Ejemplo # 35 e Hypnagogia


Por Pablo Gamba 

En la muestra online del festival Experiments In Cinema de Albuquerque, Estados Unidos, participó Ejemplo # 35 (Cuba, 2022), de Lucía Malandro y Daniel Saucedo. Allí fue el estreno, además, de Hypnagogia (Canadá, 2024), de Cecilia Araneda, sobre cuyos cortos hemos escrito. 

Ejemplo # 35 comenzó su recorrido en el Festival de Documentales de Ji.hlava, en la República Checa, y estuvo en el Ficvaldivia, en Chile, y en True/False, en Columbia, Missouri, Estados Unidos. Es una película que sigue la línea de trabajo con archivos fílmicos y fotográficos que Malandro y Saucedo vienen desarrollando desde 2018, cuando cursaban estudios en la EICTV de San Antonio de los Baños, en Cuba. Se relaciona con el proyecto de largometraje La isla sumergida, para el que recuperan material de los archivos criminales cubanos y documentan la relación con ellos de la persona que los custodia, la única que tiene acceso a esos registros. 

El cortometraje se presenta, así, como otra de las películas que responden en la actualidad a la perenne demanda de “ver Cuba”, de mostrar su realidad, en particular sus aspectos desconocidos. Es un interés del público extranjero por la isla en la que aún se sostiene un sistema socialista de los que siguieron el modelo de la Unión Soviética en el siglo XX, pero también de los cubanos que tradicionalmente han encontrado en el cine de la Revolución una apertura a temas y problemas que no tratan los medios de comunicación en los que prima la propaganda. 

Malandro y Saucedo tratan en su película una faceta de Cuba que contradice el mito oficial, lo que está implícito en el uso de la imagen negativa en las partes de ficción que filmaron. El corto adquiere incluso un aspecto de indagación en una realidad enferma en la endoscopia en color que incluyeron, en contraste con el blanco y negro del resto. En Ejemplo # 35 hay una historia de pequeños delincuentes que operan en un ambiente de bares e, implícitamente, prostitución.


La película se destaca por la manera como los cineastas construyen el relato, trabajando con fotografías y textos que explican lo registrado en ellas provenientes de los archivos señalados. Por una parte, recurren al soporte fílmico, lo que establece un paralelismo material con las fotos. Por otra, les dan a estas movimiento con técnicas que, sin serlo, recuerdan la animación. 

Una consiste en planos fijos sucesivos que crean “paneos” sobre las fotos, tanto en vistas generales exteriores como en planos medios de interiores. La sucesión de las fotos en el orden que permite construir la narración se conjuga con los textos señalados, que en este marco funcionan de manera análoga a los intertítulos de una película muda. Aquí no hay voz narradora. 

La alternación con las partes filmadas por ellos, que me hacen recordar las reconstrucciones estilizadas de Errol Morris por lo que respecta al concepto, no estéticamente, es lo que termina de anclar las fotos y textos en un relato de imagen en movimiento. Producen, además, una inquietante duda acerca de si las fotografías fueron el resultado de una técnica judicial de reconstrucción o de un trabajo de infiltración y seguimiento de los delincuentes por la policía. 

Malandro y Saucedo emplean también en Ejemplo # 35 textos tomados de En el esqueleto de la ballena, pieza del Odin Teatret inspirada en el cuento breve “Ante la Ley”, de Franz Kafka. Las características de los personajes de las fotos, su mundo y su manera de actuar, hacen que la etnografía sea otro punto de encuentro con el trabajo del grupo danés de Eugenio Barba. Pero también con las películas en las que el cine cubano se hizo cargo de la paradoja que es, para el socialismo, la persistencia de la marginalidad en el sistema, como De cierta manera (1974), de Sara Gómez, o El Fanguito (1990), de Jorge Luis Sánchez. Incluso con PM (1961), de Orlando Jiménez Leal y Sabá Cabrera Infante, cuya mirada de free cinema a la vida nocturna de La Habana fue motivo de censura por la nueva moral oficial.


