La impronta

 

Por Pablo Gamba 

La impronta (México, 2025), de Cecilia Monroy Cuevas, fue una de las tres piezas que compartieron el premio del festival de videoarte y cine experimental Play de la ciudad de Corrientes, Argentina, en la categoría internacional. Ha sido parte también del festival de documentales DocsMx. 

La realizadora es conocida además como fotógrafa, organizadora y participante de diversos colectivos, con un interés especial por los temas de la maternidad en su trabajo. Su producción en esta línea comprende la serie fotográfica Muerte materna en Chiapas (2009), entre otras obras, y en ella se inscribe también el cortometraje de archivo con el que participó en Play. 

Entre las variantes del trabajo con imágenes de este tipo que William Wees distingue en Recycled Images: The Art and Politics of Found Footage Films (1993) está el metraje encontrado propiamente dicho. Son películas cuyo valor depende principalmente del hallazgo, que incluso puede presentarse dejando el material original intacto o casi, como es el caso de Perfect Film (1986), de Ken Jacobs, por ejemplo. En el otro extremo de posibilidades se encuentran las piezas que tienen cierto el aspecto de palimpsesto. Podemos identificar una obra ejecutada donde hubo otra, pero su fuerza está en las intervenciones. 

La impronta se encuentra en un lugar intermedio, pero más cercano al primer tipo, en el que el texto autobiográfico añadido por la cineasta, superpuesto a las imágenes, dialoga con el metraje encontrado. Este proviene de la película que registró su nacimiento, el parto filmado en color, sin sonido, en 1977. El film fue un regalo de su madre, indica Monroy, pero a ella se le hizo muy difícil verlo, y la razón marca una diferencia con la referencia clásica en el cine experimental: Window Water Baby Moving (1959), de Stan Brakhage. Lo que se pone de relieve en este film es la violencia de la obstetricia. 

Los planos del parto, registrado con la madre dispuesta del modo habitual sobre una camilla, lo que lo homologa con una intervención quirúrgica, son precedidos por otros de una breve parte en un paisaje de bosque y playa, y un personaje diminuto, rodeado por la naturaleza, que en el contexto fílmico se identifica como la madre. No hay indicaciones que lleven a suponer que no forman parte de la misma película encontrada, y lo sugiere, además, la continuidad de la paleta de color y la textura fílmica. Llaman la atención, entonces, por el contraste con las prácticas médicas que se registran después, como si quien montó la pieza intuyera la necesidad de remarcarla de algún modo, a pesar del final feliz que siempre tienen este tipo de películas. 


Más inquietante es la transición entre una y otra parte, quizás intervenida por la cineasta por lo tocante a la velocidad de la película. No podemos saberlo. Se trata de un acercamiento al personaje, corriendo, cámara en mano, que desestabiliza la sensación de armonía con el entorno de los planos anteriores. Lo inquietante es, sobre todo, la relación con las imágenes del texto, que allí hace referencia a la angustia en el marco del relato de la participación de la narradora en una terapia de renacimiento, una técnica para liberarse de recuerdos traumáticos de la infancia, hoy desacreditada, originaria de la misma época en que se rodó el film. Su creador, Leonard Orr, llegó a asegurar que había llegado a recuperar recuerdos de su nacimiento por esa vía. 

La brutalidad se instala después con un corte a un plano detalle de un equipo de registro de signos vitales, quizás un electrocardiógrafo de la época. De la luz crepuscular en exteriores se pasa violentamente a una iluminación de quirófano, aunque sin perder la continuidad del color y de la textura fílmica. Esta claridad implacable ilumina la introducción de las espátulas metálicas y el forceps por la vagina, el corte que se le hace, el profuso sangrado, y la extracción y animación de la criatura, de lo cual se hizo partícipe la madre con el orgullo de negarse a la anestesia. Hay partes, sin embargo, que parecen levemente distorsionadas. La narradora informa que le ha costado mucho ver el film y que quitó imágenes que le siguen siendo insoportables. Los sutiles efectos sonoros son también destacados, en especial el que acompaña la salida de la cabeza de la bebé, que tiene una referencia líquida. 

La impronta se construye, así, sobre la base de la tensión entre la claridad del relato cinematográfico y la oscuridad dolorosa que envuelve una experiencia que deja una huella perenne en quien la vive, aquella a la que hace referencia el título. Es una metodología que vincularía con la antropología psicoanalítica, así como también con la terapia de renacimiento, y que mediante el metraje encontrado revela cómo convivimos con la violencia obstétrica haciéndola parte de nuestra vida con una naturalidad que sorprende ante su evidencia. La transmisión de la película de madre a hija adquiere un aspecto ritual, de iniciación a la brutalidad del parto moderno y al silencio en torno a ella, reveladora de cómo nuestra cultura ha desarrollado modos de asimilarla. 

La retórica del choque entre el prólogo y el resto del film, y la llana transparencia del relato, alejan esta película del cine experimental, sin embargo. El material no tiene el aura de la pieza que pide no ser intervenida en modo alguno sino mostrada tal cual se encontró, ni el montaje ni las distorsiones sutiles que quizás hubo ni el sonido parecen constituir investigación suficiente de lo fílmico. Aunque haya sido parte del Festival Play, es un corto que se inscribe en un documentalismo en el que convergen las dos vertientes más importantes de la actualidad en América Latina: el cine de archivo y el autobiográfico. En este contexto se destaca por la fuerza testimonial que encuentra en las imágenes a pesar de tanta interrogante al respecto, en el débil poder que pueden adquirir en un contexto que se aparta de la retórica activista que va en contra de su capacidad de sorprender. Hay algo que sorprende, incomoda y causa dolor, y que esta pieza tiene el buen tino de revelar con su sencillez, y creo que allí está el mayor valor de La impronta.

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