Aquele que viu o abismo


Por Pablo Gamba 

La ganadora de la sección Olhos Livres de la Muestra de Tiradentes el año pasado, Aquele que viu o abismo (Brasil, 2024), es una de muchas películas que no tienen la difusión que merecen fuera de ese país. Es el segundo largometraje de Gregorio Gananian, codirigido por el músico Negro Leo, que también interpreta el papel principal de X, y fue escrito por los dos junto y João Dumans, correalizador junto con Affonso Uchoa de Arabia (2017). 

Aquele que viu o abismo se destaca por la manera como trabaja con lugares comunes del cine genérico, a los que desfamiliariza con una fragmentación que exige una participación más instensa que lo habitual del espectador para construir la historia. Me refiere esto a la tradición del cinema marginal en Brasil, a O bandido da luz vermelha (1968), de Rogério Sganzerla. 

Pero la película de Gananian y Negro Leo parece llamar a otra sensibilidad, que no es la violenta radicalización rupturista de ese movimiento sino la del laberíntico manierismo del cine anterior al que hoy distinguimos como contemporáneo y que fue llamado “posmoderno”. Se trata de un film cuya narrativa se apoya en referencias reconocibles a películas como Blade Runner (1982), de Ridley Scott, a la ciencia ficción distópica, ciberpunk y neonoir, pero es también un musical, con la cantante Ava Rocha en el otro papel principal, y que incluye varios videclips. Desfamiliariza el espacio con una abstracción que me hace pensar en La dama de Shanghai (1947), de Orson Welles, y mediante la filmación en China, por lo que encontramos una disolución de los referentes nacionales en la globalización. 

Si podría haber en esto una protesta, como la que atribuye Arnold Hauser al manierismo, no sería la desesperación del cinema marginal frente a la feroz represión de una dictadura, sino una “acentuación de lo oculto, lo problemático y lo ambiguo”, y que lleva aparejado el virtuosismo, “un rasgo del que este arte hace siempre ostentación”, según el historiador del arte. Pero el reciclaje es también expresión de agotamiento, de una “muerte del cine” por el desplazamiento de la exhibición en salas por otras formas de consumo y el desprecio de lo autoral, algo que hoy recobra vigencia con las plataformas. En este marco, la calificación de “cine suicida”, endilgada al cinema marginal, puede adquirir otro sentido, y el suicidio es un motivo en esta historia.

El comienzo presenta al protagonista, que parece un sicario como los blade runners, tratando de quitarse la vida en un plano de claroscuro y limbo negro que anuncia la abstracción, así como la sangre que llena por completo el plano siguiente. Como a tantos otros personajes genéricos, a X lo encierran en un psiquiátrico, hay un misterioso pacto con una corporación y un ingrediente de melodrama, el sueño de salir de allí y reconciliarse con su mujer y su hija. Se le añade el tópico de la vocación frustrada, por lo que las huellas de trastorno psicológico en el cuerpo de X incluyen el movimiento de los dedos como si tocara el piano, lo que en efecto ocurre en una escena. Hace que vuelva otra referencia de mi memoria, Fingers (1978), de James Toback.


Para tratar de construir la historia, además de su experiencia como cinéfilo, el espectador o espectadora tendrá que apoyarse en las voces en over de X en diálogo con la que parece ser una doctora y quizás también con un médico o consigo mismo, en sus alucinaciones. Es un recurso al que le encuentro posible fuente en los locutores de noticiero de O bandido da luz vermelha, con la diferencia de que no son voces cuyo alcance en la radio abarque una ciudad ni lo que relatan tenga trascendencia social. La sociedad no pareciera existir aquí. El espacio se conforma como un hiato entre dos polos, el laberinto mental, construido con recursos como la animación en láser y el sonido en off, y China, e incluso las escenas allí se desestabilizan con el montaje discontinuo de líneas de acción paralelas, y el movimiento en el plano y de la cámara alrededor de X. 

Hay en este vértigo otra tensión, con la imagen fija de las fotos que se usan abundantemente y que nos lleva del espacio al tiempo. También a otro film La jetée (1962), de Chris Marker. Entre los extremos opuestos del tiempo hay en Aquele que viu o abismo un hiato más vasto que en la geografía. El nombre de Ishtar y la importancia narrativa de los sueños son referencias, en esta película sobre el futuro, a un relato de un pasado abismalmente remoto: el Poema de Gilgamesh. El reciclaje de las historias parece remontarse a los orígenes conocidos de una civilización. 

Es la muerte también el tema de la película por lo tocante a una hipotética falta de solución de continuidad con la vida, el tipo de inmortalidad que oferta la corporación Prolife. Hay allí otra analogía con Blade Runner, en la angustia existencial de los replicantes manufacturados por Tyrell Corporation. Sin embargo, no se relata aquí una historia de acción como la de esa película. Esto puede ser frustrante para los aficionados a los espectáculos del fin del mundo, y es el punto en que el film brasileño se confronta con el reciclaje que lo conforma y con la muerte que también acarrea el cine para los espectadores o espectadoras de infinitas veces lo mismo. 

La lucidez suicida del cinema marginal tiene una respuesta al final. Por la manera como se hace explícita en la letra de una canción, es otro regreso al pasado, al cinema novo y a Glauber Rocha en particular ‒su hija hace de Ishtar y su viuda Paula Gaitán asesoró a los realizadores‒. Esto daría pie para interpretar la locura de X como un trance en el que su experiencia pasa de lo privado a lo político y lo político se hace asunto privado. Para remontarse a Gilgamesh y hacer una crítica que “revelaría bajo el mito un actual vivido que sería como lo intolerable, lo invivible, la imposibilidad de vivir ahora en ‘esta’ sociedad”, como escribió Gilles Deleuze sobre Rocha.

El problema es que no deja de haber algo artificioso en las referencias a este poema de la antigua Babilonia. Es lo que ya señalé con la analogía entre ese extremo del tiempo y el presente, y los polos del espacio, la borradura del mundo entre lo mental y lo global en esta película brasileña. 

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