El reinado de Antoine
Por Pablo Gamba
En la competencia internacional del festival Olhar de Cinema de Curitiba, Brasil, está El reinado de Antoine (Cuba, 2024). Es un corto de José Luis Jiménez, estudiante dominicano de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, que se estrenó en el Festival de San Sebastián, donde ganó la competencia de este tipo de películas, Nest, y recibió un premio similar en el FICUNAM, en México, el de la sección Aciertos.
El reinado de Antonie tiene algo en común con El príncipe de Nanawa (Argentina-Paraguay-Colombia-Alemania, 2025), de Clarisa Navas, sobre la que escribimos recientemente en Los Experimentos. Es también el resultado del encuentro azaroso con un personaje del pueblo que se impuso al realizador como protagonista de esta película por sus características excepcionales.
Vismán Pacheco Linares se acercó a Jiménez cuando rodaba un ejercicio para de la escuela en Bauta, una localidad de la provincia de Artemisa, donde también está ubicada San Antonio de los Baños. Lo cuenta el cineasta en una nota publicada en el sitio web Rialta, en la que se agrega que el jovencito, que es conductor de bicitaxi y le pedía dinero, aseguraba que era director de teatro. También actúan en la película su hermano, Alejandro, y otros chicos del lugar.
Lo que en primer lugar distingue a El reinado de Antoine es la manera como construye al Vismán protagonista. Lo hace de un modo que se aparta de los tópicos del cine de la marginalidad, que en Cuba ha dado recientemente una pieza con notable recorrido por festivales: La mujer salvaje (2023), dirigida por Alán González, sobre la que también publicamos una nota en este blog.
Jiménez se decanta, en cambio, por la alternativa abierta por cineastas cubanos como Alejandro Alonso y Rafael Ramírez Puppo. Se trata de crear una desfamiliarización, no solo de los tópicos de representación de la “realidad latinoamericana”, como los del cine de la marginalidad, sino sobre todo de Cuba y los cubanos, para evitar que operen en torno a ellos los automatismos establecidos por la propaganda del sistema socialista o sus enemigos en la manera de ver y entender a ese país, y la decadencia que atraviesa hoy.
Casi no hay información en el argumento sobre el pasado de Vismán, ni lo vemos en el trabajo de bicitaxista que dice que desempeña en una discusión con su hermano. Lo poco que sabemos nos revela que vive en la pobreza con su hermano y con su padre, que está en silla de ruedas, pero aun así trabaja.
Si Vismán está en conflicto con su mundo, no es del modo característico de los personajes del cine de la marginalidad, haciéndole frente con la violencia o huyendo de perseguidores violentos, como en Una mujer salvaje. Es una manera de superar la tradición neorrealista de la observación, de la que las mejores películas de ese tipo son herederas, hacia una dimensión más profunda de la humanidad y hacia un tipo de negación dialéctica de la realidad también aunque no por conflictos de clase, como es premisa del marxismo.
La manera como se presenta a Vismán, subiendo a un tanque de agua ruinoso para decir un monólogo dramático, lo acerca a los personajes de Alejandro Alonso, por lo tocante a la relación con el espacio, y a los de Ramírez Puppo en Las campañas de invierno (Cuba-Venezuela-México, 2019), por el estado como de trance en el que habla al entrar en otro personaje, de teatro. Es como si el chico estuviera allí, pero a la vez en otro mundo. Esta transfiguración es el principal recurso de desfamiliarización en la película, que convierte así el espacio en lo que indica el título, “reinado” en el sentido de reino de Vismán.
En las escenas con un grupo de amigos de su edad, el jovencito desempeña el papel de director para hacerles interpretar una obra de la que es parte el monólogo, un relato que los créditos finales le atribuyen como autor. Les da indicaciones, también, de cómo actuar, interpretando él al personaje, pero recitando el texto de un modo que lo mantiene en su lugar de director.
En estas partes encuentro otra relación clave de El reinado de Antoine en el contexto del cine contemporáneo latinoamericano, con el trabajo de Nicolás Pereda y los actores del grupo Lagartijas Tiradas al Sol en películas que van desde Los mejores temas (México-Canadá-Países Bajos, 2012) hasta Lázaro de noche (México-Canadá, 2024), entre otras. Lo digo por la entrada y salida de los actores de los personajes que interpretan en la ficción dentro de la ficción que construyen los ensayos de la pieza de teatro, y las puestas en abismo resultantes. Una diferencia significativa, sin embargo, es que se trata de interacciones cercanas de los cuerpos jóvenes de Vismán, su hermano y amigos, no de actores conocidos como en el los filmes del mexicano.
Por la misma razón, la fuerte discusión de Vismán con Alejandro sobre el abandono de las responsabilidades familiares del que acusa al hermano menor se desarrolla de un modo ambiguo, más como una escena de teatro que como expresión de un descontento espontáneo. Es otro detalle clave aquí para distanciarse de los dramas de la marginalidad. Conlleva, además, una transmutación diferente del espacio en torno al tanque oxidado: un descenso de la altura del comienzo, y su impresión de dominio monárquico, al rústico llano del conflicto.
Más allá de lo formal, El reinado de Antoine sobresale por la manera como crea el choque del protagonista, que se presenta con una creatividad e imaginación desbordantes, con las limitaciones que le impone el medio en que vive. En esta escena en un parque de diversiones, en la que Vismán disfruta junto con un niño más chico en uno de los aparatos, apreciamos también el sentido cronológico del “reinado” del título, que dura 10 años según el texto dramático y refiere también al tiempo de la vida en que los sueños del niño se transmutan en sus primeros enfrentamientos con la realidad del adulto. El humanismo se presenta, así, como una cuestión en torno a potencialidades, a futuros posibles que una realidad bloquea, no a fragilidades del presente, como en el piadoso neorrealismo o el truculento cine de la marginalidad.
Hay, además, una dimensión política en esto, que apela al sentido común, en lo que tiene de claridad, y a desafiar la censura, en lo metafórico. El rey Antoine con el que Vismán se identifica en el plano final, donde por única vez lo vemos con el vestuario del personaje, se presenta como un líder popular en la obra, explícitamente democrático, en oposición a los partidarios de Felipe IV, que dicen que no encuentran la manera de llenar sus bolsillos de oro con su democracia.
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