Memoria de un cuerpo desplazado y La eterna búsqueda del quién
Por Pablo Gamba
Los cortos de animación Memoria de un cuerpo desplazado (México, 2024), de Mariana Mendivil, y La eterna búsqueda del quién (Colombia, 2023), de Raquel Velásquez, son parte del festival Animaphix de nuevos lenguajes contemporáneos que se celebra en Bagheria, Sicilia, Italia. El primero figura en la competencia Ani-Doc; el segundo está en la de Pintura Animada.
Ambas películas tienen en común que fueron hechas en universidades, en la UNAM la de Mendivil y la de Velásquez en la Jorge Tadeo Lozano. Más relevante son otras características que comparten: son ensayos fílmicos sobre la identidad con relación al cuerpo y el territorio, en los que tiene un peso notable el trabajo con el texto dicho en voice over. Memoria de un cuerpo desplazado se estrenó en la competencia Aciertos del FICUNAM y estuvo en el Animafest de Zagreb, entre otros festivales. La eterna búsqueda del quién se presentó en el Bogotá Experimental Film Festival Cineautopsia y este año en Anima Latina, en Buenos Aires, como parte de su recorrido internacional.
A Memoria de un cuerpo desplazado se la podría ubicar también entre las películas latinoamericanas recientes que profundizan en la experiencia de la migración, sobre las cuales hemos escrito extensamente en Los Experimentos. En este caso se trata de tránsitos particularmente traumáticos para quien los vivió porque fueron en la temprana infancia, de ida y vuelta entre México y España.
El collage animado parece prestarse idealmente en la pieza para representar la experiencia de este proceso de crisis y recomposición, en particular en la secuencia que muestra las manos de la artista explorando los ensamblajes posibles de los recortes con los que trabaja y otra en la que el con esta técnica construye un rostro suyo de capas anacrónicas e incoherentes.
Como indiqué, sin embargo, lo realmente distintivo es acá el texto, dicho en el que también es un collage de voces, aunque no muy perceptible sin que este dato se aclare en los créditos, de Mendivil, su hermana menor y su madre. Al final se nos informa que son fragmentos poéticos de sus diarios, otro collage.
Se percibe en la diversidad de voces un impulso a trascender lo individual de la experiencia. Es algo que recalca la reiteración de imágenes de claro contenido simbólico, como la serpiente, las manos y, más sutilmente, el pez; los rituales hacia el final y, en la primera parte, fetos. Hay en esto un tránsito característico del cine experimental que va desde lo personal hacia lo mítico.
Dos filmaciones del fuego, que al comienzo retrocede, sugiriendo un regreso al pasado, y al final avanza, enmarcan el proceso del personaje de la narradora. Hasta cierto punto se lo puede seguir como una narración autobiográfica. Comienza con la gestación y el nacimiento, lo interrumpe bruscamente una secuencia de fotos en España, con un sonido que la puntea acompañando los cortes, y prosigue disponiendo otras fotos como peldaños de una escalera que se asciende. El último plano del film es un big close up en color que establece la identidad del personaje adulto antes visto en fotos de la infancia, en los fragmentos que son sus manos en acción y en siluetas.
Pero tanto la coherencia de este relato, y la trascendencia de lo autobiográfico en lo simbólico y lo mítico, están en tensión con las turbulentas experiencias referidas por las voces. También con el estilo del collage animado, que me refiere a las oscuridades de Janie Geiser y la tradición surrealista de la técnica.
Pienso, entonces, que la poesía mítica a la que intenta elevarse desde la autobiografía el relato entra en crisis por la resistencia del que P. Adams Sitney caracteriza como psicodrama en el cine experimental estadounidense. Sostiene que se trata de películas en las que no se logra construir un personaje completamente autónomo de las experiencias del autor o autora que impulsaron su creación. Es lo que causan aquí los estados emocionales que transmiten las palabras y que desbordan las causas que podemos seguir en la historia y también la simbología. Es como si el personaje conservara una parte inaccesible, una sombra y el relato mismo fuera aquí un intento de desprenderse de ella.
Esto es lo que da su fuerza a Memoria de un cuerpo desplazado. Lo psicodramático recuerda que siempre hay algo en la experiencia que rebasa la capacidad de articularla como ficción autobiográfica para expresarla, incluso cuando se apela a lo simbólico y lo mítico buscando darle esta trascendencia. En particular confronta el corto de Mariana Mendivil con los relatos que suelen hacer de sí mismos los migrantes, y que escamotean lo feo y doloroso para tratar de dar ante los demás la imagen que les pide su reconstrucción.
En La eterna búsqueda del quién, en vez de ir hacia el pasado, como el fuego en reversa de la película de Mendivil, el personaje de la narradora se sitúa en su aquí y ahora, y se proyecta hacia el futuro en la indagación sobre la identidad que revela el título. La voz, además, es poética de un modo completamente diferente, conversacional. Refiere explícitamente a una sinceridad como a la que se apela en el “giro subjetivo” del documental.
La técnica dominante, de pintura sobre vidrio, se presenta como correlato visual de la experiencia referida por la protagonista de ser rozada por los cuerpos con los que disputa su espacio, una interacción que también la conforma en su ser y sus potencialidades. Hay una diversidad de técnicas de animación que la acompañan, y que incluyen el collage y la intervención del video, lo que también es correlativo de la reflexión sobre la identidad.
El valor de La eterna búsqueda del quién no está en lo que podríamos calificar de psicodramático, a pesar del peso que tiene el motivo del doble. Confrontando el fantasma de las versiones que siente que de ella se hacen los demás, encontramos en esta película el personaje de una joven que se muestra tal como quiere ser en su manera de vestir y la desnudez sugerida de su cuerpo, todo esto inscrito en la sinceridad a la que apelan sus palabras. Las preguntas que se hace, aunque podrían parecer propias de una adolescente insegura, la sitúan en otro lugar, el de una mujer en un mundo en el que ser quien quiere ser demanda abrirse un espacio para esta posibilidad.
En esta pieza encontramos, así, un acercamiento al feminismo como cuestión existencial y, por tanto, moderna, diáfana para la razón. La comparación con la película de Mendivil, sin embargo, me lleva a hacerme una pregunta: si la transparencia que parece haber aquí no podría ser tan inevitablemente ficticia como la opacidad psicodramática de Memoria de un cuerpo desplazado.
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