Nueve diferentes matices de un mismo color

 

Por Pablo Gamba 

En el festival Cámara Lúcida del Ecuador está Nueve diferentes matices de un mismo color (Chile-España, 2025). Es un film ensayo de largo metraje de Carlos Vásquez Méndez que se estrenó en el Festival de Jeonju en marzo. El cineasta y artista es conocido principalmente por su ópera prima como director, [Pewen] Araucaria (España, 2016), que ganó el Premio Joris Ivens en Cinéma du Réel, y por la codirección con Teresa Arredondo de Las cruces (Chile, 2018), mención especial en la competencia internacional del FID de Marsella. 

Nueve diferentes matices de un mismo color se hizo de forma completamente independiente, según el realizador, y trata de su relación con un territorio, el de la comunidad Queule-Captrén, integrada tanto por pewenches (indigenas) como por winkas (criollos), en el Wallmapu, Chile. Se filmó cerca del volcán Llaima, de su cara Sur, desde una ventana aunque moviendo la cámara de modo que no solo se filmó a través de ella sino también enfocando hacia el interior y la mesa de trabajo del cineasta. Una referencia ineludible es ¡Silencio! (Tishe!, Rusia, 2003), de Victor Kossakovsky, pero el giro de la ambientación urbana de esa película a la rural aquí las confronta. 

Vásquez Méndez sostiene que no se desplazó más de tres metros alrededor para el registro de la banda de sonido, salvo en la parte final. La pieza se sostiene sobre la base de la tensión entre esta restricción y la expansión de la experimentación formal y de las reflexiones en torno al paisaje, la imagen fílmica y fotográfica, consideraciones históricas, geográficas y geológicas con relación al lugar, y el autorretrato y la autobiografía. Esto hace de Nueve diferentes matices de un mismo color una singular obra del cine paisajístico en boga en la actualidad. 

Refiere su búsqueda también a la tradición estructural-materialista, que se interesa por las tensiones entre los aparatos, los materiales y los procedimientos cinematográficos, y aquello hacia lo que se dirigen para producir las imágenes y sonidos. Se desfamiliariza y problematiza así lo que se presenta como “transparente” en el cine, no solo en calidad de “copia” de lo real sino incluso como fantasía. “El gesto estético surge de la ficción entre el anhelo y la realidad”, sostiene el personaje del cineasta como narrador en voice over de la película. 

Hay un intensísimo trabajo de exploración técnica en Nueve diferentes matices de un mismo color. Vásquez Méndez usó dos cámaras; tres tipos de película de 16 mm, dos en color y una en blanco y negro, de marcas diferentes, y una amplia diversidad de lentes, además de equipos de sonido, todo esto manipulado por el mismo realizador. Detalla esto en una lista, al final, pero no incluye allí otros dispositivos que también se hacen parte de la óptica, interfiriendo la imagen. 

Es significativo también cómo introduce lo narrativo en el paisaje, siguiendo en esto la tradición de James Benning. Por lo tocante a la historia y otros aspectos de la reflexión sobre el territorio, lo hace a partir de detalles de la imagen y el lugar, lo que les da un anclaje preciso. Es un pensamiento que se expande hacia el exterior, en un sentido inverso al colonialismo, y tampoco como un dominio del espacio sino problemas en torno a la imagen y lo real. 

En el autorretrato, el cineasta destaca su “visión disonante” o discapacidad visual, que no puede percibir ciertos colores, lo que a la resistencia contra la colonización del relato histórico añade una personal, a los especialistas que lo declararon incapaz de trabajar en fotografía. Los procedimientos ópticos, en este contexto, se presentan como una analogía divertida de la optometría, como un proceso personal, también, de llegar a la imagen correcta del paisaje. 


Es un lugar común recurrir a la ventana como un dispositivo para plantear una reflexión sobre el cine. Aquí se extiende hacia la primera fotografía de la historia, la de Niépce, Vista desde la ventana en Le Gras (1827), y los comienzos del cine con los hermanos Lumière. Hace que el gesto de Vásquez Méndez tenga algo de refundacional y de la aspiración vanguardista a hacer del arte una autocrítica del arte y crítica de la sociedad en la que se produce también. Pero es un “reseteo” que se plantea aquí como un gesto desde lo restringido, lo pequeño y lo local, y esto lo confronta con el redencionismo de las vanguardias estéticas y políticas del siglo XX. 

Al final, Nueve diferentes matices de un mismo color incluye una tabla de referencias bibliográficas, como se ha venido haciendo de rigor en el cine que busca sustentarse en el pensamiento académico. En ella encontramos el ecologismo de moda, el hacer el cine “verde”, como el color que Vásquez Méndez investiga. También hay una toma de posición, por lo que respecta a los pueblos originarios, que es característica del progresismo que hoy se ataca. 

Pero más peso tienen la técnica y la historia que la especulación, que las teorías. La fantasía romántica y científica, la ciencia ficción, también lugar común en la actualidad, encuentra cabida en el argumento con El rayo verde (1882), de Julio Verne, pero para tensionar con una pasión latente la reflexión. Son detalles que también hacen apreciable a Nueve diferentes matices de un mismo color en su rareza, y otro gesto valioso ha sido el de Cámara Lúcida al programarla.

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