Mãe da manhã, Camino mientras los glaciares se derriten y Un techo, una ventana y un ladrillo no hacen una casa

 

Por Pablo Gamba 

Del 5 al 9 de marzo se celebra Tricky Women/Tricky Realities en Viena. Son fechas con las que coincide el Día Internacional de la Mujer y que responden al perfil de este singular festival, que está dedicado a películas de animación realizadas por cineastas mujeres o queer. En esta nota comentamos tres, todas ellas de secciones no competitivas. 

En Tricky Monsters está Mãe da manhã (Brasil-Portugal y otros países, 2024), el primer corto de animación de Clara Trevisan, realizado en el master europeo Re:Anima. El programa en línea Tricky Women no informa sobre las técnicas ‒lo que es una falla del festival‒, pero entiendo que es una película de stop motion con efectos de animación digital. La protagoniza una marioneta de crochet y otros materiales textiles que después se metamorfosea en plastilina y un huevo Fabergé. A este personaje se debe la programación de la película en la sección de monstruos engañosos. 

La interacción de esta marioneta con otra, de fieltro, así como con pequeños objetos, como unos pecesitos dorados, y flores artificiales, hace que este corto transmita una sensación de visión táctil. Lo refuerzan los planos detalle de la muñeca protagonista, en los que apreciamos fibras que parecen movidas por el viento. Referencias recientes de la técnica podrían ser el largometraje 9 (2009), de Shane Acker, o el corto Oh Willy (2011), de Emma de Swaef y Marc James Roels, pero el uso de textiles y objetos cotidianos en la animación tiene una larga tradición en la que se destaca la checa Hermina Týrlová. 

La posibilidad de reconocer los materiales y los objetos, que además se pueden asociar con una identidad femenina ‒zarcillos, perlas artificiales, las mismas flores‒, se halla en tensión en Mãe da manhã con la fantasía mítica de su relato sobre la noche y el día, que tiene la violencia de historias de este tipo aunque de un modo estilizado. Es la principal fuerza del cortometraje. 

Otra tensión resaltante es la que se produce entre el relato y los planos que lo dividen en partes. Tienen un aspecto semejante a gráficos explicativos, pero sin que podamos entender qué es lo que explican, así como el mito del día y la noche se resiste a la comprensión. Hay allí una lógica gráfica que se hace extensiva a la composición en la escena en la que se forma una constelación en el plano. El diseño que traza una línea puntuada contrasta con el aspecto del monstruo, así como su falta de nombre con los que tienen las estrellas. 

Pero hay otra tensión formal más en esta película, y es la que se da entre la sorprendente imaginación visual y un dispositivo que opera de modo contrario, convencional: el montaje. Al comienzo revela poco a poco el monstruo, con planos cerrados que crean expectativa a la vez que hacen patente su materialidad, y una vez visto, el montaje se desarrolla yendo de lo general a los detalles, todo lo cual corresponde a la lógica narrativa habitual. Entre estos dos extremos, los de lo bellamente sorprendente y el lugar común, se encuentra el valor de esta película, que tensa la capacidad de comprensión de los espectadores y espectadoras, y se aparta del edulcoramiento de la animación para públicos infantiles, pero sin tomar los riesgos de lo experimental. 


Hay una tensión visual análoga a la de Mãe da manhã en Camino mientras los glaciares se derriten (Perú-Reino Unido, 2024), realizado por Lucía Lambarri Barberis en el Royal College of Art del Reino Unido y que integra la sección Exploring Realities de Tricky Women. Es resultado de un contrapunto entre el paisaje fotografiado digitalmente del modo habitual, para producir imágenes que incluso tienen cierta espectacularidad turística, y la desestabilización de este paisajismo con diversas técnicas que van desde los gráficos en 3D hasta el collage digital. 

Si bien el tema del derretimiento de los glaciares lleva a ubicar este corto en el cine ambientalista, creo que corresponde también referenciarlo con el auge actual de las películas sobre el paisaje, aunque con una experimentación que tampoco se arriesga a desafiar radicalmente la experiencia habitual de los espectadores y espectadoras. Sería otra coincidencia con Mãe da manhã

Lo que más se destaca en Camino mientras los glaciares se derriten es la diversidad de construcciones del espacio. Responden a una búsqueda del personaje de la narradora de una manera respetuosa de estar en lugares como esos, pero también de imaginarlos con la ayuda de la tecnología, lo que trae a colación el tópico de las relaciones tradición-modernidad en la cultura. 

El caminar no es aquí una experiencia deportiva, turística ni científica, sino emocional e intelectual. Además de pensar, relacionarse imaginariamente con el paisaje y revertir en él los efectos del avance de la urbanización y el cambio climático, encuentra relaciones entre pequeños objetos y la inmensidad de las montañas, entre los diseños que se crean con la computadora, y los que forman construcciones y ceremonias en un espacio con el que la población originaria tiene relaciones materiales y rituales. Todo esto, sin embargo, se despliega dentro de unos límites que establecen lo reconocible por convencional, y el no haber podido profundizar en el camino que lleva del ambientalismo y el paisajismo hacia lo etnográfico por tratarse de un cortometraje.


Volvemos a encontrarnos con la tecnología en Un techo, una ventana y un ladrillo no hacen una casa (Argentina, 2024), corto de Andrea Odreman y Emiliano Campos realizado en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires (FADU-UBA), que también figura en la sección Exploring Realities. Es una de tantas películas que recurren hoy a la inteligencia artificial para problematizarla, en este caso con un típico desafío de ciencia ficción a una máquina: preguntarle por el amor. 

Hay dos voces que responden en la banda sonora, una de las cuales se identifica explícitamente con la máquina mientras que la otra no. Pero lo que cuenta es, sobre todo, la respuesta que podría haber en la sucesión de frases e imágenes heterogéneas, cuya lógica de montaje desafía la inteligencia de lo obvio. Incluyen filmaciones en una playa, intervenidas para crear una borrosidad asociable, como lugar común, con el recuerdo, y dibujos animados. 

Entre los espectadores o espectadoras de este corto seguramente habrá los que identifiquen lo humano con la poesía cotidiana de la voz femenina que no parece ser artificial, en conjunción con las imágenes, en las que también encotrarían marcas de humanidad. Pensarán que solo un poema podría decirnos qué es el amor. Pero los formados por la ciencia ficción escéptica dominante en la actualidad se plantearían la duda sobre la humanidad de esa voz y del montaje visual. 

Más allá de eso, la interrogante puede ser sobre la relación forma-contenido que se desestima en una concepción ingenua de la expresión. Es el problema de si hay o puede haber algo anterior y exterior al lenguaje ‒en este caso un sentimiento de amor‒ que una inteligencia sea capaz de traducir para expresarlo, independientemente de que sea una natural o artificial. Se trata de la cuestión de la opacidad de las palabras y las imágenes, la resistencia que ofrecen al significado que se puede intentar comunicar al usarlas. El planteamiento de la cuestión en estos términos es lo que define para mí el valor de este cortometraje.

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