Luis Ospina sobre los 40 años de Agarrando pueblo
Por Pablo Gamba
El 16 de agosto de 1977 comenzó a rodarse en Cali, Colombia, una película de poco menos de 30 minutos de duración que se estrenó en 1978 y que ha pasado a ser parte de la historia del cine de América Latina: Agarrando pueblo. Fue el mismo día que murió Elvis Presley, recuerda Luis Ospina, codirector junto con Carlos Mayolo de ese ácido cuestionamiento a lo que, en el manifiesto que lo acompañaba, llamaron “pornomiseria”. Se trata de un cortometraje sobre el rodaje ficticio de un documental típico de la época, acerca de la miseria del Tercer Mundo: una colección de imágenes robadas a la gente pobre por dos inescrupulosos para agregarle el comentario de una voz biempensante y vendérsela a la televisión alemana.
Con este motivo entrevisté en 2017 a Ospina, que falleció poco más de dos años después. Una década antes había muerto Mayolo. La selección de Agarrando pueblo para la Semana de la Crítica Internacional, paralela al Festival de Berlín de 2025, es un pretexto para rescatar este trabajo, que se publicó en el diario El Universal de Caracas, Venezuela.
Hoy se llamaría falso documental a Agarrando pueblo. En él se exageran irónicamente los lugares comunes del miserabilismo y se da una confrontación de puntos de vista en relación con el cine, subrayada por el contraste entre la imagen en color, y en blanco y negro. Por una parte están los “cineastas” que explotan la miseria; por otra la gente común filmada, que es consciente de lo que pasa y reacciona contra eso, y finalmente los directores del documental sobre el rodaje ficticio.
Ospina y Mayolo se presentan, frente a la cámara, como amigos de Luis Alfonso Londoño, quien interpreta al personaje que corre de su rancho, machete en mano, a los vampiros de la pobreza. El título viene de una expresión de Londoño, cuando lo conocieron. Fue uno de tantos que se acercó al rodaje del corto Oiga vea, en 1971. Ospina, que era el sonidista, le oyó decir: “Ajá, conque agarrando pueblo”. Aún impresionados por él y por la lucidez de aquello, los codirectores decidieron, seis años después, que tenía que estar en la película que iba a llamarse de esa manera.
Un giro ético
Agarrando pueblo fue hecha en respuesta a dos coyunturas, una nacional y otra internacional, dice Ospina. En Colombia, la Ley del Sobreprecio dispuso la exhibición obligatoria y remunerada de cortometrajes nacionales. En consecuencia el cine floreció, pero llegó a convertirse en un cuestionable negocio. Se comenzó a buscar la mayor ganancia con la menor inversión, a través de cortos documentales hechos a la carrera, que resultaban llamativos por explotar la miseria en vez de tratar de contribuir a entender sus causas y a superarlas.
“Veíamos que había cierto oportunismo por parte de los cineastas que estaban haciendo esas películas con una agenda política de izquierda pero también explotaban la miseria, como una mercancía”
En América Latina los cineastas de izquierda seguían haciendo el nuevo cine latinoamericano que había comenzado en los años sesenta, al calor del entusiasmo creado por la Revolución Cubana. Surgido con preocupaciones éticas y estéticas como las de Glauber Rocha en Brasil, para entonces se había radicalizado políticamente con propuestas como el Tercer Cine de Fernando Solanas y Octavio Getino, en respuesta a las dictaduras de Argentina, y el cine de Carlos Álvarez, en el país de Mayolo y Ospina, entre otras.
“Veíamos que había cierto oportunismo por parte de los cineastas que estaban haciendo esas películas con una agenda política de izquierda pero también explotaban la miseria, como una mercancía”, dice el codirector de Agarrando pueblo. Agrega que operaban como una logia distribuida por varios países, cuyos cuadros políticos desautorizaban cualquier otro cine. Las de ellos eran, además, las películas que gustaban en los festivales internacionales.
Ospina había estudiado cine en California, en tiempos de los hippies, el amor libre y mayo de 1968. Mayolo y él venían, además, del cineclubismo y de la revista Ojo al Cine, del llamado “grupo de Cali”. Por eso se propusieron hacer una crítica de los cortos del sobreprecio y de ese cine político, pero no por escrito sino a través de un filme, acompañado del manifiesto ¿Qué es la porno-miseria?
Eso se tradujo en un giro que trató de poner de relieve, en Agarrando pueblo, los problemas éticos de la manera de mirar al otro a través del cine. “El acto de dejarse filmar es uno de los de mayor generosidad que pueda hacer un ser humano”, explica Ospina. “El cineasta tiene una responsabilidad muy grande con el sujeto, porque está usando su imagen, su voz”.
El acercamiento al otro siguió siendo una constante en el cine de Ospina. Hizo, por ejemplo, una película sobre el tragafuego que también es personaje de Agarrando pueblo: Ojo y vista: peligra la vida del artista (1988). También un largometraje sobre el pintor enfermo de sida Lorenzo Jaramillo (Nuestra película, 1993) y otro sobre el controversial escritor Fernando Vallejo (La desazón suprema, 2003).
Cuestionar con humor
Otra característica de Agarrando pueblo que continuó presente en el cine de Luis Ospina es el sentido del humor. Un ejemplo es el documental Todo comenzó por el fin (2015), aunque en él se filmó a sí mismo mientras luchaba con el cáncer que terminó por quitarle la vida, y que lo llevó entonces al hospital cuando comenzaba a rodar un filme que iba a ser diferente.
“El humor, sobre todo si es provocador, produce un shock en el espectador y una reflexión”, dice el cineasta.
