After This Death y Magic Farm
Por Pablo Gamba
Dos películas de realizadores argentinos radicados en los Estados Unidos y que tienen otras características similares son parte del BAFICI. Una es After This Death (Estados Unidos, 2025), de Lucio Castro, que está en la sección Noches Especiales, y la otra Magic Farm (Argentina-Estados Unidos, 2025), de Amalia Ulman, en la competencia internacional. Las dos son el segundo largometraje de ambos y estuvieron en el Festival de Berlín, en una gala especial en la que se estrenó, la primera, y en Panorama, después de que se estrenara en el Festival de Sundance, la segunda. Tanto Castro como Ulman, además, fueron galardonados en el BAFICI, como ganador de la competencia nacional con Fin de siglo (Argentina, 2019) y como mejor directora de la competencia internacional por El planeta (España, 2021), respectivamente.
Están protagonizadas las dos películas por actrices cuya carrera ha dejado estela, aunque de desigual trascendencia. En Magic Farm es Chloë Sevigny, figura emblemática del cine indie estadounidense de los noventa por sus papeles en Kids (1995), de Larry Clark; Gummo (1997), de Harmony Korine, y Boys Don’t Cry (1999), de Kimberly Peirce, entre otros filmes. En After This Death es la argentina Mía Maestro, también cantante, que trabajó en Tango (1998), de Carlos Saura, y La niña santa (2004), de Lucrecia Martel; protagonizó Secuestro Express (2005), de Jonathan Jakubowicz, y actuó en películas de la serie Crepúsculo (2010-2011).
After This Death se presenta como una obra extraña y que se va transformando a lo largo de su desarrollo, aunque no a la manera del cine contemporáneo latinoamericano mutante de Lisandro Alonso en Eureka (Argentina, 2023) o Laura Citarella en Trenque Lauquen (Argentina, 2022), sino siguiendo la tradición de Psicosis (Psycho, 1960), de Alfred Hitchcock. Comienza como si fuera a ser un singular drama romántico de infidelidad, con una protagonista embarazada que tiene una aventura amorosa y manifiesta un intenso impulso sexual, y un amante músico cuyas letras y su gesticulación en escena son otro aporte a la rareza gótica de la historia. Tiene allí el acierto de evitar el melodrama en torno al marido engañado, los celos y el hijo. Pero en la segunda parte cambia por completo y va hacia un thriller psicológico que sutilmente se inscribe en el subgénero del terror de psicópatas acosadores.
El motivo de la música es una invitación en After This Death a pensar el cine de género como un arte de variaciones en torno a temas y de virtuosismo en la ejecución. La maestría en la realización se expresa, por ejemplo, en la importancia que tiene el espacio, el bosque como ambientación de una historia realista y moderna, pero que de ese modo adquiere aspecto de cuento gótico, a lo que también contribuye la asociación de Mía Maestro y de Lee Pace con la saga Crepúsculo, en la que el intérprete del misterioso músico Elliot igualmente participó. Algo análogo ocurre con interiores como la inevitable cabaña y la casa moderna, pero laberíntica. El trabajo de construcción del tiempo es asimismo destacado por las elipsis y escamoteos que subrayan la desestabilización del que podría ser el curso lógico de la historia, haciendo que el espectador o espectadora tenga que imaginar algunos hechos significativos de la ficción sobre la base de sus consecuencias o paralelismos.
El dominio de Castro del arte y oficio de hacer cine se aprecia, sobre todo, en el manejo del tópico genérico de los presagios en After This Death. Construye así una impresión de destino que se mantiene en fuerte tensión respecto a los giros inesperados de la historia y que, junto con el desarrollo musical de la forma por sus repeticiones, es lo que le aporta cohesión. Pero deriva también de una manera que transforma los presagios en elementos claves del aspecto de pesadilla que adquiere el acoso, como corresponde en el terror psicológico.
Si la musicalidad le da un aire poético y de rock gótico a After This Death, Magic Farm, audiovisualmente, suena a punk. Ulman la ha descrito como “una comedia romántica filmada como un video de patineteros”, lo que es acertado, sobre todo, por lo tocante a lo segundo. La invocación del espíritu irreverente es demasiado obvia cuando la directora graba con la cámara GoPro que le ha puesto a un perro, por ejemplo, lo que se inscribe, además, en una diversidad de planos de animales que contrapuntean con la gente. Pero es mucho más sutil y significativo el modo como usa los efectos digitales para transformar el espacio, sin solución de continuidad, de la impresión de realidad habitual a la abstracción de una esfera, por ejemplo, o basa las transiciones en diversos efectos que son juegos, también, con el tiempo.
El espacio-tiempo en el que se desarrolla esta ficción adquiere así un aspecto maleable, como de plastilina en su materialidad audiovisual, lo que me parece un acertado correlato estético del trabajo de manipulación de los estereotipos en los que se basan los personajes caricaturescos de Magic Farm. El detalle más agudo, en este sentido, es el más extraño de todos los raros del elenco, que hace dudar si lo interpreta un actor o es un efecto visual digital insertado en la escena por los aspectos realistas de su caracterización.
El “magic” del título podría referir irónicamente al realismo mágico con el que se podría asociar a América Latina en una historia como esta, que se desarrolla en un pueblo de San Cristóbal, en Argentina, que podría estar en un país diferente de la región. Pero es una trampa para los espectadores de otros lugares del mundo, porque el título refiere también a un juego, y se juega en esta película con la confrontación cultural, además de con los estereotipos del cine genérico, mediante la representación caricaturesca también del crew estadounidense que llega a esa localidad siguiendo la pista de un personaje pintoresco para grabar un programa.
Hay que detenerse, entonces, a precisar en qué consiste el contragolpe que se asesta con humor en este film. La que prevalece es, por sí misma, la irreverencia como ejercicio de libertad de expresión y estilo por parte de una cineasta que nació en Argentina pero se la identifica también como española, lo que hace evidente su actuación como uno de los personajes de Magic Farm. Es una identidad que se presenta así como plástica, maleable como las imágenes de la película. Esto nivela la confrontación de las culturas con la de los géneros poco prestigiosos que ha citado como referencia Amalia Ulman y la digitalidad, y en esto percibo, sobre todo, una burla rebelde contra la práctica de asignar identidades imaginarias a los otros, el meollo de la xenofobia y del racismo.
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