El príncipe de Nanawa
Por Pablo Gamba
El príncipe de Nanawa (Argentina-Paraguay-Colombia-Alemania, 2025), la película ganadora del Gran Premio del Jurado en la competencia internacional de Visions du Réel, el más importante de ese festival, donde fue su estreno, es el tercer largometraje de Clarisa Navas. La cineasta argentina es realizadora también de Las mil y una (Argentina-Alemania, 2020), que se presentó en la Berlinale, y Hoy partido a las 3 (Argentina, 2017), que estuvo en el BAFICI.
Es un documental de tipo singular El príncipe de Nanawa, una película de seguimiento a largo plazo del personaje de Ángel Stegmayer, desde que es un niño de 9 años de edad hasta que cumple los 18 y tiene un hijo. Entre las figuras más destacadas de esta forma de hacer cine está la checa Helena Trestikova, que en Universo privado (2012) filmó durante 37 años la vida de una familia como cualquier otra en el contexto de los cambios históricos de su país, desde la época soviética hasta después de la caída del Muro de Berlín. Otra referencia ineludible es Boyhood (2014), de Richard Linklater, que siguió la vida de un niño durante 12 años, desde los 6 hasta los 18, pero que se presenta como una película de ficción con actores, no como un documental.
Aunque se inscriben en el interés actual por lo biográfico, hay un sorprendente encuentro del cine y la vida en estas películas, cuya transformación en historias fílmicas se basa en un intensísimo trabajo de montaje, en el caso de los documentales. En Universo privado, Trestikova condensó las casi cuatro décadas en 83 minutos. Aquí, Clarisa Navas llevó casi diez años del protagonista a una duración de poco más de tres horas y media, con una división en dos partes que el relato justifica.
Dentro de la modalidad del largo plazo, hay algo que hace de El príncipe de Nanawa una película que se distingue como característicamente contemporánea, y es el trabajo con cámaras digitales. Las hay de varios tipos, porque hay material registrado por Ángel o en el que otros lo grabaron, lo que conlleva la pixelación como indicio de la autenticidad que se atribuye a las grabaciones de aficionados. La manera como está filmada esta película, y que viene de los largometrajes de ficción de la cineasta, sorprende sobre todo por los movimientos de la cámara y el micrófono con los que los realizadores siguen lo que va pasando del modo imprevisto en que sucede, un flujo que también puede detener como recuerdos de los que se fijan en las fotografías. Incluso hay partes donde la cámara cobra protagonismo, como una en la que pasa de unas manos a otras.
Es la dinámica que requiere el seguimiento, y que impone también una falta de solución de continuidad entre la historia del protagonista y la del rodaje. Ángel es un personaje que se metió en otro documental que Clarisa Navas filmaba, captando la atención de una manera que reclamó película aparte. El niño no solo es sorprendente por su manera segura de desenvolverse, y que transmite la impresión de que hay en él algo que reclama la atención del cine por excepcional, sino también porque es rubio y de ojos claros en un entorno en el que la mayoría de las personas tienen características diferentes. Ese lugar es la localidad del título, frente a la cual está Clorinda, en Argentina, y que vive de la actividad comercial característica de muchas zonas de frontera.
Clarisa Navas es una cineasta argentina que se destaca por su capacidad de hacer cine en lugares como Nanawa, que por sus características sociales no se diferencian significativamente de los entornos de sus ficciones realistas en comunidades populares de su país. La semejanza la subraya el contraste común con la otra Argentina que aparece en este documental, aquella donde vive el hermanastro de Ángel, mucho mayor que él, al que el niño visita. La observación sensible de Navas capta eso en detalles como lo que se come y se bebe, así como también de una manera que se hace cómplice de Ángel por lo tocante a su aparente incomodidad en el lujoso country.
A una película de seguimiento a largo plazo la sostiene un vínculo de los documentalistas con aquellos a los que filman que va de lo profesional a lo personal, hacia el terreno de la amistad. En Universo privado, por ejemplo, el personaje al que comenzó a seguir Trestikova era una amiga. La tensión que se va formando en El príncipe de Nanawa hasta llegar a un conflicto y su resolución no solo se construye sobre la base del crecimiento de Ángel como persona, sino también de cómo va cambiando la relación con Navas y el correalizador, Lucas Olivares.
