Buenas noches

 

Por Salvador Savarese 

Es interesante lo que está pasando con la comedia argentina actual. Históricamente, durante la época de los grandes estudios, gracias a grandes despliegues de producción y directores de la calidad de Carlos Schlieper, se pudieron hacer comedias como Cita en las estrellas (Argentina, 1949) o Cuando besa mi marido (Argentina, 1950), comparables en ritmo y sofisticacion a las Hollywoodenses. Después del fin de los grandes estudios y la muerte de estos directores —y más allá de ejemplos aislados como Pajarito Gómez, una vida feliz (Argentina, 1965) de Rodolfo Kuhn— cuesta encontrar hasta mediados de los años ‘90 una búsqueda consciente y sistemática por parte de un director de explorar los mecanismos de la comedia. Recién en esa época apareció en el terreno de la producción mainstream el cine de Juan José Campanella, con sus comedias dramáticas. En el ámbito del cine de corte más independiente, apareció la figura casi quijotesca de Martin Rejtman, que se aventuró a hacer comedia desde un tono seco y distanciado, llegando a la maestría con Dos disparos (Argentina-Chile-Alemania-Holanda, 2014). Los años pasaron, y aparecieron directores dedicados exclusivamente a ese género como Ariel Winograd, pero de a poco van surgiendo nuevos acercamientos locales a este género que lo van enriqueciendo. Es lo que sucede con Buenas noches (Argentina, 2024), de Matías Szulanski. 

Hay veces en que la efectividad de una película depende de que la escena del comienzo sea excelente. La primera escena de Buenas noches es un ejemplo de ello. La protagonista, interpretada por Rebecca Rossato y su rostro anguloso, casi cincelado, enigmático y al mismo tiempo expresivo, es una joven que sale del aeropuerto de Buenos Aires y se toma un auto. En su interior se da una conversación, vía celular, con un pariente y, personalmente, con el conductor. A través de ambas, en pocos minutos sabemos: que ella se llama Laura, que es una joven brasileña que vive en Río de Janeiro pero nació en Rio Grande do Sul, que tiene familia en Argentina, que habla un excelente castellano por haber cursado la universidad en ese país, que la línea aérea le ha perdido el equipaje, que la persona que la iba a alojar no podrá hacerlo hasta el dia siguiente y que tendrá que pasar la noche afuera, nomás. También nos enteramos del tono de comedia que va a tener la película de Matías Szulanski y el tipo de personaje que es Laura a través de un intento extremadamente torpe de seducción´, evitado de una manera decidida, firme y al mismo tiempo diplomática por ella. 

En pocos minutos, gracias a unos diálogos inteligentes, unos tiempos precisos y actores excelentes, absorbemos de una manera sutil mucha información. Información que nos va a permitir apreciar mejor la caída permanente de la protagonista en la noche de Buenos Aires. Lo de caída es literal ya que en una sucesión de hechos cada divertidos primero, después insólitos y finalmente angustiantes, Laura deberá utilizar todos sus recursos intelectuales y físicos para poder no solo comer y dormir en una noche que se perfila cada vez más terrible sino ya, cuando la película entre en zonas más oscuras, mantenerse con vida. Es que esa Buenos Aires nocturna, llena de bares, fiestas y juventud, es al mismo tiempo una ciudad secretamente violenta, donde esos mismos jóvenes, llenos en un momento de frescura y vitalidad, pueden transformarse al siguiente en los seres más oscuros. Una Buenos Aires donde la mala suerte, la codicia y la psicopatía literalmente están a la vuelta de la esquina. En una época donde se elogia o se sobreprotege a la juventud, una mirada tan desencantada sobre esa etapa de la vida es bienvenida, más no sea por contraste. 


Volvemos a la efectividad de la escena inicial porque, en el transcurso de esa noche, no todas las situaciones son igual de efectivas y algunas de las desventuras que sufre Laura son francamente arbitrarias. Pero el espectador está tan comprometido con la historia, gracias a esa primera escena, que acepta la mayoría de las cosas que le suceden por más insólitas que sean. Ya uno está adentro. 

En Buenas noches, como es también el caso de Arturo a los 30 (Argentina, 2023), de Martín Shanly, hay un modo de hacer comedia, de realización muy independiente y que no participa del tipo de humor rejtmaniano. Estas películas buscan un humor más directo, más físico, pero no condescienden ni al exceso ni al grotesco que lastraron históricamente a las comedias que fueron por ese camino (Esperando la carroza, de Alejandro Doria, 1985, es una película excesiva y grotesca, pero es una de las pocas que encontraron el equilibrio casi perfecto y es un clásico indiscutible). Tanto la de Szulanski como la de Shanly son películas imperfectas, en las que el director todavía tiene que encontrar su voz, pero sinceras en su propuesta y firmes en su narración. Es, curiosamente, un proceso análogo al cine de terror nacional, que consiguió su primer gran éxito de público y crítica con Cuando acecha la maldad (Argentina, 2023), de Demián Rugna. Quizás falte un suceso comparable en el caso de la comedia, pero en resumen, hay algo en el cine de género que se está gestando en Argentina gracias al empuje de las nuevas generaciones de realizadores. Es necesario que se sigan haciendo hasta que aparezca.

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