Si vas para Chile y Alma del desierto
Por Pablo Gamba
Si vas para Chile (Chile-España, 2025) formó parte de Sheffield Doc. Es la ópera prima de Amílcar Infante y Sebastián González Méndez, y se estrenó en Hot Docs, en Canadá. Estuvo en la sección Journeys del festival británico, como también Alma del desierto (Colombia-Brasil, 2024), de Mónica Taboada Tapia, que ganó el León Queer en Venecia, donde se estrenó.
La migración venezolana en Chile es el tema de la ópera prima de Infante y González Méndez, que se lo plantea a partir de lo ocurrido el 24 y 25 de septiembre de 2021 en Iquique, en el norte del país. Más de 100 familias extranjeras que se habían instalado en la plaza Brasil fueron desalojadas por orden de la municipalidad y al día siguiente hubo una significativa manifestación contra los migrantes ‒alrededor de 3000 personas para una ciudad de 200 000 habitantes‒, en la que quemaron carpas, colchones y pertenencias de otro pequeño campamento, que había quedado vacío en ese momento por la presumible huida por miedo de los que allí se refugiaban.
El título es una ironía por referencia a la canción homónima chilena, que dice: “Campesinos y gente del pueblo / te saldrán al encuentro, viajero / y verás cómo quieren en Chile / al amigo cuando es forastero”. En el contexto de la película, expresa el desconcierto frente a manifestaciones de xenofobia como las de Iquique, que parecen ajenas a la identidad nacional chilena que supone la letra. Más allá de eso es inquietud ante la situación sin precedentes que ha causado en Chile, Perú, Ecuador y Colombia el éxodo abrupto de más de 7 millones de venezolanos, situación para la que ningún país puede estar preparado.
Otra ironía es que el difunto presidente Sebastián Piñera había convocado esta migración sin prever sus consecuencias, llamando a los venezolanos que huían del desastre económico y social, y de la violencia de la dictadura de Nicolás Maduro a buscar en Chile un “oasis de paz”. Digo que es irónico porque ese año fue el estallido social que desmintió esa supuesta estabilidad y puso de manifiesto tensiones vinculadas también con el problema de los migrantes.
Si vas para Chile reproduce imágenes de los hechos referidos que hicieron circular mundialmente los medios de comunicación. Añade otros registros de video y fotografías de lo sucedido ese viernes y sábado, reveladores de lo que otros iquiqueños hicieron para proteger a los venezolanos de los que comenzaron a perseguirlos por toda la ciudad. Pero el documental se propone ir más allá de estos hechos impactantes para enmarcarlos en una consideración más amplia de la situación que ha creado allí la llegada súbita de esta oleada de extranjeros.
Lo de la amplitud es literal por lo que respecta al encuadre. Abundan en esta película los grandes planos generales, muchos de ellos de perspectiva aérea, con drones, que aportan al contexto la percepción de la vastedad de los espacios deshabitados de la zona norte fronteriza de Chile. Este vacío por sí mismo plantea una interrogante respecto al problema causado por una población que llega en cantidades que se consideran excesivas. Encuentra respuesta en otros planos, de detalles del entorno, que revelan una decadencia y deterioro que se confrontan con esa inmensidad.
Quizás lo más lúcido del film, por lo que al análisis de la situación respecta, es la consideración de la migración como cuestión de “distribución de la pobreza”, lo que tiene como correlato la construcción de campamentos, y la asistencia del gobierno y ACNUR, que son medidas insuficientes para los migrantes pero que pueden resultar irritantes para una población local que se siente no solo desasistida sino abandonada. Los testimonios, por otra parte, son reveladores de la fantasía que es la migración legal cuando las personas que huyen de su país no pueden cargar consigo sino pocos cientos de dólares, por lo que tienen que caminar largas distancias.
Siguiendo esta línea de pobreza, la indagación lleva al inmenso barrio que se formó en Alto Hospicio, en el área metropolitana de Iquique, con la toma de La Mula. Alrededor de 4000 familias se habían asentado allí para cuando el gobierno inició su desalojo, en 2024, debido al control que el hampa presuntamente ejercía en la zona. Incluía la “venta” de terrenos para que pudieran instalarse allí personas pobres de la zona, pero también migrantes sin dónde vivir.
No hay respuesta para los problemas en esta película. Su aporte, por el contrario, puede ser que los espectadores y espectadoras salgan de la sala con una inquietud no resuelta y que les atañe como ciudadanos, no con la falsa satisfacción de haber visto en pantalla una solución. Es coherente con esto el documentalismo de observación y testimonios que practican los realizadores. Sin embargo, prescinden de un comentario en voice over que podría haber ayudado en el análisis, lo que atribuyo al prejuicio en torno a la “modalidad expositiva” del documental.
