Las ruinas nuevas
Por Salvador Savarese
Algo aconteció a fines de la década de los dos mil: el entorno digital se fue haciendo cada vez más pequeño en tamaño y algunos artefactos se fueron esfumando hasta desaparecer. Al mismo tiempo, el entorno digital permanece cada vez más vigente y actual, apoderándose más y más de cada uno de los aspectos de la vida. Paradójico ¿no? Bueno, algo de esa paulatina virtualidad de lo digital explora Las ruinas nuevas, el ensayo-documental de Manuel Embalse que se proyectó en la muestra EPA Cine.
Desde el comienzo de la película el director nos pone en tema: Manuel comenta cómo recibió su primer celular y cómo durante casi quince años estuvo registrando toda la basura que estaba dejando la marea digital. Pero, para entender un poco mejor esta búsqueda, definamos un poco más el término. Cuando habla de basura se refiere a uno de sus sinónimos, que es el de residuo. Se lee en el diccionario on-line de la RAE en la tercera acepción de la palabra: “Material que queda como inservible después de haber realizado un trabajo u operación”.
s en esa arqueología, en ese análisis y reutilización de esos restos que Manuel Embalse basa su película. Como lo hiciera Agnès Varda en su Les glaneurs et la glaneuse (Francia, 2000), su búsqueda mediante una narración fragmentada, tanto en la imagen como en el sonido y apelando siempre a la primera persona, lo lleva a diferentes lugares, desde Río Turbio, en el extremo sur de la Argentina, hasta los desierto de Estados Unidos y de Perú a China.
Lo mas interesante es que la mayor parte de esta búsqueda se hace desde los residuos mismos. Me explico: la primera parte de la revolución digital fue bastante física. CPU, cables y monitores formaban parte del día a día de la computación. Como mencionamos antes, todo eso fue desapareciendo a partir de los 2000: los mínimos smartphones y las tablets fueron reemplazando a esas literales cajas con circuitos que encerraban el corazón de las computadoras.
Es este residuo el que genera basura ‒es así como tenemos las “E” que forman las laminaciones de los transformadores, o esas culebras aplastadas de los cables USB desechados‒. Abandonando el mundo físico, el entorno digital se aloja en las famosas nubes: esas esferas infinitas “cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna”, parafraseando a Borges a través de Pascal. Esas nubes involucran una enorme cantidad de discos, soportes, cableados y energía, pero el hardware desaparece poco a poco de nuestra cotidianidad. Aún permanecen como testigos mudos de este cambio los monitores y los teclados pero cada vez más integrados al sector de procesamiento de los ordenadores. Que desaparezcan en su forma actual es cuestión de tiempo.
Esta revolución digital ha generado una gran cantidad de, esta vez sí, basura a partir de la obsolescencia y desaparición del hardware. Una basura hard. Es ahí donde el trabajo de arqueología de Manuel Embalse se hace más concreto. Casi no hay figuras humanas en la película, solo hay huellas. Pero ya no son las viejas huellas en el piso, sino ese conjunto de basura hard: “Cuando veo un auricular en el piso, imagino las orejas de las personas”, se escucha en el documental. Esta frase, que parece una actualización de la fascinación de Robert Bresson por las primeras películas de los hermanos Lumière, en las que “se adivinaba el viento por el movimiento de las hojas”, es el centro ético y político de Las ruinas nuevas.
También en su búsqueda Manuel Embalse se encuentra con fantasmas, con trazos de lo humano, y se detiene en uno en particular: Xu Lizhi, un obrero y poeta chino que se suicidó y cuyos poemas fueron traducidos y liberados en la web por sus amigos. “Un desierto es un espacio”, se dice en un western, “y un espacio se atraviesa”. Xu Lizhi, fue uno de esos jinetes.
Pero finalmente lo humano, parece decir la película, no es solo las huellas, los rastros que deja, sino que es el mismo ser humano -su figura- su mayor rastro. El director nos había prevenido al detenerse tanto en Pendrive, un gato que es su compañía y el único elemento natural frente a tanto artefacto. Pero al final de la película revela su opinión en un largo plano secuencia que contrasta fuertemente con la fragmentación de las imágenes y los sonidos que conformaron su narración. Al término de ese plano, que involucra un paisaje desértico y un viejo monitor arrastrado, encontramos a una figura humana. Ser humano, parece decir la película, es ser más de lo que nos pueden dejar ser las máquinas.
Comentarios
Publicar un comentario