Teocalli

 

Por Pablo Gamba 

Teocalli (México-Portugal, 2024), del Colectivo Los Ingrávidos integra la programación del FICUNAM. Es parte de la competencia Umbrales del festival de la Universidad Nacional Autónoma de México, dedicada al cine experimental de América Latina. El mediometraje se estrenó en Porto, y ha estado en la Viennale y el Festival de La Habana, entre otros lugares. Su duración de cuarenta minutos hace de él una de las piezas más extensas de Los Ingrávidos. 

Hay un manifiesto que acompaña a Teocalli en un libro del FICUNAM sobre las películas de Umbrales. Encontramos allí conceptos del pensamiento del colectivo como “ritual” ‒“el rito como extensión metafísica del ritmo”‒, cuyas fuentes se remontan a Maya Deren, y lo político como “fluctuación intermitente de lo contingente”, que viene de Gilles Deleuze y Félix Guattari. Citas implícitas como la de estos dos filósofos hacen parte al colectivo del amplio conjunto de realizadores que hoy buscan legitimidad en el pensamiento académico para el valor de la experimentación de su cine, pero estableciendo conexiones poéticas que no serían válidas en la academia, en lo que siguen también la tradición de los manifiestos de las vanguardias artísticas. 

El autor citado más relevante es, sin embargo, Nathaniel Dorsky. Vinculan su cine de la devoción con las transformaciones y el trance chamánico que en otros textos del colectivo tiene como fuente teórica a Raúl Ruiz. Lo hacen con referencia a la “devoción pareidólica”, que como fenómeno psicológico de la visión se refiere a la identificación de imágenes en lo aleatorio, formas en las nubes, por ejemplo. Tiene una expresión concreta en lo que puede verse en las noches de Teocalli. Esto trae a colación a Dorsky, y los espacios que el montaje debe abrir para que se produzca la participación del espectador. Además de buscar legitimidad en la autoridad académica, Los Ingrávidos lo hacen así en la tradición teórica del cine experimental. 

Otro dato relevante con respecto al ritmo es que Teocalli es una película que acompaña la pieza musical homónima del percusionista y compositor João Pais Filipe. El título, que en náhuatl es templo, “casa de dios”, me lleva a pensar en la relación imagen-música. Cuando se trata de banda sonora, la música es dominante, con su ritmo sonoro, sobre el ritmo visual del film. En una ejecución en vivo, como entiendo que fue la del estreno, la relación se invierte: el film domina la música, en tanto es el motivo y guía de su ejecución. En ambos casos, sin embargo, se puede establecer la misma analogía de la dominante, bien sea música o film, con el espacio del ritual y la magia, que de este modo los contiene misteriosamente, como un templo es “casa de dios”. 

No creo que sea ocioso detenerme en esta sutileza considerando la importancia que tiene el motivo del ojo en Teocalli. Así como música y film pueden contenerse mutuamente, la película que miramos nos mira y nos contiene. La simbología identifica la mirada con la posesión, señala Juan Eduardo Cirlot en su Diccionario de símbolos. Ocurriría entonces que somos poseídos mágicamente por el film con sus ojos chamánicos de naturaleza animal mutante, que nos llevan en trance rítmico hacia su mundo de materia fílmica y sonora en continuo cambio. Pero la experiencia conlleva un equilibrio en el que contenemos y nos posesionamos recíprocamente del film, siguiendo al citado Nathaniel Dorsky en esto, pero sin despolitizar como él su montaje polivalente. Una vez más demuestran así Los Ingrávidos que no solo se pueden apropiar de las teorías del cine experimental estadounidense sino, además, ser críticos frente a ellas.

En la página web de Viennale, donde Teocalli se presentó con música del dúo Jung An Tagen, Daniela Zahlner y Dietman Schwärzler traen a colación un concepto musical más: el remix. Señalan que la película contiene imágenes de otras piezas del colectivo ‒Guerras floridas (México, 2021), Danza solar (México, 2021) y Nahual (México, 2024)‒, pero también fragmentos de películas familiares en Super 8, como aquellas de las que se apropiaron igualmente en Sensemayá (México, 2021), con música de Silvestre Revueltas, sobre la que escribimos en este blog, y registros del mural Epopeya del pueblo mexicano (1929-1935), de Diego Rivera. 


El remix amalgama aquí la diversidad visual y material de los componentes sin que por eso dejen de estar barrocamente en tensión. El ritmo invoca un tiempo mítico con el que se conjugan significativamente otros tiempos en la pieza. Uno es el presente de los planos en vertiginoso movimiento; otro, el tiempo de la naturaleza, que dota de temporalidad al paisaje con sus tránsitos del día a la noche y viceversa, y el desentierro del pasado remotísimo de los fósiles. También está el tiempo de la historia épica de las luchas populares, en la pintura de Rivera, y finalmente la cotidianidad de quienes en el pasado se filmaron para guardar sus recuerdos en Super 8.

Teocalli nos revela estas memorias privadas alteradas en su curso temporal original por las repeticiones y el paso en reversa del film. Pero más significativo es el trastocamiento, con el encuadre y el montaje, de la temporalidad que, por convención, se atribuye al relato épico del fresco de Rivera. Descubre otra cronología posible, barroca, que con su orientación contraria y su discontinuidad impugnan el progreso. Cobra relevancia en este sentido también el parpadeo y sus intervalos oscuros, que se conjugan con el motivo de las piezas de rompecabezas como una metáfora estimulante de otras historias posibles, la “fluctuación intermitente de lo contingente”. 

No vemos ya en piezas como esta de Los Ingrávidos ese otro tiempo, el de la inmediatez, de la urgencia, dominante en un período crucial en la historia del colectivo. Fue la época marcada por las “desapariciones” de Ayotzinapa en 2014 y el uso del video de Internet como arma contrainformativa y poética contra el poder político y mediático. Pero esos ojos animales que nos miran al comienzo de Teocalli no nos llaman al sosiego del pensamiento rebelde que se academiza en los campos del arte y el cine. Nos interpelan desde el mundo al que materialmente pertenecemos, aunque la experiencia de la modernización colonizadora lo niegue, como el cautivador engaño de una ficción se sostiene en la ceguera para la realidad de su soporte fílmico. Nos llama a ver una diversidad de posibilidades en el mundo y de otros mundos posibles, inclusive no humanos. También la contramarcha histórica, hacia un pasado que no corona el presente con su progreso sino que lo interpela. En ella yo particularmente percibo el llamado a nuestras débiles fuerzas mesiánicas, a redimir los mundos y sueños por los que otros lucharon.

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