Sin embargo, la actitud crítica de la Revolución es aquí otra que la de Gómez y Sánchez. Redescubriendo esta parte de la humanidad que se apartaba del ideal del “hombre nuevo”, no se pregunta por la capacidad del sistema de redimirla e incorporarla por su propio bien, sino por la intención de hacer del ser humano una materia moldeable con arreglo a la utopía socialista. 

Hay que precisar que para Malandro y Saucedo esa no es una pregunta retórica. La larga secuencia de fotos de dinero y joyas incautados en los procedimientos policiales, junto con la cita de cómo se roba un reloj en Pickpocket (1959), de Robert Bresson, son reveladores de una problematización sincera de la persistencia de antivalores que se identifican con el capitalismo y no con una tradición cultural considerada atraso desde la perspectiva ideológica oficialista. 

Encuentro, en cambio, una actitud crítica diferente frente a los métodos de investigación. Las fotos apuntan con su dedo acusador hacia ellos de un modo más contundente incluso que hacia el delito. Hay un escalofriante parecido con el espionaje al que se recurre contra la disidencia política. Es revelador de una homología por lo que respecta a la problemática noción de “peligrosidad social” en la que se basa la acción “preventiva” contra el crimen y la disidencia. 
Noto incluso en esto cierto parecido con la trilogía Tristezas de la lucha (2014-2016), de Paz Encina, sobre cómo la dictadura de Alfredo Stroessner vigilaba a los opositores en Paraguay. 

Más allá de esta pertinencia con respecto a la encrucijada en la que se encuentra el sistema cubano desde hace décadas por lo que respecta a su futuro, Ejemplo # 35 tiene también el atractivo de todo cine en el que personajes de otra época que podrían desaparecer para siempre, junto con los únicos documentos que registran su existencia real, cobran vida y caminan de vuelta hacia nosotros. Regresan velados por la necesidad de mantener en reserva nombres y rostros, lo que les da un aspecto fantasmal que me recuerda el ocultamiento digital del rostro en Z32 (2008), de Avi Mograbi, o las máscaras de La libertad del Diablo (2017), de Everardo González.


Hypnagogia es una película completamente diferente. Cecilia Araneda vuelve a hacerse parte aquí del cine experimental que recurre al revelado ecológico del material fílmico, ensayando en este caso con manzanas, cáscara de palta (aguacates), café, vino, uvas, duraznos y granadas. Son bebidas y frutas que me hacen penar de vuelta en los ingredientes culinarios que usó con el mismo en Lessons on Flight (Canadá-Chile, 2024), comentada en Los Experimentos

Puede verse en esto una extensión material de la huella de lo real que se considera que es el registro fotoquímico de la película, y que es aquí de la vegetación de un parque. Plantea una analogía entre el paladar que puede saborear esos frutos, o el olfato con el que también disfruta el café, y el deleite sensorial que puede resultar de la experiencia visual embriagadora. Se conjuga incluso con una visión que transmite impresiones táctiles por su acercamiento a las plantas. 

El extrañamiento con respecto a la manera de ver habitual evoca aquello a lo que refiere el título: el estado de quien no ha perdido del todo la conciencia de la vigilia mientras se sumerge en el sueño. Tiene un correlato en el sonido creado por “cydon”, como se indica en los créditos. ¿Se referirá esta expresión al género cydonia al que pertenece el membrillo? Parece que lo que se escucha en esta película es de alguna manera el viento, pero también algo más inquietante. 

Hay un motivo revelador que quizás le regaló el azar a la cineasta: alguien que se aleja en bicicleta por una de las veredas del parque. Es como si se escapara junto con lo real tal como lo experimentamos despiertos. Nos deja inmersos en esa otra experiencia del mundo a la que con el cine podemos volver en plena vigilia. En los ingredientes que actuaron como catalizadores de eso en el revelado puede hallarse, además, una promesa de reconciliación con la naturaleza.

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