Las corrientes
Por Pablo Gamba
El tercer largometraje de Milagros Mumenthaler, Las corrientes (Argentina-Suiza, 2025), llegó al Festival Internacional de Cine de la Universidad de Buenos Aires (FICUBA) después de haber sido estrenado en la competencia Platform del Festival de Toronto y haber disputado la Concha de Oro en San Sebastián. La cineasta argentina, que se exilió en Suiza con parte de su familia por la dictadura cívico-militar de 1976-1983, ganó el Leopardo de Oro en Locarno por Abrir puertas y ventanas (Argentina-Suiza-Países Bajos, 2011) y compitió allí también con La idea de un lago (Argentina-Suiza y otros países, 2016), entre otros festivales.
En Las corrientes Mumenthaler pone en tensión un dispositivo recurrente en la modernidad fílmica, la que David Bordwell llama “situación límite”. Es una crisis que pone en juego el sentido de la vida y que altera, en consecuencia, la manera de actuar del personaje que la atraviesa, entre cuyos comportamientos característicos está la deriva. Personajes en situación límite hay varios en el cine de Antonioni. Otro es el director de cine Guido en 8 ½ de Fellini.
Establecer la continuidad de lo autoral en una obra cinematográfica como la de Mumenthaler, con casi diez años transcurridos entre esta película y la anterior, puede ser aventurado, pero el duelo de Abrir puertas y ventanas quizás podría ser calificado de situación límite de este tipo. La cuestión es que en Las corrientes se escamotea información acerca de qué podría haber llevado a ese punto a Lina (Isabel Aimé González Sola), una profesional en el apogeo de su carrera que, después de ganar un premio en Suiza, se tira al agua de un puente.
Hay un problema allí porque, si no se aclara bien la causa de la crisis, podría parecer simple locura o dar pie a explicaciones basadas en convenciones del terror, con lo que ha jugado Roman Polanski en su cine. Cabría preguntarse, por ejemplo, si en El desierto rojo (1965), de Antonioni, hay suficiente información para entender a la protagonista o está principalmente en el contexto de inquietudes de la época en torno a la alienación hoy desestimadas. En cualquier caso, el espectador o espectadora se preguntará por qué le pasa lo que le pasa a Lina.
Podemos inferir algo sobre la base de síntomas relacionados con el agua. Después de recibir el trofeo, vemos a Lina lavándose la cara, lo que introduce sutilmente este motivo antes de que sea evidente. Se lanza después a una de esas características derivas por las calles antes de hacer lo que es claramente revelador de que algo anda mal en ella. Desde antes de regresar, y ya de vuelta a su casa, en Buenos Aires, Lina se va a resistir a bañarse si no es con toallitas húmedas o una esponja, lo que refiere al chorro de agua de la escena del baño, e incluso a bañar a su pequeña hija. Sus derivas continúan. En una abandona el trabajo, en otra una reunión social, en otras la casa.
Como en La idea de un lago, donde un viejo Renault que se convierte en personaje, hay un deslizamiento en Las corrientes hacia lo onírico y la fantasía, además. Se da de otro modo característico de la modernidad de los nuevos cines de los cincuenta a los setenta, recurriendo a un realismo en el que no hay solución de continuidad con la percepción subjetiva del mundo, que puede ser alterada por la crisis, y los sueños o lo delirante, inclusive.
Esta desestabilización del registro inicial, que incluye grandes planos generales que ubican a la protagonista en un contexto real y que transmiten, así, objetividad, la comenzamos a percibir en su primera deriva auditivamente, por la vía de la música y los ruidos. Después se hace visual y se va intensificando de modo correlativo a la crisis que lleva a Lina a comportamientos extravagantes como hacerse bañar y lavar el cabello fuera de horario por una amiga peluquera bajo anestesia general, por ejemplo. Se llega al clímax de esto en una escena de madre e hija el que Las corrientes da un giro aún más sorprendente, hacia tópicos de una fantasía que se asocia con lo infantil, bellamente lograda, sin embargo, y que por ser compartida allí desestabiliza la impresión de que se trata de la manera de percibir el mundo de la Lina en crisis.
Hallamos, en consecuencia, también un desarrollo de la forma fílmica como deriva. Se va expandiendo a partir de su correlato implícito con el estado psicológico de la protagonista hasta alcanzar una clara autonomía relativa en la escena de la madre y la hija, anticipada sutilmente por la música extradiegética y su conexión con lo alucinante. En esto también Las corrientes deriva de los tópicos de los nuevos cines ‒esa modernidad primera‒ a la que Isaac León Frías llama “segunda modernidad”, la contemporánea. Nos encontramos ante una película mutante de hoy.
Hay otros motivos que son presagios que llevan a asociarlos simbólicamente con el estado de Lina, como el callejón oscuro que atraviesa en la caminata que termina en el puente, que tendrá un correlato en la oscuridad de la que se rodea su madre cuando la visita en Buenos Aires, en una escena que plantea problemáticamente el tema de la locura. Pero cuando la música entra en juego, y también esa otra abstracción clave del argumento que es interés de Lina por los mecanismos sin utilidad en su trabajo como diseñadora, pasamos a algo diferente, y definitivamente estamos en otro lugar cuando la luz que rompe la oscuridad desplaza a la sombra como símbolo en la fantasía de madre e hija.
He escamoteado hasta ahora la explicación que da Lina de lo que le pasa. Me parecía imprescindible llegar hasta aquí antes en el análisis para poder entenderla en su correcta dimensión, que es poniéndola en relación con todos esos otros elementos del argumento. Dice la protagonista que, al arrojarse al agua, tuvo una experiencia con las corrientes que fue trascendental para ella, como un dejarse llevar al que se resistió al recordar a su hija.
La manera como esto podría aclararlo todo en la historia es motivo por sí mismo de sospecha, porque la película no se presenta como fácil de entender. El verdadero punto está en la desestabilización de los presupuestos en torno a las corrientes psicológicas, algo así como el lugar común del inconsciente, por la autonomía que van cobrando la deriva formal, las corrientes de la forma fílmica, y otras implicaciones, ontológicas, por lo tocante a la dispersión del personaje. Nunca queda del todo claro qué es exactamente lo que hace Lina, su identidad laboral, e incluso su nombre está compuesto por dos partes con las que unos y otros la llaman “Cata” y “Lina”.
Esto me lleva a recordar el título del lejano primer largometraje de Milagros Mumenthaler: Abrir puertas y ventanas. Aquí la apertura se expande: de abrir la mente se trata, hasta hacer incluso que se disuelva el personaje tal como lo entendemos con referencia a presupuestos psicológicos clásicos y modernos. Las corrientes es una película ambiciosa, en este sentido, pero se agranda en esa dirección en la misma medida en que achica otras inquietudes pertinentes, como las que plantean las diferencias sociales entre la madre de Lina, su amiga y ella, como mujer exitosa y casada con un marido de buena posición, o la cuestión de la alienación relacionada con el “éxito”, que no es desestimable. El camino de la segunda modernidad parece aquí huir hacia adelante sin resolver algunas buenas preguntas que nos dejó como herencia la primera.
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