Amor
Por Pablo Gamba
En la competencia de cortometrajes latinoamericanos del Festival de Valdivia se estrenó Amor (Chile, 2025), de Javiera Cisterna. Es su cuarta película, según el catálogo del festival y el sitio web Cinechile. Entre las anteriores figura Agua del arroyo que tiembla (2021), sobre la que escribimos en una nota de Los Experimentos.
Amor se presenta como la primera pieza de un proyecto de más largo aliento, una serie titulada Reír al sol en la que la cineasta trabaja con el escáner. Diría que se inscribe también en el cine experimental latinoamericano que se ha hecho en diálogo con obras y autores conocidos internacionalmente. Ha sido este, por ejemplo, el camino de los cineastas argentinos Narcisa Hirsch y Claudio Caldini en las respectivas Come Out (1971), que responde a Wavelenght (1967), de Michael Snow, y a la obra sonora de la que toma el título (1966), de Steve Reich, y Gamelán (1981), que dialoga con la música de Reich y con La región central (1971), de Snow ‒aunque Caldini asegura que no la había visto antes‒, así como también con el citado corto de Hirsch.
La principal referencia parece ser aquí What Places of Heaven, What Planets Directed, How Long the Effects? (2013), mediometraje de David Gatten, por lo tocante al interés en la exploración con el cine de la palabra escrita, manual e impresa; de la tensión entre su materialidad, y su capacidad de significar y producir poesía y conocimiento, e incluso su poder de crear, dar vida y cambiar el mundo al que refieren la metafísica del verbo y el amor del título.
El escáner es una herramienta ideal para la captura de lo impreso. Se conjuga con esto el uso de recursos electrónicos para distorsionar las imágenes. La película de Cisterna indaga así en los bordes de lo sensible y lo inteligible, búsqueda característica del cine experimental contemporáneo. Pero también en el uso del ruido visual para construir sensorialmente una desestabilización que refiere al estremecimiento de la palabra hecha verbo y la fuerza del amor, que también está atravesado por la fluctuación de las emociones en el corto.
Desde el comienzo apreciamos como el flicker ‒el parpadeo del cine experimental estructural‒ interfiere la capacidad de la palabra de articular el cosmos, así como el desencuadre dificulta la legibilidad de los textos. Pero no se libra esta pieza de lo lingüístico como de una pesada cadena ‒una aspiración característicamente postestructuralista‒. Lo que ocurre aquí es algo diferente: se desencadenan poéticamente en la materia los poderes mágicos del verbo, invocados con el uso alternativo de los recursos que hoy pone al alcance de los cineastas la tecnología electrónica.
También se inclina Amor en dirección a otros intereses característico del cine experimental contemporáneo, y que son la botánica, el paisaje y la condición de territorio, de lugar de la raigambre, a la que refiere el motivo de la tierra. Cisterna explora las formas vegetales y las relaciones con la tipografía ‒como hay géneros y especies de plantas, hay familias de letras‒. Es algo que tiene una dimensión puramente formal pero que se extiende a la pregunta acerca de si pueden hallarse en esto indicios de una razón que trasciende la humana y que sea, en este contexto poético, otra evidencia del verbo creador del mundo.
En los ruidos de la naturaleza y de la vida hay un llamado a la imagen ‒cuya transparencia aural ilusoria distorsiona al final un loop‒ que encuentra respuesta en paisajes fragmentados y distorsionados. El texto del comienzo ‒sometido en su legibilidad a la tensión del flicker, como dije‒ tiene una dimensión cósmica, pero refiere también a un paisaje. Hay planos distorsionados de manos que transmiten un anhelo de lo real como búsqueda de lo táctil. Pero no invocan lo que entrevemos del mundo sino ese otro mundo que quizás podría abrirse con el estremecimiento del verbo y el amor.
Hay también en esto referencias que vienen de afuera, con las que la película de Javiera Cisterna establece otro diálogo. Diría que lo latinoamericano de Amor se expresa en esto, aunque parezca una paradoja. Se conforma así otro “centro” del mundo, como punto de confluencia de diversas apropiaciones en la periferia. Se trata de un cine de filmotecas o videotecas, hecho por cofradías, sociedades cuasisecretas de iniciados en el conocimiento del cine experimental, descripción que quizás podría hacerse del cine club La Región Central que formaron Javiera Cisterna y Francisco Rojas en Santiago en 1922.
Encuentro algo análogo en esto al pensamiento y la literatura barrocas que han nacido y nacen de las bibliotecas latinoamericanas. Pero no es el poderoso encuentro con la cultura y la realidad propias que ha conformado y conforma otros cines experimentales de América Latina, en especial hoy el de México, aunque quizás hay referencias visuales que se me escapan por no ser chileno.
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