Mafifa

 

Por Pablo Gamba 

La película ganadora del Festival INSTAR, Mafifa, se estrenó en 2021 en el IDFA, en Ámsterdam, estuvo en el Festival de La Habana en 2022 y ganó el premio al Mejor Largometraje Documental en el Festival de Trinidad y Tobago. Daniela Muñoz Barroso intenta construir en ella un retrato del personaje del título, una mujer de vida misteriosa que llegó a tocar la “campana macho” en la conga en Santiago de Cuba. Lo singular es la subjetividad de la búsqueda de Gladys Linares Acuña siguiendo la estela de su registro en la memoria oficial y los recuerdos de los que la conocieron, en un cine sensorial marcado por una limitación de los sentidos. Refleja así la progresiva pérdida de audición de la realizadora, que ya no pude escuchar el instrumento de Mafifa. 

Desde el comienzo como una road movie, en el viaje en bus hacia Santiago, el documental sumerge en su sensorialidad a los espectadores. No lo hace solo en la banda sonora sino también con una cámara que expresa la subjetividad del personaje de la cineasta. Se logra mediante los planos detalle, los movimientos de la cámara y, en particular, en la atención privilegiada que se presta a la boca de los personajes. Es el correlato de la experiencia de la que lee los labios de quienes hablan con ella. También de la que con la vista y el tacto percibe su presencia en un lugar, en contacto con todo lo que la rodea, pero a la vez a distancia porque no escucha ciertos sonidos. 

Esto, sin embargo, tiene la limitación propia de una película que no se presenta como documental experimental. Desde el comienzo hay un contrapunto entre el sonido subjetivo y la voz narradora extradiegética, en la que el personaje de la cineasta se muestra tal cual es para como la escuchamos los que no tenemos hipoacusia. Su manera de hablar está al borde de lo ininteligible al comienzo para llamar la atención sobre esto, pero se hace más diáfana a lo largo de la película. Hay que destacar la valentía de Muñoz Barroso al mostrar en on, off y over su voz tal cual es, haciendo patente que entender lo que dice solo requiere un poco más de atención. 

En los planos auditivo y el visual hay un ir y venir de la ocularización y auricularización internas, siguiendo la terminología de Gaudreault y Jost, al grado cero en ambos casos. Lo más opuesto a lo subjetivo está, visualmente, en los planos aéreos del desplazamiento de la conga por las calles, en los que la perspectiva es la de una “meganarradora”, según estos mismos autores. 


La película también se destaca por el paralelismo entre la pérdida progresiva de audición, que lleva a la cineasta narradora a apelar a su recuerdo de los sonidos que ya no puede escuchar, y el relato de la investigación para armar el retrato de Mafifa con el recorrido por el lugar donde vivió, documentos y testimonios. Es evidente que los personajes nunca conocieron, ni dicen ni pueden decir toda la verdad sobre ella, como si la sociedad se hubiera hecho un poco ciega y muda en torno a la manera de ser y de vivir de una mujer que desafió el sexismo en la música y su vida personal. 

En este sentido, la búsqueda de Mafifa es también la de Daniela Muñoz Barroso de sí misma, que es otra una mujer en desajuste con su entorno, no solo por su condición auditiva sino como realizadora de cine independiente en Cuba. Así como la película hace sentir fuertemente la cercanía-distancia de la hipoacusia al comienzo, vuelve al final sobre lo mismo con el relato de la subida a una montaña, donde el personaje de la cineasta encuentra un lugar con el que puede sentirse en armonía por el silencio. El documental remarca así la limitación de los encuentros de la documentalista con los personajes, a los que ella siempre percibe como desde un mundo aparte. Es una problematización que es casi de rigor en el cine etnográfico de la actualidad. 

Este aspecto reflexivo de Mafifa se extiende a su construcción de los personajes. Entra en juego en esto la cultura afrocubana y sus tensiones con la que Paul Schroeder identifica como “modernidad socialista” hegemónica en Cuba, un proyecto de origen europeo que no deja de reproducir la relación colonial, aunque sus aspiraciones sean otras. Tampoco el socialismo ha sido exitoso en la superación de las desigualdades tradicionales, como las de las mujeres con relación a los varones. Son problemas con los que se toparon con rudeza los realizadores críticos del cine oficial del ICAIC, de lo que dan constancia obras maestras como De cierta manera (1974), de Sara Gómez. 

Hay que señalar, por tanto, que el ascenso a la paz de la montaña no constituye una respuesta escapista ni nada por el estilo en Mafifa. Por el contrario, desde esta consciencia de la diferencia con respecto a los personajes y la disonancia de la cineasta con su mundo, la película se sumerge en la cuestión neobarroca, igualmente señalada por Schroeder, de las tensiones entre la modernidad socialista y una cultura afrocubana que se ha modernizado con la revolución, pero también por su capacidad de sobrevivir en tensión con ella o en resistencia, como diría Bolívar Echeverría. Entran en esto en juego los géneros, la rebeldía de las mujeres de diversas culturas y condiciones sociales contra la hegemonía de los varones, e incluso la problemática noción de “discapacidad”, por la manera como Muñoz Barroso desafía el estereotipo.


Esto abre otra puerta a la identificación de la cineasta y los espectadores con los personajes, ya no como “pueblo” de la manera oficialista como esto se entiende. Muñoz Barroso percibe en la danza, y los toques de tambor y campana un encuentro de los cuerpos afrocubanos consigo mismos en la Cuba socialista. Es una manera de decir que Gladys Linares era la mujer que quería ser, y que sus paisanos llamaron Mafifa, cuando bailaba y tocaba muy fuertemente la campana. Conlleva el reconocimiento en los danzantes de la identidad africana que se resiste a una modernidad colonizadora en estos movimientos, así como en Mafifa también se resistía al machismo. Hay una parte de la película en la que entran en juego la lluvia y el fuego en relación con esto, lo que abre la imaginación de los espectadores a otra manera de estas personas de estar en el mundo, de relacionarse con sus elementos. 

Pero la pregunta sigue siendo si Daniela Muñoz Barroso, la cineasta, y nosotros, los espectadores y espectadoras, estamos condenados a permanecer en el otro polo de esa tensión, el de la modernidad socialista o la “modernidad liberal”, también identificada por Schroeder y que es colonialista por antonomasia. La interrogante surge del “progreso” al que están ligados el documental etnográfico y el cine de arte como espectáculo para el disfrute de una élite ilustrada. 

La respuesta podría ser que no, que de algún modo sí podemos ubicarnos del otro lado de esas tensiones. En el intento subjetivo de Mafifa de sumergirnos en el torrente humano de la conga percibimos la violencia con la que la policía actúa para mantenerlo dentro del cauce del “orden”, como temiendo que la resistencia pueda desbordarse en revuelta o rebelión. Sentimos vicariamente un eco terrible del trato de látigo y garrote propinado a los esclavos, como si a nosotros también nos estuvieran “encauzando” con su violencia los agentes. Sería estando frente a un enemigo común como este que podríamos encontrarnos todos y todas, a pesar de nuestras diferencias, en un pueblo sin comillas.

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