Primera enseñanza
Por Pablo Gamba
En la competencia internacional por el Leopardo del Mañana del Festival de Locarno se estrenó Primera enseñanza (Cuba-España-Brasil, 2025). Es un cortometraje dirigido por la dupla cubana-brasileña que integran Aria Sánchez y Marina Meira, la ópera prima de estas dos egresadas de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de Los Baños, en Cuba.
Se inscribe Primera enseñanza en la tendencia actual del cine cubano a enrarecer el referente real para desafiar las expectativas que aún existen, tanto en el país como el exterior, de ver Cuba, de películas reveladoras de la realidad que la propaganda a favor o en contra del sistema distorsiona. Hemos comentado algunas en este blog, como Tundra (2021), de José Luis Aparicio Ferrera, o La historia se escribe de noche (2024), de Alejandro Alonso.
El corto de Sánchez y Meira se desarrolla en torno a un grupo de niñas que ven clases de primaria en la misma escuela. Esto apunta hacia una institución fundamental por lo tocante a la formación de ciudadanos acordes con el sistema político y social, lo que se sintetiza en la consigna “pioneros por el comunismo, seremos como en Che”, que aquí vemos pintada en una pared. Que sean solo niñas las alumnas, sin embargo, por sí mismo introduce un elemento desfamiliarizador, que es la exclusión de los varones de esta ficción, salvo por un personaje secundario, porque en Cuba las escuelas son mixtas.
Podría haber otra razón de que sean solo niñas, y es que los varones han sido los protagonistas de las películas más conocidas sobre la problemática de Cuba vista a través del prisma de la infancia y la institución escolar, como Habanastation (2011), de Ian Padrón, o Conducta (2014), de Ernesto Daranas. En filmes como esos, además, el realismo de la representación se revela como problemático si se consideran los ejes en torno a los que se construye, porque todos ellos son lugares comunes. Por ejemplo, la marginalidad, la violencia que la rodea, las adicciones o el descubrimiento de contrastes entre ricos y pobres que son comunes en todas las sociedades latinoamericanas, pero cobran relevancia ideológica particular en el contexto del socialismo, o las mujeres que tienen que hacerse trabajadoras sexuales para poder sobrevivir.
Otra razón para enrarecer lo real puede ser, por tanto, evitar un realismo conformado en los términos de debates públicos de los que no pueden surgir soluciones, porque el socialismo de Cuba no es democrático. Responde al vaciamiento de la consigna de Tomás Gutiérrez Alea (Memorias del subdesarrollo,1968) de hacer un cine crítico dentro de la Revolución.
En Primera enseñanza el enrarecimiento es de otra práctica repetitiva y vacía de contenido: el ritual escolar patriótico y socialista del llamado “matutino”. Se convierte en motivo de una historia de terror psicológico cuando a Daniela, niña modelo por su voz, le prescriben silencio total para que pueda superar los estragos del esfuerzo en sus cuerdas vocales. Es una causa realista, con certificación médica, pero que, con la tensa atmósfera que se construye en torno al percance, y lugares comunes de estilo como un lento dolly back al comienzo, adquiere una dimensión fantástica. Hay algo misterioso, además, que nos hace sentir la mirada irónica y distante de otra niña, que compite con Daniela.
Este misterio de terror se construye en torno a la disipación de otro misterio. La falla de la voz, primero, y la prohibición del canto, después, revelan la fragilidad del poder del matutino como ritual renovador de la fe en el sistema, como un encantamiento que se rompe. Además de ser el disparador de una historia de género, el dispositivo opera como un desgarrador de ese mito con fisuras reveladoras de la naturaleza oscura de las prácticas con las que se intenta restituir la normalidad de la voz de Daniela, como un sistema de delación con el mérito escolar como recompensa o una pesadilla estatuaria en torno a lo que es ser convertida en niña modelo.
El desarrollo formal del corto es la progresión del enrarecimiento con otros detalles. Uno, por ejemplo, es un plano subjetivo, quizás demasiado obvio, que abre la pregunta acerca de qué está derecho y qué al revés, patas arriba, en el mundo de ficción del cortometraje. También es coherente con la distorsión el cuento que irónicamente le cuenta a Daniela para “consolarla” su madre. Por estar embarazada, este personaje introduce una temporalidad circular respecto a las niñas, el futuro sin futuro que se repetirá con el hijo que espera.
Es justo en el tiempo y el espacio donde el enrarecimiento se hace más significativo. Por lo tocante a lo segundo, la iluminación dominante tensiona la historia fantástica de terror, remplazando los claroscuros del género con una representación diáfana de las locaciones de la escuela y la vivienda. Nos llama a percibir así un deterioro correlativo a la rotura del hechizo patriótico y revolucionario del matutino. Más profundo es lo que ocurre en el tiempo por la circularidad implícita en el embarazo, que se hará explícita después. Contribuye también a la observación, pero sobre todo crea una impresión contraria al impulso hacia el futuro mejor socialista, a esa magia rota.
Películas como esta, o Tundra o La historia se escribe de noche, actúan así sobre los espectadores que todavía están bajo el hechizo del mito de la Revolución Cubana, o el de la rancia contrarrevolución aún rumiado por algunos exiliados en su resentimiento. Hoy, sin embargo, la reiteración del recurso plantea un problema en torno a su eficacia, el de si el recurso de la fantasía no estará forjando un nuevo mito gótico de Cuba, y es lo que abre el camino hacia los festivales.
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