Futuro futuro

Por Francisco Tinajero

Indudablemente, el uso de la inteligencia artificial en el quehacer artístico ha despertado opiniones diversas tanto en los propios creadores como en los críticos y la comunidad académica. Existen, a lo menos, dos posiciones en torno a esta polémica. Por un lado, aquellos que representan el ala conservadora, que ven en la utilización de estos nuevos softwares y herramientas digitales un medio de suplantación del genio creador, un instrumento que encarna la pesadilla benjaminiana sobre la reproductibilidad del arte y, más importante aún, una forma de precarizar todavía más algunas funciones dentro del medio. Recordemos, por ejemplo, uno de los primeros debates más importantes al respecto que tuvo lugar durante la huelga de guionistas de Hollywood en 2023, quienes, entre otras demandas, presentaron preocupaciones en torno a la redacción de guiones a partir de generadores automáticos de texto. A ellos se unieron personajes de la comunidad actoral que temían por la utilización de su imagen creada por diferentes programas de IA. 

Por el otro, existen autores que ven en la IA un instrumento para complementar o perfeccionar sus trabajos. Particularmente en el ámbito cinematográfico mexicano este tema ha escalado a las altas esferas del gremio y, como era de esperar, ha destapado otras problemáticas aún más profundas y, sobre todo, incómodas para muchos. A mediados del pasado mes de julio, diferentes industrias creativas convocaron a una movilización “por una urgente regulación de la inteligencia artificial”, como decían en su publicación en redes. Ante esta situación, otros artistas protestaron en contra y evidenciaron la hipocresía que existe en estas acusaciones. Fue el caso del cineasta Lex Ortega ‒Atroz (2015), Animales humanos (2020), entre otras colaboraciones en antologías de terror como México bárbaro (2014) y próximamente Muertamorfosis (2025), el primer largometraje gore realizado con inteligencia artificial—, quien denunció que, si bien se acusa la implementación de la IA en el cine, no se atacan los problemas estructurales de los circuitos culturales, cuyo mal principal sigue siendo el nepotismo –entiéndase “compadrismo”–. 

Como podemos observar, ambas posturas son válidas, ya que problematizan el presente y futuro de las artes, así como las condiciones laborales dentro del sector. Sea cual sea nuestro posicionamiento en este debate, la relevancia de estas tecnologías en el ámbito fílmico es indiscutible. Más allá de condenarlas al olvido, además de ser un ejercicio inútil por lo inminente de la situación, habría que poner atención en aquellas obras y directores que presentan propuestas por demás valiosas, en tanto que problematizan los usos éticos y necesarios en no pocas ocasiones de estos instrumentos, como lo hace Pablo Weber en Homenaje a la obra de Philip H. Gosse (2020), donde reflexiona sobre el origen del mundo, una pregunta que ha preocupado a la humanidad desde su conformación y que el director complejiza a través de la IA y su papel en la configuración de lo incognoscible, lo cual resulta en la conceptualización de la imagen-fósil: los vestigios de una época –el presente– materializados en los archivos digitales. 

Otra cuestión no menos relevante es abordada en Futuro futuro (2025), el más reciente filme de Davi Pretto y que formó parte del prestigioso Festival Internacional de Cine de Karlovy Vary de este año. La de Pretto es una película que también pone el dedo sobre el renglón acerca del rol que la IA juega en nuestras vidas, al abordar la difícil relación que esta tiene con la memoria. Es decir, hasta qué punto estas tecnologías pueden sustituir o no la capacidad humana de almacenamiento de información y, más importante aún para el sostenimiento de la vida, puesto que la memoria es un rasgo definitorio de la unicidad, cuál es su alcance para establecer quiénes somos en un momento determinado al utilizar algún medio digital. 

Así, a través de la historia de K. (Zé María), protagonista que de inmediato nos rememora a aquel individuo acorralado por el sistema jurídico anónimo y que es acusado de un crimen que ni él mismo sabe cuál es, aquél que se halla en El proceso perpetuo dibujado por Franz Kafka hace exactamente un siglo, somos partícipes de una distopía que traspasó los límites ficcionales y que amenaza, cada vez con más fuerza y perspicacia, con ser la cotidianidad de diversos territorios del sur global, sino es que en muchos de ellos ya lo es. De hecho, como bien avisa el epígrafe del filme, el territorio donde el equipo de Futuro futuro se encontraba trabajando fue el escenario en el que esta distopía se volvió realidad. 

Entre abril y mayo del 2024 se registró una de las mayores tragedias climáticas de los últimos tiempos: la ciudad de Porto Alegre, en Brasil. En adición a otras ciudades en el estado de Rio Grande do Sul, se vio fuertemente afectada por inundaciones sin precedentes que dejaron 183 decesos y más de 2,3 millones de afectados, de acuerdo con el informe de la Relatoría Especial sobre los Derechos Económicos, Sociales, Culturales y Sociales (REDESCA) de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) (abril, 2025). Fue por esta razón que Pretto decidió utilizar la IA: ante la destrucción e inviabilidad, la posibilidad creativa/generativa de las nuevas tecnologías. 

