Aferrado y Saarvocado
Por Pablo Gamba
Aferrado (2024), de Esteban Azuela, ganó el Gran Premio de Labo en Clermont-Ferrand, uno de los dos festivales de cortometrajes más importante del mundo junto con el de Oberhausen. En esa competencia, que reúne “obras detonadoras, literalmente fuera de tono”, como la describe la web, estuvo también Saarvocado (2024), de Víctor Orozco Ramírez.
En el Festival de Morelia y después en Dok Leipzig se estrenó Aferrado, y es el undécimo cortometraje de Azuela. Saarvocado fue un estreno en Clermont-Ferrand. Recuerdo a Orozco Ramírez por 32-Rbit (México, 2018) y es el realizador también de Revolykus (Alemania, 2020), premiada como mejor película experimental en el Festival de Ann Arbor.
Aferrado y Saarvocado son películas mexicanas, una coproducción alemana la segunda. Otras características comunes son que los dos son obras de animación y filmes en los que tiene una importancia medular el tratamiento del paisaje, aunque no se los podría inscribir en la vertiente paisajística del cine experimental actual.
El corto de Azuela parte de una narrativa popular para llevar a los espectadores y espectadoras a una sorprendente experiencia que por naturaleza es imposible: percibir los recuerdos de otra persona. Es, sobre todo, una experiencia sensorial con el espacio y el tiempo de esos recuerdos. El realizador ha dicho que se inspiró en hechos reales en la Ciudad de México en los noventa. En la historia del corto se los atribuye a un mecánico automotriz que se hizo sicario, lo que ubica el relato en un universo de ficción intensamente explotado. Una virtud de Aferrado es la desfamiliarización de su realismo característico.
Las imágenes de este cortometraje de animación se crearon a partir de fotogrametría del paisaje urbano y objetos reales. El estilo me refiere a la profesión de mecánico. Lo digo por la analogía visual entre los fragmentos de su memoria y las partes abolladas de autos chocados. También entre el aspecto de chatarra que adquiere la ciudad recordada y su función narrativa como ambientación de una historia que se recicla en el recuerdo y tiene un protagonista que intenta arreglar su vida rota. La distorsión se extiende a los personajes, interpretados por actores.
De una chatarra audiovisual viene asimismo la historia que humaniza al sicario con los tópicos de último golpe y la ilusión de volver a la vida normal. Aferrado se inscribe de ese modo en el imaginario del cine y las series. De los relatos de videojuegos inclusive, porque hay una comparación con un shooter en primera persona, que se hace irónica por su imperfección visual.
Las figuras flotan sobre un limbo de olvido, y continuamente se abren inquietantes lagunas negras en el espacio, las cuales mantienen la sensación de que todo es recuerdo que se disipa. Pero esto no solo es significativo en un sentido explícitamente psicológico, referido al protagonista. También lo es por cómo lleva a ver de un modo extraño los lugares reconocibles en la Ciudad de México de la memoria, con un aspecto líquido, además de fragmentario y dañado. Es lo que hace de Aferrado un gran corto, aunque el pensamiento de estas imágenes encuentra un límite en el personaje que dice lo que piensa y actúa con arreglo a lugares comunes de un género de ficción.
Saarvocado es un ensayo que llama primeramente mi atención por su inversión del exotismo. No se trata del aspecto que tiene América Latina para un europeo sino del que tienen para un latinoamericano los bosques de un lugar de Europa, el Sarre o Saarland, en Alemania, donde vive Orozco Ramírez. Es algo que hace manifiesto la voz expositora del personaje del cineasta. A esta mirada al espacio se añade una confrontación explícita de tiempos, de la historia que produjo las ruinas de la Segunda Guerra Mundial en el Sarre, y que podría repetirse con la invasión rusa a Ucrania, y la de un país que por generaciones no ha estado guerra contra ninguno, que es México.
El correlato de esto es la progresiva desfamiliarización del paisaje del bosque. Primero es mediante un acercamiento de la cinematografía a la belleza estereotipada que la voz expositora compara con la de los cuadros de Bob Ross, pintor conocido como conductor del programa de televisión estadounidense The Joy of Painting (1983-1994). Irónicamente, a la vez se altera este parecido de la fotografía con lo pictórico mediante un lugar común de los videos, el time lapse, y se lo va enrareciendo después con recursos como la colorización y diversas técnicas de animación hasta dar una imagen que Orozco Ramírez compara con una distopía como The Walking Dead.
No puedo dejar de pensar que Saarvocado sería una película mucho más sugestiva sin esa voz que guía al espectador o espectadora acerca de lo que está viendo y liga la experiencia sensorial con referencias a la autobiografía, la cultura popular, los hechos más conocidos de la historia universal y una guerra que parece ser cada vez menos noticia, pero lo fue. O qué hubiera pasado si la voz expositora hubiese profundizado en sus reflexiones en torno a la imagen del cine, la pintura o el cliché de los zombies.
Pero, al costo de distanciarse del gusto de cinéfilos como yo, la película busca acercarse a un público más amplio y mexicano, porque está hablada en español y hace referencia a experiencias de quienes son de ese país. Aunque se trata de un ensayo, por su manera de expresarse la voz se distancia de este género, también elitesco, para asimilarse a la de los narradores de la ficción.
Sin esa voz y sin esas referencias, la mayoría de los espectadores y espectadoras probablemente se sentirían perdidos frente a un cine que no narra con imágenes sino piensa con ellas, hace lo que otros podemos entender como una reflexión, pero quizás ellos no.
Tengo que considerar esto, entonces, para valorar justamente Saarvocado, aunque me parezca que limita la búsqueda artística. Y debo corregirme, además: Orozco Ramírez podría estar siguiendo otra tradición experimental, la de los superocheros que en México se propusieron hacer películas para un público más amplio, en particular juvenil.
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