Hay numerosas escenas de conversación en la intimidad, en las que el intento de hacer borrosa la distancia entre los documentalistas y su personaje deriva hacia la que también es una manera performática de retratar a Ángel, haciendo que entreviste a Navas y Olivares, y les haga preguntas personales. También partes que no tienen un desarrollo narrativo completo en sí mismas, y que funcionan, por tanto, como largos trechos de observación del chico y su interacción con los cineastas, como un paseo en busca de una cascada.
Si bien El príncipe de Nanawa tiene en común con Boyhood que de algún modo también podría ser descrita como un drama de coming of age, género que se reitera en el cine latinoamericano de los últimos años, la interacción del personaje con los cineastas lo abre a una dimensión completamente diferente. Es allí donde percibimos más diáfanamente el enfrentamiento de Ángel con sus circunstancias, por referencia a la manera como idealiza a Navas y Olivares, de algún modo como si fueran segundos padres, más que amigos. Lo vemos muy pronto, en la primera parte, cuando el niño cambia la opinión que muy seguramente da sobre el aborto como consecuencia de lo que responde la cineasta, y se va haciendo cada vez más profundo a medida que el encuentro de su propio camino en la vida lo va alejando del mundo de los realizadores. Es algo que también significa que se aparta de cómo Clarisa Navas lo describe en una conversación, como con algo de “artista”, lo que es un modo de imaginarlo como alguien semejante a ella.
En el contexto de la difícil vida popular en torno al paso fronterizo que El príncipe de Nanawa cobra una relevancia social que también desborda el dramatismo sentimental de la historia. El documental es notable por el registro de los cambios y el deterioro de la vida en la localidad, que se llama Puerto Elsa también, y que está conectada con Clorinda por una pasarela peatonal y los senderos del contrabando. Esto incluye circunstancias globales como el cambio climático con el que se relacionan los incendios o la pandemia del covid, lo que se conjuga con una gran lucidez por lo tocante a la violencia criminal como atmósfera sutil frente a la presencia cada vez más notable de la policía en la zona y la paralela deriva del comercio hacia la ilegalidad.
Es frente a esas transformaciones que cobra también dimensión Ángel. Al comienzo se presenta como un pequeño geniecillo rubio, capaz de devorar el mundo que lo rodea, aunque a la vez es un personaje revelador de circunstancias que naturalizan el trabajo infantil, que en su caso comienza en el negocio familiar. Pero los cambios en el entorno y su maduración, por lo que respecta a las decisiones buenas y malas que toma, como cualquiera, lo van integrando progresivamente a su realidad, lo que cristaliza con la familia que forma con su pareja antes de cumplir los 18 años de edad, cuando tiene el hijo y construye su casa. Ángel, sin embargo, no deja de sentir esto de alguna manera como una derrota y un motivo de decepción para sus amigos cineastas, arrojando sobre sí mismo el peso social de su realidad. Debo agregar que se hace sentir como un lastre también por la total ausencia de perspectivas de cómo impulsar un cambio de esa realidad, aunque hay una parte en la que vemos en la TV protestas contra el gobierno de Horacio Cartes.
El príncipe de Nanawa no es solamente, por tanto, una película sorprendente por el encuentro del cine con la vida de una persona, en el marco de un humanismo en el que se conjugan el neorrealismo y la tradición del cinéma vérité, sino también por la manera sensible como capta la tensión entre los sueños y aspiraciones de un personaje del pueblo y la sociedad con la que se confronta. No hay que dejarse engañar tampoco por su aspecto explícitamente paraguayo: en el contexto de cómo se la presenta en el cine de Navas, es una realidad análoga a la Argentina de la mayoría, lejana a la de la clase media acomodada, que parece un espejismo extraño aquí.
Comentarios
Publicar un comentario