Cortos experimentales de Fernando y Miñuca Villaverde
Un programa de películas experimentales del matrimonio Villaverde, realizadas entre 1970 y 1978 en los Estados Unidos, formaron parte del Festival INSTAR. Estuvo integrado por los cortos Poor Cinderella, Still Ironing Her Husband Shirt (1978) y To My Father (1973), de Miñuca Villaverde, y Apollo Man to the Moon (1970) y A Lady’s Home Journal (1972), de Fernando Villaverde. Además de ellos se exhibió el mediometraje documental Tent City (1980), realizado por Miñuca Villaverde.
Los Villaverde fueron parte del ICAIC y partidarios de la Revolución Cubana hasta 1965. Ese año, las tensiones entre los cineastas y el poder que recorren la historia del instituto cubano de cine los llevaron a tomar la decisión de irse del país, convencidos de que su lugar no podía estar en el sistema socialista que se construía en Cuba.
Fernando Villaverde aportó uno de los cortos de la época del despegue del ICAIC que hoy más se valora, El parque (1963), cuyos personajes melancólicos que hacen vida en una plaza chocaban con el entusiasmo que los cuadros políticos aspiraban a que difundiera el cine. La situación se hizo más difícil para el cineasta por causas análogas cuando terminó Elena (1965), su contribución al frustrado largometraje colectivo Un poco más de azul. El aborto de su primer largometraje como director, El mar, terminó de impulsarlo hacia el exilio junto con su esposa, que también trabajaba en el ICAIC como guionista y como actriz, por ejemplo en Elena.
Al instalarse en Nueva York, después de haber intentado radicarse en París, los Villaverde compraron una cámara para hacer películas. Lo hicieron inspirados en particular por Jonas Mekas, en cuya cinemateca quizás encontraron un cine nuevo el que no pudieron hacer en Cuba. Los cortos del programa se destacan por su apropiación del underground estadounidense.
Poor Cinderella... es una película que bien puede aspirar a formar parte de un canon histórico del cine experimental latinoamericano, si es que algún día tal cosa llega a definirse. Es un corto de reciclaje, hecho con material descartado de otra película de Miñuca Villaverde, Blanca Putica. A Girl in Love (1978). Por la manera como la realizadora trabajó el collage, la intervención y fragmentación del material fílmico, el copiado y el ritmo, me hace pensar en los trabajos de Malcolm Le Griece como antecedente, y en lo que va a haría después Peter Tscherkassky.
Es notable el dominio de las técnicas que demuestra la realizadora.
Pero si Le Griece señalaba el trabajo basado en la intervención física, los procedimientos de laboratorio y la refilmación como característicos de una vertiente del cine estructural, el corto de Miñuca Villaverde está marcado, sobre todo, por una tensión entre esa exploración de la materialidad y la sabiduría artesanal del cine, por un lado, y el cuerpo y la sexualidad de la mujer, por otro. Carolee Schneeman es una referencia obvia en este otro sentido, ya que es una película sobre una mujer que hace el amor. Pero el título, la intervención, la fragmentación y el montaje abstracto, basado en repeticiones, apuntan de modo inquietante en una dirección opuesta a la liberación sexual.
Con esta sensibilidad para el placer, pero cuestionadora e incluso rebelde, si se quiere, contrasta la mirada al padre y la familia reunida en torno a él en su casa de Texas, cuando estaba próximo a morir, en To My Father. Es, obviamente, una película de amor de la hija, pero también de observación de los cuerpos y la dinámica del grupo.
Miñuca Villaverde filma en momentos que van de la pose frente a la cámara, en una curiosa “foto familiar” para el cine, a la presencia de los mismos personajes en el jardín, gozando de sus cuerpos bajo el sol, mientras que el protagonista se muestra allí en una silla de extensión, con un terrible aspecto que me hizo creer que podía haber expirado sin que nadie a su alrededor se diera cuenta, como si incluso no hubiera habido alguien que lo notara tras la cámara que lo registra.
Es de eso que trata To My Father: de la fragilidad de la vida, que puede irse de un momento a otro en ciertas circunstancias, y de la posibilidad que tiene el cine de hacer que instantes de la vida de una persona queden registrados y puedan repetirse para siempre. Este es un cortometraje sobre una familia, y sobre cómo una película nos puede dar la ilusión, tan humanamente necesaria, de que es posible vencer a la muerte y traernos de vuelta la imagen viva de aquellos que se ha llevado, lo que se conjuga aquí con el contraste entre el blanco y negro y el color.
En la última parte de To My Father hay el registro de un viaje, presumiblemente el regreso de Texas, hecho desde un auto que corre por autopistas. Construye una representación del paisaje como un territorio ajeno, por el que se transita a gran velocidad. Esto me lleva al comentario del primero de los cortos de Fernando Villaverde en la muestra: Apollo Man to the Moon.
