Fuente alemana
Por Mariana Martínez Bonilla
Estrenada en 2025, Fuente Alemana se erige como un poderoso documento visual que
ofrece un análisis silente, pero incisivo, sobre la relación entre los monumentos, la memoria
colectiva y la irrupción del disenso social en el Chile contemporáneo. Centrada en la
emblemática obra, ubicada en el centro de Santiago, no solo registra su devenir histórico y
su significado para la ciudad, sino que se adentra en las profundas transformaciones que
experimentó este espacio durante el estallido social de 2019. Al entrelazar la carga
simbólica de los monumentos con las protestas masivas y la intervención iconoclasta de
estos, Muñoz teje un relato que invita a reflexionar sobre la fragilidad de la memoria oficial y
la pujanza de nuevas formas de apropiación del espacio público.
La Fuente Alemana representa un arquetipo de la monumentalidad decimonónica.
Concebida para celebrar la prosperidad, la modernidad y los lazos con Europa, su diseño
opulento y sus esculturas alegóricas encarnan una visión particular de la historia y la
identidad nacional. En su obra, Muñoz explora cómo este monumento, lejos de ser un mero
objeto estático, ha evolucionado a lo largo del tiempo, pasando de ser un símbolo de
progreso a un elemento más del paisaje urbano, pero también un espacio recreativo para
aliviar el calor durante el verano chileno.
El punto de inflexión en el relato fílmico, y en la vida de la Fuente Alemana, lo marca el
estallido social de octubre de 2019. Las masivas movilizaciones que sacudieron Chile
transformaron radicalmente el centro de Santiago, convirtiendo sus plazas y avenidas en
escenarios de protesta y resistencia. En este contexto, los monumentos conmemorativos
del Centenario, incluyendo la Fuente de Eberlein, se vieron interpelados por la rabia y el
descontento popular. La película de Jeanette Muñoz documenta a través de una serie de
planos que muestran los distintos componentes iconográficos de la fuente, y con la
sensibilidad que marca su estilo, la intervención de sus imágenes de bronce y piedra: las
pintas, los grafitis y los símbolos que cubrieron sus superficies.
Dicha intervención no solo alteró su estética, sino que subvirtió su significado original. Lo
que antes era un monumento a una nación que celebraba su independencia y progreso, se
convirtió en un lienzo para la protesta. Esas marcas, lejos de ser actos vandálicos
indiscriminados sobre el Mercurio, la Victoria, el cóndor y las demás figuras del monumento,
se erigen como gestos de resignificación, como una voz disidente que busca despojarse de
la narrativa oficial impuesta por el Estado y reescribir la historia desde abajo. En su obra,
Muñoz captura esa transformación con una mirada que va más allá de lo superficial,
adentrándose en la complejidad de un acto que es, a la vez, destructivo y constructivo:
destructivo para la concepción tradicional del monumento, pero constructivo en la medida
en que crea nuevas capas de significado y permite una apropiación popular del espacio.
En ese sentido, Fuente Alemana plantea una serie de interrogantes fundamentales sobre la
memoria colectiva, revelando cómo ésta puede ser disputada y reescrita. Las pintas y los
grafitis no solo cuestionan la validez de la memoria oficial y de los relatos hegemónicos,
sino que proponen la conformación de una narrativa alternativa que emerge desde las
demandas sociales por la restitución justa del pasado colonial de la nación chilena. Se trata
de un proceso de reescritura efímero que deja una huella indeleble en la percepción de los
monumentos y en la comprensión de la historia reciente del país sudamericano. De tal
manera, esta película nos invita a considerar que la memoria no es un archivo estático, sino
un proceso dinámico de construcción y deconstrucción, donde el disenso y la protesta
juegan un papel fundamental.
Otro aspecto crucial que Fuente Alemana explora es la apropiación del monumento como
espacio público. La película muestra cómo, en los cálidos veranos santiaguinos, la fuente se
convierte en una improvisada piscina pública, práctica que se ha arraigado a lo largo de los
años y que representa una forma de desmonumentalización. La apropiación lúdica de la
fuente como piscina, que precede al estallido social, establece un precedente para la
posterior intervención política y demuestra que el espacio público, incluyendo sus
monumentos, no es un territorio sagrado e intocable, sino un lugar vivo y dinámico,
susceptible de ser habitado y resignificado por la ciudadanía.
La yuxtaposición de estas dos formas de apropiación ‒la lúdica y la política‒ es uno de los
aciertos más significativos de la película. En ese sentido, podríamos afirmar que Muñoz
sugiere que ambas responden a una misma necesidad: la de habitar y transformar el
espacio público, la de hacerlo propio. Mientras que el uso como piscina es una apropiación
informal y de ocio, la intervención con pintas durante el estallido social es una apropiación
consciente y política, un acto de afirmación de la soberanía popular sobre el espacio y la
narrativa histórica. Ambas demuestran la plasticidad de los monumentos y su capacidad
para adaptarse a nuevas realidades y adquirir nuevos significados, a menudo muy distintos
de los originales.
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