Des rêves en bateaux papiers y Souvenir
Por Pablo Gamba
En la competencia del Festival de Cine Instar estuvieron Des rêves en bateaux papiers (Haití, 2024) y Souvenir (Cuba, 2024). El primero se estrenó en el Festival de Sundance y es el segundo cortometraje de una trilogía que el cineasta haitiano Samuel Suffren inició en 2021 con Agwe (Haití, 2021), que estuvo en Locarno. El otro es un film ensayo de la cubana Heidi Hassan, codirectora con Patricia Pérez Fernández de A media voz (Cuba, 2019), que ganó el premio principal en el IDFA, en Ámsterdam.
Des rêves en bateaux papiers se conoce más por la traducción al inglés del título, Dreams Like Paper Boats, que en español sería Sueños como barquitos de papel. Relata una de las historias del otro lado de la migración haitiana, las de los que se quedan, pero rotos porque se han ido las personas que más quieren. En este caso la migrante es la esposa del protagonista, Edouard, mientras que en Agwe era el marido de una mujer, Mirlande. Hay una secuencia en la que el argumento deriva hacia un videoclip que contextualiza el relato en la desolación y la miseria de Haití, con un irónico comentario acerca de la belleza que se atribuía al país.
Aunque la fuerza de las mejores escenas descansa en la observación de la interacción de los cuerpos de Edouard y su pequeña hija, el corto intenta ir más allá de esta tendencia documentalista, ya superada en el cine de ficción contemporáneo. Pero el problema es que para eso se apoya principalmente en recursos que expresan el estado melancólico del protagonista de un modo que lo simplifica, presumiblemente en busca de lo comprensible.
Lo más logrado en este sentido es la representación subjetiva de un tiempo que parece suspendido, construida en torno al anacronismo de la voz de la esposa grabada en un casete que se repite una y otra vez. Pero está en contrapunto con el paso de los años que evidencia el crecimiento de la niña.
La esposa narra la historia de la salida clandestina del país en un bote atestado de personas. Otro de los méritos de la película es lo incierto de este relato. Pero esto también tiene un correlato contrario a su estimulante ambigüedad: una representación de los sueños y delirios de Edouard que los distingue claramente de lo real en la ficción, y que se confirma en una escena donde lo vemos en un estado que manifiesta un trance de locura.
Otro recurso llamativo es el uso de la luz que se proyecta sobre los cuerpos de los personajes en los momentos en los que Edouard se aferra al recuerdo de la esposa que se fue. Pero su significado implícito se hace también evidente en el contexto, así como la manera como refiere el blanco y negro en alto contraste de la fotografía al estado emocional del protagonista.
El blanco y negro apunta igualmente hacia la realidad de Haití, a la que se le atribuía el color de las plumas de bellos pájaros. Es un símil explícito en un grafiti, en una secuencia que lo integra a una alegoría del deterioro actual del país con muertos y una vaca en un basurero. Está entre la pornomiseria y el surrealismo, pero claramente identificada como onírica en el relato.
Una vez más, es lo que corresponde al modo de narrar que privilegia la claridad en este corto. Aunque contar una de las otras historias de la migración, de los que se quedan, puede ser novedoso, estéticamente el intento de ir más allá de la observación termina siendo así el regreso a una forma de expresión demasiado evidente, que se agotó en los años noventa.
Souvenir tiene en común con Des rêves en bateaux papiers el motivo del casete grabado por una exiliada. Pero en el corto de Hassan es para comenzar con un golpe emocional. Identifica la voz como la de su madre, emigrada a los Estados Unidos, que llega a las lágrimas cuando habla teniendo como fondo la canción que quiso hacerles escuchar en Cuba.
El contrapunto visual es un irónico intento inútil de distanciamiento del dolor: planos con lentos paneos y zoom in sobre el casete y otros de la colección de mensajes embotellados en cinta magnetofónica a la que se entiende que pertenece. Pero le sigue el dolor sin distanciamiento: la reproducción de otro mensaje, una amenaza de la seguridad del Estado por una “peliculita” que hizo o quiere hacer, extensiva a la familia de Hassan.
Una expresión que busca ser diáfana y contundente, por encima de la sutileza, la encontramos así también en este breve film, aunque con una actitud confrontacional contraria a la de Suffren respecto al público. Pienso en las noticias que llegan de Cuba, en los cubanos que conozco directamente o por interpuestas redes sociales, y vinculo esto con un agotamiento de la paciencia. Un “basta ya” contra el régimen y, sobre todo, contra la gente que aún sigue demostrándole apoyo en el extranjero.
“Entiendo la necesidad vital de soñar, de vivir la irreverencia a través de unos muchachos que en los años sesenta encararon a un imperio”, dice la cineasta como narradora del cortometraje. Pero agrega: “¡Despierten! Esos muchachos cumplieron noventa años y se convirtieron en todo lo que querían combatir. Despierten de una vez, porque no podemos seguir sacrificando generaciones enteras para que ustedes puedan seguir disfrutando del sueño húmedo de la revolución”.
Tampoco hay mucha sutileza en las representaciones visuales simbólicas de Souvenir por su referencia a lo que dice la narradora. Ejemplos son la mujer en gráficos de computadora que se deshace en el aire, como la madre que se fue; los rostros que presionan contra una tela y que son como fantasmas, o el plano que es mitad nítido y mitad a través de un vidrio mojado que distorsiona la visión, y que obviamente confronta dos maneras de ver Cuba.
Pero pienso otra vez en los cubanos, y entiendo la rabia de Hassan, que explota en una parte que al principio parece irónica, grabada en el museo de la Alemania Oriental o RDA socialista. Dice: “¡Basta! ¡Salgan de mi casa! Dejen de husmear y opinar sobre todo. ¿Qué les hace sentirse con el derecho de explicarnos a nosotros nuestro propio país?”.
Todo esto podría llevar a preguntarse qué hace una película como Souvenir en un festival de cine. Otros llegarán a la conclusión de que este cortometraje delata a Instar como un evento de propaganda. Pero también contra eso apunta la invectiva, en particular contra la hipocresía de quienes no dudan en rechazar clamorosamente el genocidio israelí en Gaza, pero consideran que gritar contra el horror en que se ha convertido Cuba es una imperdonable falta de glamour intelectual. Si la película anterior se titulaba A media voz, eso no es suficiente: a veces que lo correcto es hablar fuerte y claro, aun al precio de la deselegancia, asumiendo el costo de molestar.
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