Álvarez como inmigrante en ese país, condensado con su sensibilidad ante las luchas de esos “otros”. 

Now se erige como un relato documental, es decir, no se afana solo en mostrar hechos verídicos, sino que está construido narrativamente en función de esos hechos. El manejo de la tensión dramática in crescendo se logra gracias a la elección musical, una canción homónima en voz de Lena Horne, en total concordancia con las imágenes cada vez más impactantes que se potencian mediante los juegos de cámara y montaje. 


Aquí la cámara mira sin reparo, tiene que hacerlo si busca mostrar una realidad con la que espera una toma de conciencia. Ahí donde las imágenes son más crudas es donde enfoca el lente y hace zoom in para acentuar determinados momentos; mientras que el empleo de zoom out, con su ampliación del plano, responde a la necesidad de mostrar el cuadro completo. Lo sustancial no es siempre lo primero que la cámara expone; un primer plano puede resultar engañoso si no se ve la imagen total. 

Le sigue, en cuanto al orden cronológico, La guerra olvidada (1967), un material que nació luego de que Álvarez viajara a Vietnam para filmar Hanoi, martes 13 (1967). Esta vez el cineasta se concentra en visibilizar la lucha de liberación del pueblo de Laos, fronterizo con Vietnam y, tal vez por ello, opacado. Cuenta al inicio con una voz en off, un narrador que va refiriendo hechos de la historia de ese país, sobre todo ataques o conflictos bélicos, y algunos fragmentos de declaraciones y discursos. Se contraponen escenas de la vida cotidiana con escenas de los momentos previos a enfrentamientos armados, quizás a modo de enfatizar los aspectos nocivos de las guerras y cómo estas socavan la paz de los pueblos, incluso de uno olvidado. 


El nuevo tango (1973), cuya proyección seguramente se debió a los 50 años del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Argentina, no es un instrumento de denuncia como los antes mencionados, sino uno de celebración, que contempla la llegada de Héctor José Cámpora a la presidencia de ese país luego de la anterior dictadura. Álvarez con su cámara se asegura de captar los momentos de Cámpora junto al entonces presidente de Chile, Salvador Allende, y el cubano Osvaldo Dorticós, pero la atención recae sobre el que siempre fue el mayor interés del cineasta, las masas populares. Las escenas que recorren las calles son frecuentes, muestra del ánimo popular y el apoyo al nuevo presidente. Sin embargo, ofrecen una mirada particular del ambiente de tensión e inestabilidad que viene aparejado a cambios políticos de tal magnitud. 


Para la filmación de otra de las películas de la muestra, El tigre saltó y mató… pero morirá… morirá… (1973), Santiago Álvarez no pudo trasladarse por mantener su seguridad y la del equipo ante la convulsa situación político-social imperante en Chile. Este documental de apenas dieciséis minutos manifiesta su intencionalidad de denuncia desde los intertítulos, con un texto de José Martí, como es habitual en la obra del cineasta. La motivación prístina está dada por la tortura y asesinato del cantautor Víctor Jara, como una de las atroces consecuencias del golpe de estado de Augusto Pinochet al gobierno socialista e izquierdista de Salvador Allende. Se trata de otro relato construido poniendo las imágenes de archivo en función de la música, que esta vez se compone de tres canciones de Jara y una de Violeta Parra, las cuales facilitan el manejo de la temática a tratar y, a la vez, contribuyen a la fluidez narrativa del relato. 


La pronta reacción de Álvarez, encaminada hacia la realización de este audiovisual, es producto de su filosofía sobre lo que debía ser el cine de urgencia: un arma para informar con rapidez y eficacia, para tomar partido e involucrarse en las causas sociales. 

Los cortometrajes escogidos para el FICIP poseen varios aspectos en común que avalan su revisión aún tanto tiempo después de realizados. La vuelta a estos materiales tiene, por una parte, la función de preservar la memoria histórica, de testimoniar acontecimientos de repercusión internacional del siglo pasado en su mayoría concernientes a luchas populares. Por otra parte, es un modo de repasar la labor artístico-social de uno de los documentalistas más comprometidos de Latinoamérica, cuyas creaciones se convirtieron en referente clave e indispensable para las generaciones siguientes de cineastas tanto dentro como fuera de Cuba.

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