Mi pecho está lleno de centellas

 

Por Pablo Gamba 

Una de las películas que integran la sección Cineastas del Mundo del Doc Buenos Aires es Mi pecho está lleno de centellas (México, 2024). Es la ópera prima de Gal Castellanos y se estrenó en el Festival de Guanajuato. 

Esta película se destaca, en primer lugar, por una razón circunstancial. Como se indica en las sinopsis, es uno de los primeros relatos trans masculinos del cine latinoamericano. Pero, en el campo del cine de las identidades, tiene sobre todo la singularidad de que la historia no se centra en el proceso de transición de género ni hace de eso un drama paradójicamente convencional como La chica danesa (The Danish Girl, 2015), dirigida por Tom Hooper, con Eddie Redmayne como protagonista, por poner un ejemplo conocido. 

Mi pecho está lleno de centellas es una película de temática trans cuyo cuerpo fílmico también lo es por referencia a los géneros cinematográficos, como el caso reciente de Anhell69 (Colombia, 2022), de Theo Montoya. Se presenta como un documental, pero se desarrolla como un diario y como un intercambio de videocartas. Los usos de las cámaras para registrar la vida cotidiana producen momentos que se acercan a la belleza de la inmediatez del boceto que es característica del cine experimental de Jonas Mekas, aunque es una película de imagen digital y no fílmica. 

Estas rupturas con el orden y consecuentes derivas en la forman tiene un correlato en la elección de la libertad por parte de los protagonistas de las dos historias que se cuentan. Si bien, como película sobre la identidad que con todo y sus singularidades es, en Mi pecho está lleno de centellas se recuperan un video casero y fotos familiares, y registros de un personaje hechos en el pasado, el impulso de los relatos viene de la muerte del padre y el fin del orden patriarcal en la familia. La madre, en consecuencia, poco después viaja a Turquía, en un intento de comenzar una nueva vida junto con un hombre que conoció por internet. La hija, que nunca se sintió identificada con su cuerpo, se decidirá a comenzar luego su transición.


El intercambio de videocartas establece una relación entre ambos personajes que no es la de una madre y su hijo en un sentido habitual. Es desde este rol revisado que Pilar acompaña al final a Gal en el proceso de reasignación de género sin que se la vea constantemente a su lado. Hay en esto otra significativa ruptura con narrativas como la de La chica danesa, porque el relato en primera persona construye un personaje fuerte y capaz de afrontar solo el proceso de reasignación cuando decide someterse a él. Es un aspecto clave por lo que respecta a la normalidad de los trans, que no son personas con un mal físico ni psicológico, ni en este sentido frágiles. 

Dramáticamente, sin embargo, hay un desequilibrio entre los dos personajes. Gal se esmera en darle volumen a la madre liberada por contraste con las fotos que revelan su escalofriante tristeza en el pasado. También por referencia al talento como cantante que muestra, pero que parece que no alcanzó a desarrollar como profesional en el contexto de su vida como esposa sometida a la autoridad del marido. Sin embargo, aún con momentos intensos como sus reflexiones en torno a la libertad en una estación de trenes en Turquía, que tienen como correlato una canción que canta, o cuando expresa su decisión de no someterse tampoco al orden tradicional del Islam, que exige el matrimonio para vivir establemente en pareja, la historia de Pilar no tiene una dimensión similar ni despierta un interés parecido al relato del hijo en México. 

Más allá de lo confesional, en esa otra línea narrativa se alcanzan momentos de conmovedora belleza relacionados con el cuerpo de Gal Castellanos y su problemática relación con él. Un ejemplo es una escena en un bar en la que esa incomodidad se evidencia divertidamente en la manera de caminar, primero, y de interactuar con dos chicas que hacen pole dancing, después. También otras dos escenas, muy bellas, que se desarrollan en torno a filmaciones pudorosas de su cuerpo desnudo por otro personaje o junto a él, una en la playa y otra en la cama.


Hay, finalmente, una profundidad existencial, relacionada evidentemente con la libertad, pero más sutilmente también con el tiempo, a la que se asoma esta película. Rebasa la cuestión específica de la identidad de género y es el resultado de la tensión entre la intensidad fugaz de los momentos capturados al vuelo, con la belleza a la que me referí al comienzo, y la decisión de atravesar una transformación del cuerpo, y de cambiar, en consecuencia, de un modo radical la propia vida. Es algo que se sostiene hacia el futuro como proyecto y que se apoya en imágenes del pasado, como las fotos en las que el personaje se ve como niña con barba dibujada. 

Es sobre la base de esta cuestión existencial, y por la vía sensorial de los instantes capturados por la cámara, que la historia del personaje de excepción que podría parecer Gal Castellanos puede abrirse a conexiones más significativas con las experiencias de cualquier espectador o espectadora. En relación con esto hay que destacar también que la búsqueda de identificación no recurra aquí al drama, que encaja toda individualidad en moldes sentimentales genéricos.

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