A ordem reina

 

Por Pablo Gamba 

A ordem reina (Brasil, 2022), de Fernanda Pessoa se estrenó en É Tudo Verdade y ha recorrido otros festivales de Brasil, entre ellos Dobra, en Río de Janeiro, el año pasado. La cineasta se hizo conocida por el documental Histórias que nosso cinema (não) contava (Brasil, 2017), sobre el cine popular de ese país en los años setenta, en particular las sexicomedias que fueron llamadas “pornochanchadas”. Pero su obra tiene una vertiente experimental que comprende el largometraje Vai e vem (Brasil-Estados Unidos, 2022), correalizado con Chica Barbosa, comentado en una nota de Los Experimentos, y en la que se inscribe también el cortometraje A ordem reina

La película fue filmada en Super 8 en blanco y negro a lo largo de cuatro años (2015-2019) y figura en un programa dedicado al paisaje urbano. Se debe a que es también un recorrido por ciudades de Burkina Faso, China, Cuba, Guinea Bissau, Rusia, Serbia y Vietnam, países que aún tienen regímenes socialistas o que pertenecieron al llamado “campo socialista” en los tiempos de equilibrio en la capacidad de destrucción nuclear total de los Estados Unidos, la Unión Soviética y sus respectivos bloques geopolíticos, la llamada “Guerra Fría”. 

El Muro de Berlín estableció el derrumbamiento como lugar común para representar el fin de esa época, lo que incluyó el derribamiento de estatuas en diversos países como otro tópico visual destacado. Pero A ordem reina dirige una mirada impugnadora a lo contrario, a los monumentos del socialismo que siguen en pie, desde la Puerta de Tiananmén, que aún muestra el retrato de Mao Tse Tung en Pekín, hasta el mausoleo de Ho Chi Minh, que replica en Hanoi el de Lenín en Moscú, y el de Thomas Sankara, en Ouagadougou. También se observan la hoz y el martillo, estatuas de Karl Marx y puños alzados, y cómo ese pensamiento se expresó en la arquitectura. 

La banda sonora es la lectura en su idioma original de El orden reina en Berlín, un texto que escribió la dirigente comunista alemana Rosa Luxemburgo en enero de 1919, poco antes de que la asesinaran. El crimen se dio en el marco de la derrota del Levantamiento Espartaquista, el último intento de transformar el movimiento popular que había derrocado la monarquía en noviembre de 1918 en una revolución socialista que extendiera hacia Europa la que había triunfado con el liderazgo de Lenín en Rusia un año antes.

La película de Pessoa se vale del encuadre y el montaje como recursos que revelan lo contrario a la ruptura: la continuidad de los aspectos del paisaje urbano que mantienen la identificación con el socialismo bajo los regímenes que impulsan la restauración del capitalismo. De esta manera se confronta con la iconografía “derribacionista” de la disolución de la URSS y el campo socialista. Esto llama a preguntarse si realmente alguna vez se dio un verdadero cambio del sistema, si la dicotomía capitalismo/socialismo no habrá sido sino el aspecto que tuvo el orden durante la Guerra Fría. Un sencillo efecto visual plantea el derribamiento como tarea por hacer.


“¡Esbirros estúpidos! Vuestro orden está edificado sobre arena. La revolución, mañana ya ‘se elevará de nuevo con estruendo hacia lo alto’ y proclamará, para terror vuestro, entre sonido de trompetas, ¡fui, soy y seré!”, escribió Rosa Luxemburgo en 1919. El problema de una película como esta es cómo hacer que estas palabras no parezcan dichas hoy por una voz de cemento, que suenen como monumentos análogos a los filmados, a los que turistas nacionales y extranjeros van a tomarse fotos. La retórica del cine militante no es ajena a esta petrificación. Su incapacidad de movilizar es síntoma de la debilidad política de las fuerzas que resisten el orden y que hoy se enfrentan incluso a gobiernos socialistas que han hecho de la rebeldía un nuevo ritual del poder. 

Por eso hay que escuchar y observar con atención dónde está lo que puede tener de desestabilizador del orden esta pieza. Un desafío de nuevo tipo se siente en la voz que lee a Luxemburgo, por ejemplo. Lo dominante es percibirla como femenina, pero se identifica en los créditos con un nombre que se reconoce como de varón: Jules Elting. Es une intérprete no binarie de películas como O ornitólogo (Portugal, 2016), de João Pedro Rodrigues, o Carro Rei (Brasil, 2021), de Renata Pinheiro. La lectura desmonumentaliza el texto de la revolucionaria alemana poniéndolo en una voz que rompe las dicotomías en las que se basa el orden en los géneros. 

Podría replicarse que las políticas identitarias han triunfado de un modo que lo “no binario” está ya plenamente integrado al orden. Pero la experiencia de la escucha revela que no es cierto. Las voces aún se identifican como masculinas o femeninas. Nuestro oído sigue siendo dicotómico. 

Otro ejemplo de impugnación del orden, que se refiere al cine y, por eso mismo, es más interesante, es el uso que Pessoa hace del Super 8. En tensión con los tópicos del cine militante, hay una manera de entender este cine como orientado, por su propia naturaleza, hacia una expresión personal como la de los diarios fílmicos, y que parece la dominante en el cortometraje. 

Pero si A ordem reina tiene el aspecto de un diario de viajes, en el que incluso no se descartaron planos en los que personas saludan a la cámara como si las filmara otra turista, el uso de película en blanco y negro la distancia de los registros actuales de este tipo, que generalmente se hacen en color y con las cámaras digitales de los celulares. Lo más importante, sin embargo, es que el pequeño formato se emplea de una manera que aspira a producir un registro documental convincente, no un simple “apunte” como las entradas de los diarios. Su mirada se abre así a la dimensión pública de lo político, sin dejar de ser privada, de cine doméstico. Citando a Pablo Marín, hace que lo inconmensurable quepa en un soporte minúsculo. Es otra dicotomía que impugna, recuperando, en este sentido, también la tradición del cine experimental underground

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