De ayer a luego, Resort Paraíso, Largo camino al amanecer y otros cortos de Macabro
Por Francisco Tinajero
La segunda noche de proyecciones del programa especial de cortometrajes mexicanos del Festival Macabro contó con la presencia de los directores Diego Solano Flores (De ayer a luego, 2025), Emilio Braojos Fuertes (Resort Paraíso, 2024) y Luis J. Arellano (Largo camino al amanecer, 2024), quienes en una breve charla previa a las proyecciones coincidieron en que sus películas “no eran de terror como tal”. Me gustaría comenzar esta nota contrariando un poco estas declaraciones, pues si bien es cierto que sus filmes no pertenecen a la genealogía clásica, moderna ni posmoderna del género, sí representan situaciones para sentir verdadero terror tanto en el México contemporáneo como en otras zonas del Sur global.
El primero, De ayer a luego ‒única cinta de la muestra que optó por la animación‒, aborda una de las situaciones cotidianas más frecuentes en la vida laboral/estudiantil: los odiosos deadlines, esas fechas que marcamos en los calendarios de Google y que luego se entremezclan en el océano de nuestros perfiles en los ambientes digitales para culminar en el olvido y, claro está, generar una reprimenda por parte de las autoridades, que o bien nos dan una mala calificación, o bien nos despiden. En el presente de precarización económica, pocas cosas dan más miedo. Para quien escribe, analiza, realiza planos o hace cualquier actividad que deba ser entregada, los deadlines son una bestia que permanece en silencio durante semanas o meses, pero que, cuando se acerca el día de rendición de cuentas, su rugido estridente nos paraliza.
El efecto deadline en lo inmediato provoca dos cosas: 1. automatismo en nuestras acciones y 2. una especie de hipnotismo. Esto le acontece al protagonista del cortometraje de Solano Flores quien, frente a su escritorio, esboza formas, prueba colores, pero sin lograr un producto concreto, mientras su gato le exige alimento. Su desesperación es tal que en determinado momento renuncia a hacer algo y se queda quieto frente al vacío que ha creado, este lo absorbe en un bucle repleto de patrones psicodélicos y lo termina por arrojar de vuelta a su silla, con un nuevo ímpetu creativo. A través de su técnica de animación ‒pixelación‒, el director rinde homenaje a Jan Švankmajer, uno de los artistas que a lo largo de su extensa trayectoria más ha indagado en esta extraña relación entre el movimiento mecanizado y las potencias disruptoras del arte, además de que con De ayer a luego, buscó traer a diálogo estas vías de animación que han quedado desplazadas por lo digital.
De esta revalorización del arte animado de mediados del siglo XX pasamos a un cortometraje con preocupaciones y formatos más contemporáneos. De acuerdo con Braojos Fuertes, la idea de Resort Paraíso nació del confinamiento por el covid-19 en 2020-2021, aquellos tiempos de mayor incertidumbre sobre la supervivencia de nuestra especie. Su película es un ejercicio distópico muy bien logrado en el que se conjuga el ambiente de encierro, las tensiones entre simulación (virtualidad) y experiencia (realidad), y lo precario del trabajo remoto ‒home office‒, uno de los vástagos de esos años.
Lorenzo (Ricardo Braojos) trabaja desde su casa en ventas por teléfono en las que, irónicamente, oferta paquetes vacacionales para el Resort Paraíso, un idílico escenario construido a base de inteligencias artificiales en el que los clientes encontrarán un plácido reposo y podrán recordar algunas de sus más caras memorias. Ya desde lo anecdótico podemos vislumbrar hacia dónde se dirige la película. Sin embargo, sus logros principales trascienden la cuestión narrativa, puesto que el cineasta consigue experimentar con múltiples texturas de la imagen que dan cuenta de la descomposición psicológica a la que se enfrenta su protagonista, producto de las largas jornadas de trabajo al interior de un hogar mohoso y de iluminación asfixiante. Además, Braojos no se limita a alterar sólo la imagen visual, sino que incursiona en la deformación de la imagen sonora, en la que no conseguimos entender del todo ni lo que los personajes dicen ni lo que ocurre alrededor del escritorio de trabajo de Lorenzo ‒uno repleto de computadoras noventeras y demás artilugios distópicos‒. Es un procedimiento similar al que utilizó Luis Javier Henaine en el último tercio de Desaparecer por completo (2022), en el que meollo del asunto radica en que sintamos la desconexión de la película en un sentido paralelo al que el personaje se aísla de su universo.
Esta distorsión de la forma fílmica trasciende la pretensión artística para convertirla en una crítica de la explotación capitalista de los sentidos y la memoria, además de que muestra el vínculo conflictivo tecnología-cuerpo, en el que la primera nos permite experimentar lo imposible ‒tomar unas vacaciones, por ejemplo‒, sobre todo en los contextos precarizados, como lo es el pequeño universo de la película, pero siempre a un alto costo que hemos de pagar con el segundo ‒desde arruinar nuestra vista por la luz azul de las pantallas, hasta padecer alguna dolencia muscular u ortopédica por pasar extensos períodos sentados frente a los dispositivos‒. Del mismo modo, Resort Paraíso comenta la paradoja de la soledad en los tiempos de hiperconectividad, al presentar la reprimenda a Lorenzo de la empresa para la que trabaja por haber conversado más de la cuenta con una de sus clientas.
