La deuda

 

Por Pablo Gamba 

Gustavo Fontán es uno de los realizadores más importantes del cine argentino actual y se ha distinguido por su acercamiento a la problemática vanguardista de la percepción. Hemos escrito en Los Experimentos sobre varias de sus películas: La terminal (2023), El piso del viento (2021) y Sol en un patio vacío (2017). Todavía espera, sin embargo, la oportunidad de que los méritos de su obra reciban el reconocimiento que merecen más allá de un círculo de cinéfilos de su país. 

En La deuda (2019) cristalizó un giro de Fontán hacia lo que generalmente se entiende por cine narrativo, luego de la obra bisagra que, vista en perspectiva, habría sido El limonero real (2016), su anterior largometraje. En La deuda se narra la historia de un personaje cuyo objetivo se fija con claridad al principio de la manera clásica: tiene hasta el día siguiente para reponer 15 000 pesos que “tomó prestados” en la oficina. Es difícil entender lo que esa cantidad significa, expresada en moneda nacional de aquella época, pero podía ser insignificante para pocos y el ingreso bruto de un mes para muchos. 

Sobre esta base, Fontán plantea una película que también se diferencia de las anteriores porque, aun siendo cine de lo sensorial, lo esencial no es aquí sumergir al público en detalles, impresiones y disyunciones que le hagan perder pie, por lo que respecta a la manera habitual, mecánica, de percibir el mundo. Lo que se le plantea al espectador en La deuda es principalmente un trabajo de participación para entender, que comienza por el esfuerzo que tiene que hacer para conectarse con personajes que manifiestan un abatimiento y una dureza vinculadas con una pesada atmósfera que puede ser de la Argentina endeudada de entonces y de hoy. Es posible que resulte duro y doloroso identificarse con lo que sienten a partir de la experiencia personal.


Pero hay recompensa para el que haga ese esfuerzo: la sólida estructura del recorrido de Mónica a la búsqueda de quienes puedan ayudarla a completar el dinero, durante toda la noche, tiene un atractivo correlato abierto en la trama. Aunque parezca lineal, el itinerario de la protagonista está marcado por giros inesperados, sorprendentes, así como por el juego con las pistas que se dan. A lo largo de su viaje, además, la joven se encuentra con diversos personajes, en escenas en las que lo que se percibe de lo que sucede no parece ser sino una pequeña parte que aflora, en las palabras que no se dicen y en la expresión de los cuerpos, de complejas relaciones entre ellos. El espectador debe usar su imaginación para poder entender lo que sucede. 

La deuda tiene cierto parentesco con películas rumanas como 4 meses, 3 semanas, 2 días (2007), dirigida por Cristian Mungiu, y La muerte del Sr. Lazarescu (2005) –titulada en Argentina La noche del Sr. Lazarescu–, dirigida por Cristi Puiu. El mundo oscuro y endurecido del que tiene que sentirse partícipe el espectador, si entra en el juego que se le plantea, se parece irónicamente a la manera como los cineastas del país europeo han representado la dictadura comunista de Nicolae Ceausescu (1967-1989). En el cine nacional, La deuda vendría a ser la contraparte en el drama de las comedias de Martín Rejtman sobre la circulación de los objetos y de las personas, análoga a la del dinero en el capitalismo, como Silvia Prieto (Martín Rejtman, 1999). 

La deuda se desarrolla en el sur de Buenos Aires y sus alrededores, donde las calles y autopistas están escasamente iluminadas y de noche permanecen desiertas, en contraste con la “París del Plata” de los ricos y los turistas. No es una representación realista; se trata de estilo indirecto libre. La decadencia de la ciudad la llevan también en el cuerpo Mónica y los demás personajes. Es notable la composición de la petrificación, la extinción casi completa de la ternura y la derrota de la esperanza, en particular en las actuaciones de Belén Blanco (Mónica) y Marcelo Subiotto (Sergio). 


Lita Stantic y los hermanos Pedro y Agustín Almodóvar, que son los productores, entendieron que Gustavo Fontán debía trabajar con quienes lo había hecho en sus películas experimentales: el director de fotografía Diego Poleri, el montajista Mario Bocchicchio y el sonidista Abel Tortorelli. También con su esposa, la escritora Gloria Peirano, como coguionista. Por eso, aunque sea diferente, La deuda se permite dos momentos sensoriales característicos de sus trabajos anteriores, y la participación del espectador es también un intenso esfuerzo por ver en medio de la oscuridad, que oculta incluso los rostros, y de prestar atención a la sutil presencia de la música. 

Las sombras, y los grises y azules de la noche opresiva se abren a otras luces y colores en la atmósfera de un bingo. Allí, el hundimiento en una ilusión característica del capitalismo tiene un correlato preciso en la luz y el sonido. Da pie también para la inclusión de extrañas escenas de la televisión y para un intercambio casi surrealista o, por lo menos, de difícil explicación. La película llega a alcanzar el nivel del cine de multitudes y ritmos urbanos de las vanguardias en el amanecer amarillo intermitente, visto desde el interior de un tren abarrotado de una multitud adormecida, que poco a poco se va dejando arrastrar por la ciudad en la que desembarca. 

Aunque parezca hundirse en la desesperanza, hay cierta estridencia política que no deja de resonar en el título: La deuda. En este sentido, puede ser relacionada con otra notable producción argentina de bajo presupuesto, La larga noche de Francisco Sanctis (2016). Ambas ponen de relieve el alcance político de un cine de las sensaciones –traducir la atmósfera del país bajo la dictadura cívico militar de 1976-1983, en la película de Andrea Testa y Francisco Márquez; el regreso de las mismas políticas económicas, en la de Fontán–. La necesidad de participación del público es también, por tanto, un claro llamado de atención sobre una situación que ha llegado a un punto en el que no se soporta más y hay que cambiarla. Es responsabilidad del espectador ser consecuente con eso, o no.

Una versión anterior de esta nota se publicó en Desistfilm.

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