Algo viejo, algo nuevo, algo prestado

 

Por Pablo Gamba 

Algo viejo, algo nuevo, algo prestado (Argentina-Portugal, 2024) llega a su estreno nacional en cines. Se presentó por primera vez en la Quincena de los Cineastas, en el Festival de Cannes, y ha tenido un recorrido que la llevó al Festival de Gijón, donde la premió la crítica en la sección Retueyos, y ha estado en los festivales de documentales de Tesalónica y Montreal. Es el tercer largometraje como director de Hernán Rosselli, conocido principalmente por su ópera prima, Mauro (Argentina, 2014). 

Esta trayectoria híbrida, por lo que respecta al tipo de festivales que comprende, es reflejo de la naturaleza de esta película. Reúne videos caseros de un padre de familia que se dedicaba a la quiniela, a levantar apuestas fuera de la ley, y registros hechos con las cámaras de vigilancia de su casa. Pero principalmente se desarrolla como la historia de una crime family del género de gangsters interpretada por Maribel Felpeto, la hija de Hugo Felpeto; su viuda, Alejandra Cánepa, y otros miembros de la familia. 

Hay obvias referencias a obras de maestros del género en el nuevo Hollywood. Una es El Padrino (1972), otra, una Goodfellas (1990). Encuentro divertida la combinación de la iluminación tenebrista del film de Francis Coppola con la sensibilidad para percibir la falta de solución entre crimen y cotidianidad de Martin Scorsese. Pero, por la técnica de trabajar con personas que interpretan versiones imaginarias de sí mismas, hay que considerar también referencias del cine de arte como Close Up (Irán, 1990), de Abbas Kiarostami, o La Soledad (Venezuela, 2016), de Jorge Thielen Armand. 

Esto conlleva otra diferencia por lo que a la manera de narrar respecta, que es más débil y dispersa que en las películas hollywoodenses. Abre espacios en el relato no solo para la inserción del material documental sino también para que el espectador pueda dedicarse a observar con asombro. Así como Mauro se destacaba por su descripción reveladora del proceso de fabricación de billetes falsos, Algo viejo, algo nuevo, algo prestado descubre aspectos ocultos de la parte del negocio a la que Hugo Felpeto se dedicaba, que es la recaudación, y lo hace mostrando no solo la cuenta del dinero sino también las computadoras con las que se llevan los registros. 

Sin embargo, no es este el aspecto más trascendente de Algo viejo, algo nuevo, algo prestado. Las imágenes de las cámaras de vigilancia tienen una función más clave por lo que respecta al dispositivo dominante, que es la tensión entre el adentro y el afuera propia de toda actividad clandestina. Hay en esto un juego con lo que la película tiene de documental, y es lo que la destaca entre las historias de crime families. La invención que hacen los integrantes de la familia real de los personajes que interpretan no puede sino parte de su mentira cotidiana, lo que es extensivo a los videos del padre. En otras palabras, la ficción podría ser la mejor manera de mostrar la realidad de los Felpeto, lo que hace del film de Rosselli, a mi manera de ver, un ejemplo de lo que Luis Ospina llamaba cinéma mentiré para confrontarlo con el cinéma vérité


Pero si el valor de Algo viejo, algo nuevo, algo prestado está en la construcción de los problemas de lo verdadero y lo falso, y de las mentiras necesarias para sobrevivir, es también su principal flaqueza por lo que respecta a la dimensión real que tiene el problema del juego clandestino. 

La historia se extiende a las relaciones de complicidad de policías y fiscales judiciales con el negocio del juego clandestino. Los videos reales “documentales”, hechos por la fuerza pública en espectaculares allanamientos, que también incluye la película, se revelan así como la puesta en escena de otras mentiras. Pero esto ya ha sido ampliamente puesto al descubierto por la prensa, mientras que quedan fuera de campo las conexiones que tiene con el poder económico y político, tanto a la escala municipal que alcanza aquí como a nivel provincial y nacional. 

Por otra parte, ya no fuera de campo sino ausente por completo está la dimensión social del juego como patología. Si bien hay que entender que los personajes y su historia le piden al espectador una suspensión no solo de su incredulidad sino también de su censura moral, no deja de ser un problema la omisión de esta otra consecuencia de la actividad criminal, la ilusión de la que se pueden hacer dependientes ciertas personas y que es tan destructiva como el uso de la violencia contra los que no pagan lo que pierden apostando. La homologación del juego con la empresa capitalista es superficalmente reveladora, pero falta la parte más importante de la cuestión: que el dinero proviene del sufrimiento de personas y familias.

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