O último azul

 

Por Pablo Gamba 

La película que ganó el Gran Premio del Jurado en la Berlinale, O último azul (Brasil-México-Chile-Países Bajos, 2025), se exhibe en la sección Trayectorias del BAFICI. Es el sexto largometraje de Gabriel Mascaro que se presenta en el festival independiente de Buenos Aires. 

O último azul se inscribe entre aquellas películas que dan protagonismo a personajes que no suelen tenerlo en el cine y los representan, en consecuencia, de un modo que los reivindica. Recurre a la distopía para que se confronten con ella, en lo que reconozco como una referencia la ciencia ficción de los setenta, la de filmes como Soylent Green (Cuando el destino nos alcance, 1973), por ejemplo. Imagina un Brasil del futuro cercano en el que las personas mayores son despojadas de sus derechos y separadas de la sociedad, en lo que sería un error ver solo una crítica exagerada a la seguridad social. 

La historia que relata el film es la de Tereza (Denise Weinberg), una mujer de 77 años que trabajaba en un matadero de yacarés (caimanes), en una ciudad del Amazonas, hasta que la despiden por considerarla demasiado mayor para trabajar. Irónicamente, el gobierno decide hacerle un “homenaje” por haber alcanzado esa edad, aunque la pone bajo la tutela de su hija y le ordena presentarse al traslado a una colonia. Pero ella es una rebelde que se niega a acatar esas disposiciones y emprende, en consecuencia, una huida que se convertirá en aventura fluvial por la selva y las poblaciones que atraviesa. 

Esto convierte a Tereza en un singular personaje de su edad, que en vez de referir al pasado con su vejez, lo hace al presente de las experiencias del viaje. Se proyecta, además, hacia el futuro que por lo general se cree que una persona así no puede ya tener. Esto se acentúa a partir de su encuentro con Roberta (Miriam Socarrás), una mujer negra de su edad que logró la libertad de las disposiciones del régimen para la expulsión de las personas mayores, lo que refiere a la esclavitud el trato del estado a los ciudadanos de la distopía. 

Como correlato de la historia, O último azul abre la posibilidad de ver los cuerpos de personas como Tereza y Roberta de una manera diferente. Incluye la búsqueda del placer en escenas como la de un masaje que la segunda le da a la primera y un baño compartido, entre otras. Bordea así la película la temática LGBT pero sin establecer una relación de este tipo entre los personajes, lo que es otra disidencia con lo que hoy se estila siguiendo una agenda progresista y una resistencia a que se pueda etiquetar a estas dos señoras como “lesbianas”. 

Es posible que se atribuya al tema y el tratamiento de los personajes el premio que recibió O último azul en la Berlinale. Sin embargo, me parece que lo que le da su verdadero valor a la película de Gabriel Mascaro son otras cosas más, comenzando por el enrarecimiento de la representación de realidades locales que es característico de su cine. Es lo que ocurre, por ejemplo, con el ambiente de la vaquejada, la versión brasileña del rodeo estadounidense, y sus personajes en Boi neon (Brasil, 2015), mi favorita entre las que he visto. Esto no solo abre en O último azul otra percepción del Amazonas exótico que generalmente se ve en el cine, sino que desvía la ciencia ficción hacia una alegoría del subdesarrollo brasileña y latinoamericana.


Fotos: Guillermo Garza

A diferencia de lo que se suele imaginar del futuro en las versiones distópicas de sociedades de Norteamérica, Europa o los países industrializados de Asia, la planta en la que trabajaba Tereza es una instalación moderna, pero está rodeada de viviendas precarias y las calles de tierra que no han cambiado con la actividad económica que allí se desarrolla. Más importante todavía es que el estado parece estar en disonancia con la realidad de la región selvática en el país imaginario de esta película. La presencia más visible del gobierno del futuro es lejana en un sentido literal. Son las avionetas que sobrevuelan la zona, como en los viejos filmes, con mensajes que se leen en el cielo. Así, la represión “totalitaria” se contextualiza en la discontinuidad del subdesarrollo, en el fracaso del “progreso” de la colonización de la modernidad capitalista. 

Todo esto refiere también a nociones de un pensamiento actual, como la crítica al poder trascendente y el potencial liberador que se atribuye a la fuga, ante el descreimiento en la posibilidad de un cambio revolucionario del sistema. No solo Tereza es expresión de esto en O último azul sino también la historia, de meandros en tensión con la orientación hacia el objetivo que se plantea la protagonista al comienzo. Son análogos a los del río que vemos en un gran plano general aéreo por el que la señora mayor navega en un barquito y, por tanto, a la naturaleza con la que se confrontan los proyectos de cambio. 

Se desvía asimismo la ciencia ficción hacia un realismo mágico, pero también psicodélico, en lo que el setentismo también se revindica aquí. Con lo viejo de lo reconocible como distopía de esa época se confronta así un futuro que se abre en el marco de una tradición literaria latinoamericana. Frente al que se abre paso por los aires desplazando a los mayores en el terreno, hay otro en la baba azul de un caracol que, aplicada en gotas en los ojos, desafiando el miedo a la ceguera, expande en el tiempo y el espacio una visión que el argumento reserva exclusivamente a los personajes. No hay representación utópica que el espectador o espectadora encuentre aquí. Hay una fuerza interior secreta que mueve a Tereza y Roberta hacia adelante. 

También deriva O último azul hacia una percepción alterada de los espacios y los cuerpos por efecto de la iluminación artificial, en lo que más se parece, a mi entender, a Boi neon. Contrasta esa luz con la naturalista de los recorridos por las calles o en bote que hacen de esta película una road movie cuya carretera es el río. Muta así de género la historia, como tantas piezas más del cine contemporáneo latinoamericano rebelde contra la debilidad narrativa y la frugalidad de las películas que le abrieron paso a comienzos del siglo XXI. 

Todo esto, sin embargo, está en tensión con los límites que establece una manera narrar que no plantea rupturas significativas que yo haya podido percibir en la composición de los planos ni el montaje. Sutilmente sí en la sensorialidad característica del cine contemporáneo, en particular en la iluminación de algunas escenas, y en la música de Memo Guerra, que desborda la función obviamente narrativa y contrapuntea con las imágenes. 

El aspect ratio o ventanilla característico del cine clásico, sobre todo, transmite la sensación de una historia cuya dimensión se contiene con cierta dificultad por la manera como está contada en O último azul. Es lo contrario de lo que ocurre en Tesis sobre una domesticación (Argentina-México, 2024), de Javier van de Couter, otra que se destaca en este BAFICI, en la competencia argentina, que muestra su debilidad en la expansión con la que trata de alcanzar la escala propia de una gran película internacional.

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