El polvo ya no nubla nuestros ojos

 

Por Claudia A. Arteaga 

Como es una tendencia de películas experimentales, lo primero que llama la atención de El polvo ya no nubla nuestros ojos (Perú, 2022) es la materialidad. La textura orgánica y de aspecto surreal del Super 8 funciona para comunicar que lo referido en esta realización del Colectivo Silencio ‒conformado por 12 artivistas peruanos‒ atraviesa tiempos, planteando una conexión entre el pasado y el presente como clave para entender el Perú. Esta comprensión sin velo, desprovista del polvo que nubla la mirada, es la promesa que sostiene su engranaje. 

Éste, como decíamos, toma la forma de una narrativa que junta tiempos, y con ellos, demandas de justicia y reparación formuladas en un pasado lejano y reciente por activistas, periodistas y escritores, hombres, mujeres y de la diversidad sexual. Estos reclamos responden a una variedad de luchas: por la tierra, por la preservación de los bosques, contra la discriminación, por comunicar una verdad en medio de mentiras oficiales, por la democracia, por salvar la vida en medio de un incendio. Otros cuerpos y voces, de familias o deudos de estos activistas leen textos escritos por estos últimos o que les aluden de alguna manera. En esta secuencia de lecturas que evocan demandas desatendidas, la película nos lleva además por una variedad de escenarios (urbanos, del campo, íntimos y públicos) y lenguas (español, quechua, ashaninka), respondiendo con justicia representativa a una realidad injusta que permanece.


Así, por un lado, El polvo ya no nubla nuestros ojos expone la potencialidad de la no-ficción para “trabajar la memoria” ‒parafraseando un título de Elizabeth Jelin. Al hacerlo, la película nos enfoca en un Perú actual con injusticias similares, las que, a un año del estreno del corto, continúan acumulándose trágicamente luego de que el gobierno peruano haya asesinado en protestas (desde diciembre de 2022) a personas originarias, de sectores populares como las que en los pasados evocados por el corto sufrieron o fueron victimadas. En este juego de espejos temporal radica la fuerza política de la película y la comprensión sin velo que llevaría a contrarrestar, como una especie de “contra-memoria”, un momento de conmemoración del bicentenario peruano, en donde la oficialidad busca decodficiar el pasado nacional-estatal de manera heroica. 


Por otro lado, la película al llevar esas presencias y memorias marginales al centro, plantea preguntas a sus marcos de inclusión. Si se repara simbólicamente la desigualdad que supone la injusticia y el olvido con memoria, llama la atención que este mecanismo encuentre su límite en la forma en que precisamente esas presencias del pasado adquieren voz. Llama la atención que sea la escritura, justamente, el factor que homologue lo evocado o que garantice una reinscripción histórica. Sobre todo, sorprende cuando entre los aludidos hay personas originarias, como el dirigente cusqueño Saturnino Huillca, quien nunca aprendió a leer o escribir en español. 

Algunos integrantes del Colectivo Silencio

Así, nos preguntamos por qué la tradición oral u otras formas de transmisión de saber no tendrían lugar en una representación que quiere ser inclusiva. Sin embargo, esta pregunta puede parecer inapropiada en las escenas en que se presentan personajes que leen sus propios textos, literarios, en pantalla. Aunque son los menos, cabe preguntarnos por qué esa diferencia. Sabemos que la poesía, la literatura en general, son herramientas de expresión, de denuncia y de formas de apelar a sentidos no comunes que pueden ser rupturistas. Curiosamente, la literatura desde su origen responde a una tradición oral que, a la vez, pareciera que no se puede concebir sin el soporte escrito, idea consolidada por el occidentalismo en que vivimos, y que la película no niega. 

Lo anterior, que se presta a un comentario político de nuestra parte a un nivel de representación, también es una observación a una fluidez entrecortada de algunas de las lecturas, en comparación con otras que se notan más experimentadas en el recitado público. Es inevitable, así, que nuestra atención se desvíe por momentos a solo los actos de lectura, en lugar de concentrarnos también en el contenido. 

El polvo ya no nubla nuestros ojos ha sido galardonado en varios festivales y seleccionados en tantos otros, incluidos el Festival de Cine de Lima, en donde obtuvo el Premio Especial del Jurado y el Premio de Preferencia del Público, y el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, en donde estuvo en la competencia internacional de cortometrajes. Se trata de un exitoso recorrido que evidencia la necesidad de entregas que respondan con la premura del caso a las injusticias de nuestros tiempos. El polvo... responde a este llamado retomando con efectividad ciertos lineamientos de un cine político (sí, de un cine político) que lucen oportunos, no sólo para el contexto peruano, sino el latinoamericano que nos ha tocado vivir. 

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