LS83


Por Pablo Gamba 

LS83 (Argentina, 2025) fue parte del Vecine, el festival de cine del barrio de Villa Crespo, en Buenos Aires, que se destaca por la convergencia del perfil comunitario y de cine contemporáneo en su programación. El documental de Herman Szwarcbart se estrenó en el BAFICI, donde ganó el Gran Premio Ciudad de Buenos Aires y tuvo una mención en la competencia argentina. 

Vuelve el cine al archivo a buscar lo que desestabiliza las historias oficiales en LS83. El título viene de la identificación del canal 9 de la televisión argentina. Szwarcbart trabaja con materiales del noticiero, del período 1973-1980, cuando aún se utilizaba soporte fílmico al reportear, restaurados por el Museo del Cine de Buenos Aires. Son años que comprenden la dictadura de 1976-1983, pero también la estatización de las principales televisiones, entre ellas LS83, en 1974. Siguieron siendo del Estado bajo el régimen cívico-militar. 

Estos documentos históricos, inéditos en su restauración, se conjugan en esta película con la lectura de fragmentos del libro Me acuerdo (2020), del escritor Martín Kohan. Esta narración en voice over es dominante en la forma fílmica. El resultado es una articulación de las imágenes del noticiero sobre la base de un relato autobiográfico de infancia que cubre los mismos años, relatado en primera persona, cuya singularidad está en que sigue detalles de la vida cotidiana y no hechos del contexto nacional. 

Esto produce una tensión entre lo que cuenta Kohan y su trasfondo histórico. Su correlato en la imagen son los muchos planos que hay tomados de notas de un canal que no podía informar sobre aquello con lo que hoy asociamos principalmente a la dictadura. Vemos muchos chicos jugando en parques, por ejemplo, actividades sin ninguna relevancia en las escuelas. También otros sucesos sociales triviales, imágenes de felicidad en tiempos de represión. 


La aparente normalidad del relato en voice over apenas la atraviesan detalles sueltos, sintomáticamente desconectados, como un disco prohibido en casa o el traslado de un pariente a declarar en una averiguación, que preocupa intensa pero brevemente a la familia. El más significativo es el “juego” adolescente de Kohan y un amigo, que cuenta que secuestraron a una niña y cobraron rescate. Son huellas de la violencia fuera de campo, mientras que los conflictos explícitos en la vida de la familia judía y de padre admirador de Stalin, aunque sin militancia, son los propios de fricciones triviales tanto dentro de esa comunidad como con su entorno gentil, por las expresiones de antisemitismo. 

No es reveladora en esto LS83. La vida cotidiana en este período, y en particular cómo la violencia se naturalizó en el marco de la normalidad para la clase media, ha sido tema de un libro reciente, por ejemplo: Los años setenta de la gente común (2021), de Sebastián Carassai. Pero cuando de eso pasamos a la complicidad, la película se vuelve escalofriante. Ver los grupos reunidos a los costados de la ruta en los tránsitos en caravana oficial del primer jefe de la junta, Jorge Rafael Videla, para vitorearlo en los comienzos del régimen, nos recuerda que los que apoyaron el genocidio de 30 000 desaparecidos que se cometía no fueron solo empresarios, como los propietarios de los diarios congregados en la inauguración en 1978 de Papel Prensa, en 1978, ni los rancios jerarcas de la Iglesia Católica que sermonean contra el comunismo. 

Tampoco es esta complicidad, sin embargo, tema original en el cine argentino. Tenemos su descubrimiento por la protagonista de La historia oficial (1985), de Luis Puenzo, como el ejemplo más notable. Por eso, lo más interesante de LS83 está cuando del paralelismo entre las imágenes y el relato de Kohan pasamos al contrapunto desfamiliarizador. Muestra de ello son las pocas imágenes de conflictos que hay al comienzo, sin ninguna pista que aclare lo que sucedió para el espectador o espectadora. Puede activar su memoria personal o familiar, o la inquietud de enterarse de otro modo de lo que pasó, o hacerse cómplice una vez más, en el presente, con su indiferencia. 

Opera en esto un dispositivo característico del cine contemporáneo, que es el vaciamiento discursivo, estimulador en casos como este de una observación atenta de la imagen porque no se presenta como ilustración de lo que nos informa la voz. Encontramos una analogía en el relato de Martín Kohan, el cual consiste en una sucesión de anécdotas que no conforman una historia que las trascienda al hacer de ellas episodios, ni componen tampoco una descripción reveladora de la vida de la comunidad judía por las singularidades que distinguen a la familia. Cada anécdota cobra interés por sí misma en el contexto de una vaga construcción de lo que abstractamente sería “infancia” y por referencia, también, a otra noción de sentido impreciso “sectores medios”. 

La desfamiliarización hace también que al general Videla, así como al almirante Emilio Massera, integrante de la junta militar, y el general Leopoldo Galtieri, que también fue presidente, los veamos en contextos que estimulan la observación atenta de estos personajes históricos. Cobra relevancia así, por ejemplo, la expresión no verbal de Videla, el nerviosismo que lo atraviesa en todo momento y lo delata como el criminal que era en la conducción del Estado. También su mediocridad, su incapacidad de hablar en público, la simple estupidez ante la cual reacciona elocuentemente Ernestina Herrera de Noble, copropietaria y directora del diario Clarín, en un breve instante que quién sabe si salió al aire, la pena ajena que causaba Videla entre la burguesía. 


La trivialidad de sus intervenciones invita también a que la mirada se aparte de Videla y vague por el plano. Se descubren así personajes más interesantes a su alrededor, principalmente los siniestros guardaespaldas, de miradas que infunden verdadero terror aún hoy, pero de ojos que también expresan el agotamiento, el límite físico de su degradación humana como represores explotados. En contrapunto, el rostro de un simple mozo captado por casualidad, su expresión indescriptible ante la inesperada cercanía de Videla. 

Lo más inquietantemente lúcido de LS83 está en el paralelismo que podemos encontrar entre la mediocridad de los que tomaron por asalto el Estado para llevar a cabo, con métodos criminales, una política de exterminio, y lo que Kohan cuenta con ironía de sus padres, que siempre compraban productos de segundas marcas, que solo accedían a lo que en el mercado se presenta como la opción mediocre pragmática. Los más sanguinarios gorilas de la historia argentina se presentan como el recurso análogo de la burguesía, la dictadura como segunda marca del sistema. El descalificado vaciamiento muestra así todo su poder revelador político en este documental.

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