Otro problema es que investigación no confronta los testimonios con pruebas que los confirmen o desmientan. En consecuencia, queda sin cuestionar lo que se dice de los migrantes que matan y roban. En nombre del equilibrio en la representación, se hace eco así el film de la xenofobia.
Lo más interesante de Si vas para Chile es lo que desborda este enfoque cuando los realizadores dirigen su mirada a los migrantes y los escuchan con atención. Se acercan en esto a los enfoques contemporáneos novedosos de la cuestión que hemos destacado en ese blog. Ocurre, por ejemplo, con los grandes planos generales que nos hacen ver a grupos de caminantes en el marco de la inmensidad del paisaje que los rodea. Son imágenes cargadas de un poderoso significado existencial en torno al desamparo de las poblaciones que hoy emprenden éxodos por diversas circunstancias en América del Sur y otras partes del mundo.
Al final, escuchamos el testimonio de una embarazada que pierde a su hijo por la atención que le niega un hospital, y que deriva hacia la pornomiseria. Pero también habla otro personaje, un migrante que cuenta cómo ha llegado a soportar, de cuerpo y espíritu, caminatas de hasta 40 kilómetros diarios. Hay una parte en la que relata que se derrumbó de agotamiento en la ruta, y en lo que sigue se mezclan lo que parece real con lo que tiene aspecto de sueño. Se abre así con sensibilidad el film a una experiencia terrible, pero conmovedora y actual, de estar en el mundo, pero como si no tuviera ningún lugar. Es otro detalle en el que la migración adquiere una dimensión de condición humana que también hay que afrontar como problema en la actualidad.
La relación del espacio con el personaje, y su correlato existencial, son también centrales en Alma del desierto, como el título lo sugiere. El personaje que vemos caminar por la inmensidad desértica de la Guajira colombiana es Georgina Epiayú, que había sido protagonista de un corto documental de Taboada Tapia que se estrenó en el IDFA, en Ámsterdam, Two-Spirit (2021).
La protagonista de esta película, ópera prima en el largometraje de la realizadora, se presenta como una “mujer trans”, de acuerdo con nuestro marco de referencia como espectadores no indígenas progresistas. Hay que agregar que es de una edad que ya es vejez, en la que por fin logra aquello por lo que luchó más de 40 años: el reconocimiento de su identidad de género.
El principal acierto de Alma del desierto es que el relato podría haber sido una lucha épica ciudadana, pero la realizadora optó por un enfoque de mayor profundidad. Hay partes de notable interés que registran la interacción de Georgina con los funcionarios de la Registraduría para que hagan el cambio en su documento de identidad. Refieren inevitablemente al documentalismo de Frederick Wiseman sobre las instituciones públicas, con la ironía de que los que la atienden son wayuus, como la mujer trans, y hablan con ella en wayuunaiki, pero no por esta familiaridad dejan de actuar con arreglo a la manera como los burócratas esquivan los casos molestos.
Al final, Georgina recibe su documento y puede votar por primera vez en Uribia, la llamada “capital indígena de Colombia”. Parece otra ironía, porque el contexto del relato deja claro que los problemas con la documentación no solo la afectan a ella sino a muchos más. Conjugado esto con la parte en que vemos el funcionamiento del centro de votación, es casi inevitable sospechar que de este modo se obstaculiza, o se obstaculizaba, el voto de los indígenas.
Pero no es esto, como señalé, lo más trascendente de Alma del desierto. Lo que se destaca en esta película es el paisaje como elemento para resaltar la soledad de la mujer trans, que puede ser la de personas que no lo son pero también llegan a la vejez sin pareja y sin hijos. Los recorridos de Georgina no solo son a Uribia, a insistir con su trámite, sino también al reencuentro con sus hermanos, de los que la separa una distancia inquietante porque no parece solo espacial sino relacionada con la quema de su casa en un acto de violencia transfóbica. Dice que allí lo perdió todo, incluida la cédula de identidad, lo que es también un motivo que alega ante las autoridades para pedir una nueva.
La mujer trans adquiere así en este film una dimensión que nos abre la posibilidad de ver en ella algo más que una figura con la que nos podemos identificar por cómo supera su condición de víctima, defiende sus derechos y triunfa. Alma del desierto apenas relata unas pocas escenas de esa historia, que operan de este modo como una sinécdoque, de manera análoga a como la capacidad de luchar es solo una parte de lo que Georgina es como personaje enfrentado al mundo, por su soledad, y a la muerte, por su edad, alguien que afronta con dignidad no solo su exclusión por razones de género sino su condición humana. Todo esto, sin embargo, está plasmado con un estilo en contradicción con lo trans por su apego a la convencionalidad de la representación, en lo tocante al género cinematográfico. Es lo que desluce a esta, por demás, bella película.
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