Estranho caminho y Retrato de um certo Oriente

 

Por Pablo Gamba 

Estranho caminho (2023) y Retrato de um certo Oriente (2024) son largometrajes brasileños que están en el BAFICI. El primero, escrito y dirigido por Guto Parente, es parte de la sección Trayectorias y viene de ganar cuatro premios en el la competencia internacional del Festival de Tribeca: los de mejor película, guion y fotografía, y mejor actuación, de Carlos Francisco. También estuvo en Horizontes Latinos, en San Sebastián, y fue premiado en la muestra Autorías del prestigioso Festival de Tiradentes, en Brasil. Retrato de um certo oriente, dirigido por Marcelo Gomes, se estrenó en el Festival de Rotterdam, en la competencia Big Screen. 

Parente fue parte del Coletivo Alumbramento de la ciudad brasileña de Fortaleza junto con Pedro Diógenes y Luiz Pretti. Codirigió películas como Inferninho (2018) con Diógenes, y Os monstros (2011) y Estrada para Ythaca, con Diógenes y Pretti. Ambas pasaron también por el BAFICI y la segunda fue galardonada con una mención especial la competencia internacional. 

El colectivo hacía cine independiente, incluso sin personería jurídica, con una búsqueda orientada hacia la integración de diversos lenguajes artísticos. Inferninho, que se rodó después del fin de Alumbramento, es un ejemplo de cómo eso disiente de la manera en que los géneros cinematográficos se trabajan de un modo realista en el cine brasileño contemporáneo. Un ejemplo emblemático es la línea del “melorrealismo” de Central do Brasil (Estación Central, Walter Salles, 1998). Frente a eso encontramos los personajes extraños que habitan un bar en la película de Parente y Diógenes, que se presenta también en diálogo con un clásico latinoamericano del cine de la claustrofobia: El lugar sin límites (México, 1978), de Arturo Ripstein.


En Estranho caminho Parente da un giro con respecto a eso, y de algún modo se refleja en el tipo de festivales que ha recorrido y la han premiado. Hay una tendencia a la normalización del estilo que se expresa, sobre todo, en la fotografía en color diáfana y bellamente clásica de Linga Acácio, con sus claroscuros y su encuadramiento central de los personajes. La película está ambientada en circunstancias reconocibles por el público mundial, las de la pandemia del covid-19, a la que vuelve como dispositivo para crear una atmósfera realista para los aspectos fantásticos de un relato de reencuentro de un hijo cineasta y su padre, con el que tuvo una relación conflictiva. 

Hay un contrapunto irónico de la normalización del estilo en la historia, en los fragmentos de la película experimental de terror con la que el protagonista, un director de cine, aspiraba a participar en un festival de Fortaleza. Esa otra manera de filmar, en soporte fotoquímico, se emplea también en la representación de los sueños, lo que la contrasta con lo real en la ficción. 

Pero también hay otra ironía más significativa de la normalización del estilo. Es la que hay en el juego de llevar lo fantástico hasta el límite lo que podría ser verosímil en el marco del realismo genérico, y que es un modo de conducir a los espectadores hacia otro lugar más inquietante. La película pone en tensión la narrativa clásica acercándose a la representación incierta moderna por la falta de solución de continuidad aparente entre lo real, la memoria, el sueño y lo sobrenatural. 

Sin embargo, al final se aclara la confusión que podría causar eso, aún hoy, en el público de un cine “excesivamente obvio”, como David Bordwell caracteriza el estilo forjado por Hollywood. Por lo mismo, debo evitar el spoiler al que somos propensos los críticos de otro tipo de películas.


En Retrato de um certo Oriente, en cambio, domina el estilo clásico sin problematización significativa, a pesar de la breve secuencia de “entrevistas” que se inserta en el relato. Incluye la bella fotografía en blanco y negro de Pierre de Kerchove, y la aspiración a hacer un cine que dé expresión a los mitos de una sociedad, lo que es volver de alguna manera a John Ford. 

El mito aquí es el de la inmigración, con personajes que viajan de Líbano a Brasil a mediados del siglo pasado. Hay que poner énfasis en la opción por los pueblos de los que llegaron personas en grandes cantidades a América Latina cruzando el Atlántico en barco en los siglos XIX y XX, ya plenamente asimilados al imaginario social y capitalista ‒el mítico comerciante árabe, por ejemplo‒. De allí que la leyenda siga siendo la versión dominante de la inmigración. 

Aunque el motivo del registro fotográfico está presente y es el correlato del “retrato” del título, y hay una parte en la que la historia pareciera deslizarse hacia lo documental, como dije, con las “entrevistas”, el modelo que se sigue es el de una Cenicienta “realista”, con una joven cristiana que emigra al Brasil, arrastrada por su hermano conflictivo que la saca de un convento, y que se casa con el rico y apuesto heredero de un comerciante árabe musulmán de Manaos. Hay incluso un episodio de aventura exótica, que lleva a los migrantes a una comunidad indígena en la selva del Amazonas en la que un médico tradicional cura al hermano de la protagonista, herido de bala.

No tengo reparo en el spoiler en este caso. Es un placer malévolo del que no quiero privarme pensando en espectadores como quizás fueron algunos del Festival de Rotterdam y pueden serlo ahora otros en el BAFICI, a los que quizás de algún modo esta película les cuenta una historia que preferirían imaginar de los árabes, aunque sea una fantasía como de las Mil y una noches.

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