Apartándose del camino de los sentimientos de los exiliados en los Estados Unidos hacia el país del que se fueron, como los del clásico del cine de la diáspora cubana El Súper (1979), de León Ichaso y Orlando Jiménez Leal, el cineasta opta por investigar la mirada del extranjero a una Nueva York que se le presenta extraña, inhóspita, y cargada, por tanto, de ironías con respecto a la promesa de libertad de “América”. Lúcidamente expresa esto en un plano de la estatua emblemática, distorsionado por el registro con poca luz, y los motivos de la Luna en un cielo en el que no se ha cerrado la noche y la llegada de los primeros astronautas estadounidenses.
Personajes melancólicos como los de El parque vuelven a verse en esta película. Sin embargo, al revés de lo que sucede en el corto cubano, los deshumaniza su desplazamiento como masa uniforme por pasillos y escaleras mecánicas. Apollo Man the the Moon se presenta así como una amarga parodia de las vibrantes sinfonías urbanas de la vanguardia. Esto incluye el contraste de ese espacio exterior y el espacio doméstico interior de una familia que parece de otro planeta.
La ironía es lo que podría vincular Apollo Man to the Moon con A Lady’s Home Journal, otra que debería figurar en el utópico canon experimental latinoamericano. Es una película feminista en la que Fernando Villaverde se identifica como realizador en colaboración con su esposa. En ella exploran el choque entre la imagen que se exige a las mujeres “en sociedad”, como se dice, que es un ámbito patriarcal en el que la dominante es la mirada de los hombres, y las tentativas de fuga hacia la creación de otras imágenes, en un espacio que ni siquiera es el “hogar” del título, el ámbito doméstico, sino en la privacidad del baño, también a veces una pieza, en soledad.
Pero el espacio interior de este cortometraje es también terrible. Puede ser un microcosmos que reproduce allí el mundo de cuyas miradas la protagonista intenta escapar. El abismo se reabre ante ella en el mismo baño, donde trabaja sobre su cuerpo preparándolo para su exhibición pública, y en una escena con ella echada en el piso, como un regreso a la infancia, jugando en un cuarto con la casita de muñecas en su versión educativa moderna de los sesenta de Fisher-Price.
Un aspecto de sorprendente actualidad de este corto es el despliegue de diversas facetas incongruentes del yo de la protagonista. Hay otra parte en la que se presenta como una gitana tarotista y en otra como una bailarina de inquietante erotismo, con el cuerpo tatuado, pero también como jardinera literalmente etiquetada y como un ángel que es como una enamorada romántica. Esto tiene como correlato un contraste de la iluminación realista en unas partes y el marcado claroscuro en otras, así como también de diversos temas musicales. A diferencia del montaje que divide el corto en segmentos, los segmentos de música se solapan por momentos, lo que añade complejidad a esta representación polifacética, aunque claustrofóbica, del yo.
Así como es irónico que esta búsqueda de ser sí misma por la mujer, de darse su propia imagen, desemboque en versiones de sí misma que no dejan de corresponder a las expectativas masculinas, también lo es que siempre se muestra aquí para la mirada de otro tras la cámara, que es un hombre. Detrás de esa hay incluso otra mirada masculina, la male gaze del espectador. Creo que en este sentido hay que interpretar los planos en los que el personaje de Miñuca Villaverde desaparece y vuelve a aparecer, titila en la imagen porque el único lugar posible del encuentro consigo misma es una mirada para nadie, una no-mirada, en síntesis, la invisibilidad.
Hay que subrayar el contraste de Poor Cinderella… y A Lady’s Home Journal con la pacatería que ha caracterizado siempre al cine cubano hecho en el marco de las instituciones del Estado ‒no el de cineastas independientes como Jorge Molina, por poner un ejemplo relativamente conocido‒. Adivino en esto otra razón por la que los Villaverde pudieron haber marcado distancia con una Revolución no solo poco abierta en lo tocante a la profundidad de los sentimientos sino nada revolucionaria en lo que concierne a los cuerpos. Pero si el socialismo en Cuba no logró producir un “hombre nuevo” ‒y el uso de la expresión exclusivamente en masculino no es casual‒, la transformación de la que Fernando y Miñuca Villaverde comenzaron siendo parte en la isla cristalizó haciendo de ellos una pareja de nuevos cineastas en Nueva York.
Esto marca también la mirada de Tent City, un corto realizado por Miñuca Villaverde en otra etapa de su vida, cuando se mudaron de esa ciudad a Miami. Es una película de cine de urgencia. Registra a un grupo de los cubanos recién llegados por miles a los Estados Unidos en el llamado “éxodo del Mariel”, en 1980, instalados bajo un puente en un “campamento” de carpas militares.
El gobierno de la isla calificó a estos emigrantes de “lumpen”, de “escoria social”. La realizadora va más allá de desmentir esto con su mirada y los testimonios grabados para hacerse cómplice de varios de estos inmigrantes en la libre expresión de la disidencia de sus cuerpos del sistema socialista de Cuba por lo que respecta a su homosexualidad y travestismo. Tent City es por esto no solo una película urgente sino también característicamente underground, marcada por una sensibilidad avanzada para su época en el contexto latinoamericano. Además de precederlo, se distingue en esto de la paradójica representación convencional de otro clásico del cine del exilio cubano: Conducta impropia (1984), de Néstor Almendros y Orlando Jiménez Leal.
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