Una casa con dos perros
Por Pablo Gamba
Una casa con dos perros (Argentina, 2025), primer largometraje como director de Matías Ferreyra, es una de esas películas latinoamericanas de discreto recorrido por festivales que quizás merecen más atención. Se estrenó en Cinélatino, en Toulouse, donde ganó el premio de la crítica internacional (Fipresci), y estuvo en la competencia argentina del BAFICI y en el Festival de Cosquín, en Córdoba, provincia argentina de cuyo cine emergente es parte. La comentamos después de su paso más reciente, en competencia, por el Festival de Lima.
Hay una cierta fatiga de realismo en el cine latinoamericano contemporáneo, con referencia en particular al agotamiento de la poderosa influencia del segundo nuevo cine argentino, el de comienzos del siglo XXI. Una casa con dos perros responde a eso con la desestabilización de la recreación realista de un ambiente atravesado por la crisis de 2001 en Argentina, cuya manifestación espectacular fue el colapso del régimen político con la renuncia el presidente y el desfile de otros tres funcionarios por el cargo a lo largo de una semana, antes de encontrar un remplazo duradero, después de disturbios que el decreto de estado de sitio no sofocó sino lo contrario. Hubo 39 personas asesinadas por la represión del llamado “Argentinazo”.
El trasfondo de esos hechos fue una situación social de desastre en la que el desempleo llegó a ser de más de 18 %, y se decretó un recorte de salarios de empleados públicos y jubilaciones de 13 %. El 1.° de diciembre, mes del estallido, se había establecido una fuerte restricción a los retiros bancarios. Las centrales sindicales declararon una huelga general, hubo saqueos y los participantes en las protestas se autoorganizaron en asambleas populares. “Que se vayan todos” era la consigna con referencia al Gobierno, al Congreso, a los partidos del sistema, a todo eso.
En la filmografía de ficción argentina en torno a la crisis de 2001 y sus antecedentes, que se extiende desde Pizza, birra, faso (1998), de Israel Adrián Caetano y Bruno Stagnaro, hasta La odisea de los giles (2019), de Sebastián Borensztein, Una casa con dos perros se hace un lugar propio por el trabajo con el espacio, con un microcosmos que refleja en los habitantes de una vivienda grande y laberíntica la crisis nacional. Podría vérselo como expresión de “realismo traumático”, recurriendo al término acuñado por Stuart Hall, en especial por la fuente lacaniana que refiere al “encuentro fallido con lo real”.
Diciembre es mes de verano en Argentina, y en torno al calor y el letargo se construye una atmósfera correlativa a la falta de trabajo y de vivienda. Tiene un inquietante aspecto desfamiliarizador en los desplazamientos de una familia por las diversas partes de la casa de la abuela en la que se instala. Recala allí después de haber tenido que dejar un departamento compartido con otra familia, primero en el garaje, después en un local comercial que es parte del laberinto de la casa y en las habitaciones, como una progresiva ocupación.
El sopor y el sueño dan licencia para hacer borrosa la distinción entre lo real en la ficción y lo extraño, que se inserta sin solución de continuidad en lo cotidiano como es característico de la versión rioplatense del género fantástico. Otros dispositivos claves en este sentido son la focalización variable y la inestabilidad mental de Tati, la abuela, de la que se hace cómplice Manuel, un nieto que se vincula extrañamente con ella. También la presentación insólita de los personajes, como la de Manuel en la secuencia inicial, y la de la abuela, acostada sobre una mesa. Los planos de nubes que se reiteran me parecen metáforas de las transmutaciones de lo real.
Encuentro en esto una lúcida manera de llevar al cine esa sensación de pérdida de realidad que acompaña al desempleo prolongado, con la que también se corresponde, por la lasitud del calor, el estado de los cuerpos. Súbitamente recupera su vitalidad el padre con la decisión absurda de comprar de un auto con una parte de los ahorros que la familia conserva sin destino cierto, pero vinculado con la ilusión de volver a tener una fuente de ingresos. Lo que parece revivirlo es un intento loco de aferrarse a su pasado de clase media.
La desfamiliarización se hace extensiva a las decisiones y los conflictos que surgen entre los integrantes de la familia, pero también a la permanencia y desplazamientos de otros personajes por la misma casa y a los perros del título. Sensorialmente, hay ruidos que son un tópico en torno a las casas con fantasmas. Es la borrosa distinción entre lo imaginario y lo real lo que les da expresión visible. En las características extrañas de uno de esos personajes hay una clara referencia al surrealismo, al cine de Luis Buñuel en particular. Son otros dispositivos con los que la atmósfera de crisis adquiere una expresión concreta sorprendente, y original también, frente a los lugares comunes en torno al 2001, como las noticias en la televisión y un cacerolazo.
La tensión del relato se mantiene sobre un suspenso que construye la falta de continuidad de diversas líneas narrativas. Comienzan a abrirse desde el comienzo, en una decisión que toma el padre después de detener en la ruta el auto en el que viajan, sin saberse todavía hacia dónde. Otra es el travestismo de Manuel y su curiosidad sexual por los varones. Al final, la tensión cobra una expresión formal significativa, cuando de la representación fragmentaria del espacio interior de la casa pasamos a un largo travelling que recorre el laberinto.
Señalé como antecedentes del cine de la crisis de 2001 películas que se remontan a 1998. Esto me hace pensar en la capacidad profética de la ficción que, en el caso de Una casa con dos perros, podría apuntar hacia la súbita precipitación de nuevo de la economía, y la situación social y política hacia el colapso en la Argentina de la actualidad. Es lo que explicaría la representación de las protestas como fondo de la historia en la película. Si fueron las que cambiaron la historia del país en el pasado, hoy es una potencialidad que todavía no se expresa.
Pero no puedo dejar de terminar, por eso mismo, comprando Una casa con dos perros con una película que ha hecho algo distinto, en la que lo fantástico es eje de la imaginación utópica de otra realidad posible, la de la resistencia que falta. Me refiero a la todavía no suficientemente bien valorada Ciudad Oculta (Argentina, 2024), del colectivo Antes Muerto Cine, dirigida por Francisco Bouzas, sobre la que también publicamos una nota en Los Experimentos.
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