Como buen personaje kafkiano, K. aparece desconcertado en un terreno que le es ajeno, para después ingresar en un salón de clases que más tarde nos enteramos hace de albergue y escuela para los habitantes de esa zona de la ciudad. Lo que se enseña en ese centro no es otra cosa sino historia, su historia: los alumnos ‒personas adultas racializadas‒ han olvidado hasta sus nombres, sus memorias han sido vaciadas y deben reaprender los aspectos más elementales de la vida: desde cómo se siente la textura de una hoja, y recordar el sonido del oleaje y el viento, hasta el contacto físico con otro ser humano. La manera en que se busca saciar esta necesidad de recuperar los recuerdos consiste en que los estudiantes observen con atención una serie de imágenes y estímulos sensoriales generados a partir de IA. 

Estos provocadores de memorias surten efecto en los asistentes a través de la manifestación de secuencias de sus vidas pasadas/perdidas en sueños, momentos en los que Pretto hace uso explícito de la IA mediante breves escenas entintadas en rojo en las que logramos atisbar las apuestas y limitaciones de este tipo de imágenes ‒además de estos episodios, el director crea los dibujos del Armagedón, uno caracterizado por reflejar la crisis del calentamiento global, una gran erupción volcánica y la caída de un meteorito‒: se trata de planos generales y despersonalizados, donde la individualidad se disuelve en un escenario prefabricado y pantanoso, a pesar de representar la parte adinerada de la ciudad, sitio al cual el protagonista cree pertenecer y alcanza a llegar vía clandestinidad. A partir de este punto de la narración, la película, en apariencia, se ocupa del ya conocido “viaje del héroe” que trata de volver a su lugar de origen; no obstante, existe en él una incertidumbre que lo hace dudar sobre la veracidad de esta información. En otras palabras, K. no confía en lo que la IA le ha dicho que es lo real. 

Este es uno de los puntos centrales que Futuro futuro trata de comunicarnos: en un momento histórico en el cual una parte importante del contenido que consumimos en redes sociales y otras plataformas de los ambientes digitales está hecho a partir de IA ‒desde videos con fines de entretenimiento y diversión, hasta usos ilegales como el robo de identidad‒, resulta crucial que tengamos la capacidad de distinguir lo que es real y lo que no. Es necesario desconfiar y nunca dar por hecho la veracidad de que lo que leemos, escuchamos o vemos, tal y como lo hace K., a quien esta vacilación lo golpea de frente y lo regresa de los escenarios opulentos al salón de clases; todo lo que vio, el supuesto retorno al hogar, fue mentira y el filme nos regala a K. tambaleante por los pasillos del albergue-escuela, sin saber aún su lugar en el mundo, pero con la certeza de su destrucción. 

Como hemos anotado, Futuro futuro acontece en un territorio escindido: por una parte, aislados con cercas, los edificios residenciales con sus acaudalados penthouses donde habitan, en su mayoría, personas caucásicas; por la otra, espacios populares repletos de carencias –valga el oxímoron‒, donde en cada esquina encontramos carteles que dan cuenta de la urgencia por los medios básicos de supervivencia. Cada anuncio propone intercambios de productos: desde aceite hasta trabajos de plomería, pero siempre a cambio de agua. Del mismo modo, estas son demarcaciones en las que existe un permanente estado de sitio que infunde terror e incertidumbre en sus habitantes. 

Aunque las poblaciones de esta zona son heterogéneas, comparten la característica de estar al margen de los privilegios del modelo económico y al mismo tiempo permanecer en la base del mismo. Esta situación, como menciona Zygmunt Bauman en Daños colaterales: desigualdades sociales en la era global (2011), intensifica los efectos de la crisis ante el imperioso fin del mundo. De tal forma que aquellos personajes que se hallan en la parte alta del sistema aguardan el ocaso de la humanidad al interior de sus departamentos mientras hacen una fiesta masiva; en contraste, los demás, la mayoría, lo esperan a la par que continúan con sus trabajos y actividades precarizadas. Tristemente esto no es exclusivo del universo ficcional de la obra, sino que fue lo que ocurrió durante las inundaciones del año pasado, tal y como lo confirma el informe de la REDESCA. 

De esta relación tan estrecha entre ficción y realidad podemos concluir que uno de los méritos principales de Futuro futuro radica en saber leer su contexto de producción y poder complejizarlo por medio de nuevas estrategias tecno-estéticas, al mismo tiempo que deja en el aire los cuestionamientos acerca del papel de las IA tanto en los procesos artísticos como en la vida cotidiana para que seamos nosotros quienes sopesemos las ventajas y riesgos que implica su uso. A su manera, la película ofrece una respuesta, aunque no es definitiva, pues se aleja de los juicios simplistas: la inteligencia artificial es altamente atractiva por los estímulos sensoriales que ofrece que, en cierta medida, pueden contribuir a recuperar algunas capacidades que poco a poco hemos perdido, como la imaginación; empero, atribuirle toda esta responsabilidad puede ser peligroso y, en especial, engañoso, pues todo aquello que creemos que estamos creando de nuevo/ingenioso en realidad no es otra cosa que un cúmulo de datos y toneladas de cables, como menciona Weber en la película a la que aludimos con anterioridad, y que terminan por arrojarnos más crudamente hacia la realidad.

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