Cosmografías

 

Por Mariana Martínez Bonilla

Con Cosmografías (Chile, 2025), su más reciente producción, el investigador Juan Francisco Salazar se adentra en la exploración de la relación entre el Cosmos, la ecología y las injusticias coloniales en el desierto de Atacama. Esta obra es un documental híbrido con una duración de un poco más de 90 minutos en el que la observación etnográfica, la poesía visual y la ficción especulativa se conjugan para producir una experiencia sensorial y reflexiva que desdibuja las fronteras entre la ficción y la objetividad documental.

Con la ayuda de una serie de mujeres expertas en distintos campos disciplinares, relacionados con la geología y la antropología, así como con las intervenciones de un grupo de indígenas lickanantay, el director chileno no sólo documenta la lucha por la defensa de los recursos naturales en los salares de Atacama, sino que construye una serie de argumentos críticos que invitan al espectador a una inmersión profunda en la relación entre las cosmogonías ancestrales y el cada vez más asediado entorno contemporáneo, pues ese desierto, el más árido del mundo, se enfrenta a una crisis medioambiental multifacética y cada vez más severa. Uno de los problemas más acuciantes es la escasez y sobreexplotación del agua, un recurso ya de por sí extremadamente limitado en la región. La extracción de litio consume cantidades exorbitantes, agotando los acuíferos subterráneos y afectando gravemente los frágiles humedales y salares que sustentan la biodiversidad de la región. Las comunidades indígenas locales, que dependen de estas fuentes de agua, han denunciado el impacto directo en sus medios de vida y el deterioro de su entorno. 


El carácter híbrido de Cosmografías es la piedra angular de la propuesta narrativa de Juan Francisco Salazar, pues aquí se fusionan entrevistas y testimonios de los atacameños con secuencias oníricas, provenientes de una cuidada puesta en escena en la que se narra la historia de Xue Noon, una astrobiología de origen maori, encargada de una misión colonial en Marte, interpretada por la coescritora del filme, Victoria Hunt. Esta amalgama, lejos de resultar caótica, crea una textura evocadora que enriquece la naturaleza ecocrítica del filme y que, a su vez, se ajusta a la complejidad epistemológica de los futurismos queer e indígenas, que fundamentan el marco teórico de la propuesta que aquí analizamos. 

Dicha hibridez también permite poner sobre la mesa una reflexión sobre la representación: ¿cómo se puede poner en imagen la esencia de una cosmovisión ancestral sin caer en el exotismo o la simplificación? Salazar navega esta pregunta con destreza, permitiendo que las voces lickanantay sean las protagonistas, pero también utilizando el lenguaje cinematográfico para construir metáforas visuales. La inclusión de secuencias más abstractas o oníricas, lejos de desviar, profundiza la comprensión de los conceptos espirituales y la conexión inmaterial con el territorio.


A partir de escenarios hipotéticos y visiones distópicas sutilmente tejidas en la narrativa, Salazar nos confronta con las posibles consecuencias de nuestra inacción ante la explotación desmedida de los recursos naturales, proyectando un futuro distópico en el que la conexión humana con la naturaleza se verá irremediablemente alterada. Como es bien sabido, la ficción especulativa en el cine representa un vasto y dinámico género que va más allá de la mera ciencia ficción o fantasía, abarcando cualquier narrativa que explora distintas respuestas ante la pregunta “¿qué pasaría si…?”, a partir del emplazamiento de distintos escenarios que distan de nuestra realidad conocida. Este género se nutre de la imaginación para construir mundos alternativos, futuros distópicos y realidades o pasados alterados con el propósito de reflexionar sobre el presente. Directores y guionistas utilizan esta herramienta para examinar las consecuencias de nuestras decisiones sociales, tecnológicas, políticas o medioambientales, ofreciendo una especie de espejo deformado de nuestra propia existencia que permite, a su vez, poner en crisis temas complejos y a menudo incómodos desde una perspectiva distanciada, sin pretender predecir el futuro con exactitud. 

En el caso de Cosmografías, lo anterior se logra construyendo un relato que no solo ilumina la riqueza espiritual y el conocimiento ancestral de los pobladores de San Pedro de Atacama, sino que también interpela directamente las problemáticas socioambientales que amenazan la existencia misma de su cultura y territorio. Lo anterior hace manifiesto cómo es que el desierto es una entidad compleja, poblada por espíritus, conocimientos ancestrales y ciclos que rigen la vida. A través de una fotografía meticulosa, hecha por el propio Salazar, somos partícipes del esplendor y decadencia de los paisajes de Atacama, pues el filme no rehúye mostrar las consecuencias devastadoras de la minería, especialmente la extracción de litio. Las vastas extensiones de salares convertidas en paisajes lunares de explotación, los pozos de agua desecados y la proliferación de infraestructuras invasivas son presentados con una crudeza que interpela directamente al espectador sobre el costo de la modernidad. 

Frente a ello, Cosmografías expone pacientemente la sabiduría milenaria que los lickanantay han transmitido de generación en generación. Los planos generales, entonces, dan cuenta de la importancia de la observación astronómica en dicha cultura, la cual es entendida como una práctica arraigada en la vida cotidiana, en la agricultura, en la predicción del tiempo y en la conexión con sus ancestros y deidades. Sin embargo, la belleza del desierto se yuxtapone con imágenes de un planeta desolado y su única habitante, que sugieren un futuro incierto y desolado.


La importancia de esta propuesta, entonces, radica en la manera en que la crítica socioambiental distópica no se articula únicamente a través de estadísticas o denuncias directas, sino que se imbrica en la narrativa misma y en la estética del filme. La yuxtaposición de imágenes de paisajes prístinos con aquellas de degradación ambiental crea una tensión dramática que subraya la fragilidad del ecosistema. La sensación de distopía que empieza a emerger en ciertas secuencias, con la inclusión de elementos más cercanos al cine experimental o de ciencia ficción, sirve para amplificar la amenaza que se cierne sobre el desierto y sus habitantes.

Ello posiciona a Cosmografías como una advertencia urgente sobre la clase de futuro que le espera a la humanidad si no atiende la crisis climática. En resumen, Cosmografías no ofrece respuestas fáciles, sino que invita a la contemplación y a la reflexión personal, resonando con la propia experiencia del espectador y, quizás, encendiendo una chispa de conciencia sobre nuestro impacto colectivo. Es una obra valiente y necesaria que desafía las convenciones del cine documental, consolidando a Juan Francisco Salazar como una voz original y provocadora en el panorama contemporáneo.

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