Una vez fuera de este cuarto de encierro, llegamos a Largo camino al amanecer, una cinta que contrastó a su antecesora por su iluminación natural. Arellano presentó una película con una estética equilibrista ‒en tanto que a lo largo de la obra se balancea hacia uno u otro lado‒, pues, por una parte, contiene imágenes sosegadas y semicontemplativas y, por otra, un contrapeso narrativo que aborda la maternidad extraviada de Sara (Cecilia Gabriela Ramírez). Es decir, es un filme en el que lo que se muestra en pantalla es apenas un ápice de lo que trata de contar. Quizá aquí subyace uno de sus defectos, ya que es una obra que intenta ser narrativa, pero que, por desgracia, no logra su cometido porque se concentra en conseguir planos metonímicos que no terminan de concretar su significado en la historia. Esto condujo a que incluso durante la ronda de preguntas y respuestas el director tuviera que explicar de qué se trató la obra. Ahora bien, Largo camino al amanecer muestra la circularidad del tiempo en el intento de recuperar lo perdido por parte de Sara y las (im-)posibilidades de acción que permiten el recuerdo y lo onírico ante la violencia.
El programa se diversificó al presentar Solo los muertos saben (2024), de Andrés Alonso Ayala, un documental que oscila entre lo observacional y lo poético al plantear los conflictos generacionales que se dan sitio durante las celebraciones del día de muertos (2 de noviembre). El director intercala fotografías antiguas de estas festividades en diferentes pueblos originarios con imágenes contemporáneas de asistentes a los panteones mientras suben historias de los sepulcros a sus redes sociales. Aun cuando las tensiones son evidentes y es necesario indagarlas, Ayala no lleva a buen puerto estos contrapuntos, porque el cortometraje carece de profundidad y se concentra en emitir juicios morales motivados por la cuestión etaria. De ahí la enorme distancia entre el documentalista y lo que está tratando.
De vuelta a la ficción, Tazas de té y galletas (2024), de los directores José Alberto Saborit y Alonso Valdez Ibarra, es el filme más canónicamente de terror de todos los mencionados hasta ahora. Se trata de un thriller psicológico muy influenciado por el cine de horror estadounidense y europeo contemporáneo, sobre todo en el aspecto pictórico y el modo como relata la historia de Abraham (Jesús Hernández) y Consuelo (María Luisa Morales), un matrimonio envejecido que vive en medio del bosque al puro estilo de Cabin Fever (2002), de Eli Roth. Los directores retoman el valor de la iluminación cálida como un medio de expresión de lo idílico tenebroso, una contravención del unheimlich freudiano que ubica en los espacios íntimos y apacibles ‒de ahí el título del cortometraje‒ lo monstruoso que atenta contra los personajes.
En este caso, lo que amenaza a los esposos viene del interior de uno de ellos: Abraham se encuentra convaleciente en una cama de hospital, víctima de una enfermedad mortal que le provoca alucinaciones. De hecho, lo que vemos no es otra cosa sino esas pesadillas que tiene el anciano momentos antes de morir, cuyo protagonista es un ser monstruoso (Zahara Rahjaid Saldaña), metáfora de la enfermedad que se avecina sobre ellos. En estos sueños Abraham es incapaz de gritar y se tiene que limitar a ver cómo la criatura despedaza a su esposa. La inhabilitación de la voz y la atmósfera sofocante hacen de Tazas de té y galletas una obra importante dentro del cine mexicano actual, en cuanto a que tiene como protagonista a la vejez y evidencia las circunstancias que la vulneran desde diferentes ángulos, desde el económico, familiar y psicológico, hasta el interpersonal y de salud.
El segundo programa culminó con La Pecera (2023), de Victoria Garza, una película con un fuerte valor de protesta ante la situación actual de violencia hacia las mujeres. El filme está inspirado libremente en Tlazoltéotl, deidad prehispánica de la suciedad, la inmundicia, el adulterio y el amor carnal. Esta diosa transita los tiempos actuales de la Ciudad de México en forma de una mujer joven (Ari Cigarroa) cuyo atuendo consiste en una especie de vestido hecho a base de plástico para emplayar o envolver, y un maquillaje grumoso mezcla de lodo y otros fluidos corporales. Sin emitir sonido alguno, tambaleante y con un pez embolsado como compañero, Tlazoltéotl deambula por las avenidas de la ciudad hasta que llega a una calle larga que es escenario del trabajo sexual. En ella se encuentra “La Pecera”, un burdel cuya característica principal es que en la fachada tiene un aparador en el que exhibe a las trabajadoras del lugar. Aunque al principio se muestra desconcertada, la diosa encuentra ahí su lugar idóneo. En su película, Garza denuncia la explotación del cuerpo femenino por parte de los hombres a través de la recontextualización de un relato mítico que hasta no hace mucho tiempo permanecía velado de la literatura canónica prehispánica.
Con este filme llegamos al final de los programas especiales de cortometrajes mexicanos que formaron parte de la edición de Macabro de este año. Como mencionamos tanto al comienzo de esta nota como en la entrada anterior, el cortometraje mexicano de ciencia ficción y terror actual posee una amplia variedad de formatos, motivaciones y estéticas que, en su mayoría, contribuyen a dialogar críticamente en torno a las problemáticas que nos aquejan como sociedad. Asimismo, varios de los cineastas dejaron algunas de sus cartas sobre la mesa. Esperemos a que en un futuro no muy lejano nos dejen ver parte de su juego completo.
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