En 1977 ni él ni Mayolo eran conscientes de lo que es un falso documental: “Películas que cuestionan los mecanismos dispositivos que tiene el cine para contar la verdad o la mentira, que son los mismos”. Pero ha también ha llegado a ser un género que Ospina disfrutaba y al que aportó Un tigre de papel (2008), sobre el artista plástico imaginario Pedro Manrique Figueroa, supuesto precursor del collage en Colombia.
Por todas estas razones, Agarrando pueblo sigue teniendo hoy el poder de llamar la atención de los cinéfilos. De los alrededor de 600 cortos del sobreprecio que Luis Ospina calcula que se hicieron, en cambio, no han sobrevivido ni 50, asegura.
Acerca de filmes revolucionarios como La hora de los hornos, agrega: “Véala hoy y vea qué conclusiones se pueden sacar. Esas películas políticas no tienen hoy ninguna vigencia, las tesis que proponen tampoco, ni el proyecto político marxista, tal como ha sido puesto en práctica. ¿Qué queda de eso?”. Pero, como es Luis Ospina, hace la siguiente acotación, referida al mismo documental de Solanas y Getino: “Claro, el peronismo da para todo”.
Desde la década de los noventa, en cambio, ha vuelto a cobrar auge en América Latina un problemático cine sobre la miseria. Son películas de “pobres que matan pobres”, sin mayor indagación en las causas de la pobreza, en las que una narrativa de cine hollywoodense es ambientada en los barrios marginales. Tienen un estilo, inspirado en el cinéma vérité, que hace más vívida la acción, y no les falta la sazón del discurso biempensante. El debate en torno a la pornomiseria no ha perdido vigencia, por tanto.
Tres juicios sobre Agarrando pueblo
Agarrando pueblo empieza a ser redescubierta en los últimos 15 años a este “polo sur”, particularmente con la retrospectiva de Ospina en el Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (BAFICI) hace 10 años, la que impactó por su actualidad y vigencia. Con elementos muy adelantados acerca del cuestionamiento del “verosímil documental”, el guiño de Ospina-Mayolo apuntaba también al lugar de ese discurso en la producción de la pornomiseria.
En corto: si las operaciones de "denuncia" del cine documental –por derecha o izquierda– planteaban nada más que una reproducción postal de la pobreza tercermundista, ¿no hay ahí justamente una pregunta por el rol de la imagen cinematográfica? Agarrando pueblo obliga a pensar el lugar de enunciación y la imagen cliché, en el marco de todo un cine humanitario y un maltrato simbólico del otro dado por el mal reportaje. El arma de los directores viene dada por la subversión, la resistencia del “sujeto documental” a ser “documentado”, la postura caníbal y devoradora frente al vampirismo del poder.
Iván Pinto, crítico de cine chileno, editor general de La Fuga
Cuando Ospina y Mayolo, a comienzos de los ochenta, me mostraron Agarrando pueblo en la Cinemateca Distrital de Bogotá, predije un clásico del cine latinoamericano. Y no he parado de reír desde entonces, cuando me comentaron que ellos no hacían cinéma vérité sino mentiré, término más adecuado que el manido “falso documental”. Porque aquello no era ni falso, ni documental, sino una ficción verdadera. Un tema real, pero mostrado de una mala leche y una inteligencia inusual; un boquete en el cine social de la época, harto manipulado e ingenuo.
Agarrando pueblo, entonces, sobrevive como un documento de denuncia social, y lo mejor, una denuncia al cine de moda, donde el tema de la miseria era explotado inmisericordemente por cineastas cuyos temas eran prêt à porter para incautos, hoy resucitados, dolorosamente anacrónicos, por estos lares bolivarianos , pero estos más pillos y desalmados. Hoy, 40 años después, este clásico todavía es una obra vanguardista e insuperable.
Leonardo Henríquez, cineasta venezolano
Hay tres puntos importantes en la permanencia histórica de un corto que marcó un giro en el cine colombiano a finales de los años setenta. En primer lugar, su condición de “falso documental” que podría definirlo como un film de ficción sobre la manera como el documentalismo europeo observaba la miseria de los pueblos subdesarrollados. En segundo término, el desenfado narrativo de dos líneas dramáticas desde dos cámaras paralelas: la “documentalista” y la “reveladora”. Finalmente, la definición de un punto de vista crítico sobre el cine comercial, en general, y la “pornomiseria”, en particular. Esta visión caracterizó a Carlos Mayolo y Luis Ospina y marcó una trinchera en el debate político de la izquierda colombiana. Nunca volvieron a filmar juntos, pero siguieron siendo amigos.
Agarrando pueblo posee valores políticos y estéticos que cuestionaron la manera como el cine de entonces trabajaba el tema de la pobreza, ya sea desde una perspectiva de “izquierda” o ya simplemente comercial. Generó mucha polémica. El corto, filmado en 16 mm, circuló en proyecciones de militantes y definió una postura creadora. Nunca se estrenó en las salas.
Mayolo y Luis Ospina formaron parte del llamado Grupo de Cali junto con Patricia Restrepo, Ramiro Arbeláez y Andrés Caicedo. Este último, tras impactar con su novela Que viva la música, se suicidó en 1977, el año en que comenzó el rodaje de Agarrando pueblo. Valdría la pena ver Todo comenzó por el fin, que resume en tres horas la visión de su autor y del Grupo de Cali. En 2016 Ospina fue el primer cineasta colombiano en recibir un homenaje en el Festival de Cartagena.
Alfonso Molina, crítico de cine venezolano, editor general de Ideas de Babel
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