Dormir de olhos abertos (2)

Por Antonio Enrique González Rojas

Los personajes de Dormir con los ojos abiertos (Dormir de olhos abertos, 2024), segundo largometraje de Nele Wohlatz (El futuro perfecto), detentan ‒¿sufren?‒ una condición trashumante que desvían a la cinta de los más usuales discursos fílmicos sobre la migración, tendientes a discutir sobre la xenofobia, la asimilación cultural, o la integración de identidades foráneas a los corpus identitarios nacionales de los países adoptivos. 

Sobre la contemporaneidad nómada 

A diferencia de películas como Gaijin, los caminos de la libertad (Gaijin, os caminhos de Liberdade, Tizuka Yamasaki, 1980) ‒para mencionar otra película brasileña protagonizada por oriundos del Lejano Oriente‒ o las más recientes Minari (Lee Isaac Chung, 2020) y Vidas pasadas (Past Lives, Celine Song, 2023), Wohlatz propone una historia de nomadismos protagonizada por sujetos cuya única patria parece ser el movimiento perpetuo, la eterna circunnavegación del globo en pos de la supervivencia. Son trashumantes crónicos que existen a contrapelo de las lógicas nacionales en que subsisten, y están dotados de una permanente consciencia de lo temporario de sus estancias, en este caso, en la ciudad brasileña de Recife. 

El dilema de la mayoría de estos personajes no es el de adaptarse a la sociedad extraña en que se han insertado, para sobrevivir a las nuevas circunstancias, sino casi todo lo contrario: resistir hasta el último minuto su incorporación a la nación, evitar con todas sus fuerzas la absorción, el diálogo cultural, la integración y las consecuentes fusiones idiosincráticas. 

El propio título de esta cinta, premiada por la Fipresci en la sección Encuentros (Encounters) de la Berlinale 2024, delata precisamente la condición de resiliencia última que presentan estos trabajadores chinos que laboran en Brasil bajo las órdenes de una compatriota emprendedora, quien parece haberlos reducido a la condición cuasi-esclava de los culíes del siglo XIX. 

Inmersos en un medio ajeno, cesan de explorar las posibles “contaminaciones” del país de residencia temporal que puedan experimentar, tanto en su cuerpo como en sus percepciones de la realidad. La autosegregación casi tribal los caracteriza, incluyendo una fuerte reluctancia a comer los platos locales para evitar “oler” como los sudamericanos, según comenta en algún momento uno de los trabajadores. Cuerpo y alma se blindan contra los influjos del mundo extraño que habitan, pero que evitan que los habite a ellos bajo ningún concepto. 

Se empeñan en no comprender a Recife, a Brasil y a los brasileños, y mucho menos buscan ser comprendidos por estos, so pena de remontar el camino de la asimilación irrevocable. A la par, lamentan los meteóricos cambios que experimenta la faz urbana de su China natal, sobrepoblada por rascacielos en permanente construcción, perfilándose como un país mutante que quizás tampoco puedan reconocer como suyo tras el potencial retorno, nunca desechado en sus proyectos de vida. Esto los inscribe en un no cartografiado territorio del desarraigo absoluto, en una zona de ambivalente y sempiterna ausencia. Los confina en un estado de sempiterna nulidad para cualquier perspectiva que considere ineludible la adscripción a lo nacional ‒cuando nación y patria, como todas las construcciones culturales humanas, son espejismos cristalizados, pero ilusiones al fin. 

“Dormir con los ojos abiertos” es un gesto de alerta y angustia permanentes, pero también habla de la contradictoria complementariedad que define la heterodoxia de la condición en que existen los personajes. Son y no son, a la vez. Pues ya esta no es la cuestión. Resultan verdaderos laboratorios de reformulación de algunos de los principios socioculturales más arraigados a la médula de la Humanidad. Son crisoles en que se fusionan la “materia” nacional con la “antimateria” migrante, generando homúnculos dotados de una tercera, múltiple y conciliatoria condición: la trashumante. Incluso aunque ellos mismo no sean plenamente conscientes de esta. 

Amar con los ojos semicerrados 

Fiel a la pauta sentada en su ópera prima de 2016, El futuro perfecto, Wohlatz se decanta por estructurar una intimista historia de amor como bastidor narrativo, para discutir sobre estos asuntos o al menos provocar polémicas muy a tono con la contemporaneidad global. 

El de Dormir con los ojos abiertos es un suave triángulo amoroso transtemporal entre Kai (Liao Kai Ro), aturdida turista taiwanesa que arriba a Recife en medio de una crisis sentimental, Fu Ang (Shin-Hong Wang), un trabajador chino marcado por una tragicómica mala suerte que vende sombrillas en un clima seco y comercia con salvavidas inflables en una playa cerrada a los bañistas por la presencia de tiburones, y Xiao Xin (Chen Xiao Xin), una melancólica viajera, escritora y sobrina de la empleadora temporal del segundo. 

Esta afiligranada arquitectura del cariño se va levantando a golpe de encuentros y desencuentros fortuitos. No resultan forzosos deux ex machinas que dinamiten el orgánico fluir de la historia fílmica, pero sí son los suficientemente arriesgados como para coquetear elegantemente con el kitsch inherente a la “vida real”, evitado por la mayoría de los creadores de relatos. El azar se vuelve aquí una fuerza dramática poderosa, casi palpable. 

El trío co-protagónico termina entendiéndose como alegoría de las distintas etapas del proceso de asunción de la referida condición trashumante perpetua, en plena divergencia con la finitud del estatus de emigrante. 

Kai es la viajera azorada, la exploradora que descubre casi a regañadientes el mundo allende su burbuja patria, y se escuda en una desafiante curiosidad para hacer frente a las nuevas (¿irreversibles?) circunstancias. Fu Ang puede considerarse el trashumante resignado a desandar(se), empujando incontables piedras hasta el inalcanzable borde del mundo. 

Xiao Xin, por su parte, ha alcanzado la “iluminación” filosófica desde una aprehensión de la vagabundez que la lleva a habitar todas en partes al unísono, y ninguna región en específico. La suya es una resignada asimilación de la dulce incomodidad que provoca esta situación, mientras que el desarraigo es una sensación ajena ‒para ella y para toda la película‒, reservada solo para sujetos sedentarios. A su vez, emplea esta experiencia para reencontrarse como sujeto trashumante, no-nacional, no-migrante, anti-nostálgico, nómada. Se concentra en ser en el mundo, gracias a que no se identifica con ninguna porción específica de este. 

Nele Wohlatz (también coguionista junto con Pio Longo) lanza a sus personajes a un viaje fractal a través de sí mismos, mientras el entorno como realidad maciza se deslíe cual fata morgana ante sus ojos. El camino que estos héroes transitan, a muy distintos ritmos y con una armónica asincronía que segrega de la ecuación fílmica la linealidad temporal como coeficiente inmutable, conduce a ellos mismos con grácil zigzagueo. 

El sujeto resulta aquí el único eje posible, capaz de dormir con placidez a pesar de nunca cerrar los ojos, habitante anfibio del sueño y la vigilia. Viajero que llega y se va al unísono. Que se fuga y llega. Permanece y se diluye. El mundo es un lugar sobre el que caminar sin pausa.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Mitopoiesis de Tenochtitlán: ¡Aoquic iez in Mexico! / ¡Ya México no existirá más!

El auge del humano 3 y Solo la Luna comprenderá

Conversación con Andrés Di Tella