3000 km en bicicleta
Por Pablo Gamba
La ganadora de la competencia latinoamericana del Festival de Mar del Plata fue 3000 km en bicicleta (Argentina, 2025), que se estrenó allí. Estuvo en el Festival de Cine Latinoamericano de La Plata y se presenta ahora en Doc NYC, en Nueva York. Es el segundo largometraje como director de Iván Vescovo, después del lejano Errata (Argentina, 2012), que participó en la competencia argentina de Mar del Plata. En 2022 estrenó un corto, Resaca sangrienta (Argentina, 2022), de discreto recorrido por festivales de terror.
3000 km en bicicleta es un documental que podría haber sido polémico si se le hubiera prestado la atención que merece, pero que absorbió el festival con su fracasado intento de lograr “el renacer del esplendor”. Las ambiciones épicas no tuvieron respaldo en la selección de las competencias, según la crítica. En el contexto de ese “esplendor”, el largometraje de Vescovo se perfila como ejemplo de la audacia posible en un cine quizás que podría aspirar a insertarse en plataformas de streaming, pero sin renunciar a cierto grado de disidencia estética, moral e incluso política.
A primera vista, es un producto con gancho comercial: la película de “Iki” Iñaki Mazza, estrella del deporte extremo del ciclismo acrobático BMX que tuvo sus minutos de gloria en los Juegos Olímpicos de la Juventud Buenos Aires 2018. Allí, como integrante del equipo mixto de Argentina en la modalidad de Freestyle, compartió la medalla de oro con la dupla alemana.
Film sobre un ídolo al que rescata de cierto olvido, 3000 km en bicicleta se desarrolla del modo que indica el título y como un melodrama. Combina así los dos géneros principales que Paul Schroeder identifica en su caracterización del “melorrealismo” que insertó al cine latinoamericano en los circuitos internacionales con películas como Central do Brasil (Estación central, Brasil, 1998), pero con un estilo que se aparta del realismo estilizado de ese cine.
Después del prólogo de rigor para presentar al personaje y la que será su historia en el film, se sigue a “Iki” como en una road movie, en un viaje en su mayor parte en bicicleta BMX de la ciudad de Córdoba, en el norte de Argentina, a la localidad más austral, Ushuaia, en la Tierra del Fuego de la que es originario Iñaqui Mazza. Es una aventura romántica juvenil, además: “Iki” viaja al reencuentro con su novia de tiempo atrás, Abyss Fernández, que le manda poemas punks apasionados como mensajes de WhatsApp.
Hay un gráfico que se reitera, superpuesto a la imagen, que muestra con una línea de puntos el avance del recorrido de “Iki”; también un cuentakilómetros que cada tanto aparece en una esquina, lugares comunes de un film para espectadores de televisión, plataformas, videos de BMX y el deporte, no de cine. Son los aspectos que más profundamente se homologan con lo clásico en el estilo del modo como lo caracteriza David Bordell: “excesivamente obvio”.
Pero desde el comienzo hay secuencias de montaje que mezclan todo, superponiendo voces testimoniales en over, además. Lo “melorrealista” se conjuga así con un estilo juvenil de videoclip, inspirado también por el deporte extremo. De los gustos de la afición al BMX, Vescovo toma otros elementos que le dan a su película un aire que recuerda los míticos videos de patineteros de Spike Jonze, salvando las distancias. Son reiterados, por ejemplo, los planos de ejercicios acrobáticos en todo tipo de pistas que “Iki” encuentra en su camino, grabados por un camarógrafo que lo sigue de cerca y con un lente ojo de pez, como en los videos de BMX.
Este otro estilo se pone en tensión también con escenas de acrobacia grabadas con una cámara documentalista inestable, a contracorriente de los estabilizadores que se emplean en los videos del deporte. También con el uso de 16 mm en planos del viaje que ponen de relieve la relación del personaje con el paisaje y la conjunción de los estilos del videoclip e internet con lo más “cine” del cine, lo fílmico. El ojo de pez se extiende a la filmación de otras cosas que “Iki” y sus amigos hacen. Las integra estéticamente a un modo de vida BMX, más allá de las pistas de acrobacias.
Yo diría, sin embargo, que nunca se alcanza la síntesis del “melorrealismo” con el videoclip, los videos de Youtube y el documental. Pero esto ocurre para bien de la película, a mi manera de ver, puesto que evidencia cómo la tensión entre las partes se resiste a la armonía de lo clásico, otra búsqueda que señalaría como definitoria del estilo “melorrealista”.
Es también significativa, en este sentido, la resistencia a enmarcar a “Iki” en los estereotipos, el intento de ser documentalmente fiel al personaje. Su espíritu deportivo responde a impulsos disidentes como el de su sexualidad no binaria, por ejemplo. Se inscribe en ella su relación con Abyss, una chica que no encarna ningún estereotipo masculino de belleza femenina. La dominante es la observación del protagonista, y de los cuerpos de “Iky” y Abyss, de la fragilidad que testimonian sus dientes y huesos rotos en contraste con su aparente fortaleza, por ejemplo. El encuentro en Ushuaia claramente transmite la sensación de lo mucho que se necesitan el uno al otro, pero tiene algo extraño que desborda el lugar común de la atracción sexual de los jóvenes.
3000 km en bicicleta parece derivar también hacia las películas de pandillas juveniles en diversas partes, incluido lo que se muestra del rodaje. Parece que en Argentina está prohibido andar en bicicleta por carretera y que el vehículo que va adelante lleve la puerta trasera abierta para poder filmar a “Iki”. Un patrullero de la policía caminera que los detiene les hace una cómica síntesis diciéndoles que están cometiendo todas las infracciones posibles. Incluyen que el protagonista no lleva casco y maneja la bicicleta con una sola mano, puesto que la otra se la fisuró haciendo acrobacias por las diversas pistas del camino.
Pero las fricciones de los chicos con la autoridad no tienen otra explicación en el argumento que el “ellos son así”, una rebeldía propia de los que hacen BMX y que se extiende al consumo de hongos alucinógenos, por ejemplo. El contexto social de “Iki” solo abarca una familia dispersa, de lo que se derivó un abandono más afectivo y existencial, acaso, que social. El nivel de vida que sostiene sus travesuras y aventuras presupone, sin embargo, cierta base material de clase media, y la manera como se muestra el rodaje en la película evidencia que aún puede seguir viviendo de su fama. Pero también percibimos algo en esa filmación que se resiste a las prácticas profesionales, no solo por las “violaciones de la ley” sino en la imperfección del resultado.
Los flashes de esplendor verdadero que esta película alcanza los encuentro en los aspectos en tensión con el cine de plataformas que se oficializa en Mar del Plata. También en la resistencia al pensamiento moral neoconservador que intenta imponer el gobierno de Javier Milei en Argentina, en su capacidad de ver los cuerpos y los comportamientos no binarios tal como son, la belleza de un amor fuera de los parámetros tradicionales como el de “Iki” y Abyss. Diría, inclusive, en la resistencia al ideal de éxito del anarcocapitalismo oficialista ‒el joven “emprendedor”‒, aunque se halle descontextualizada de la realidad material en la película.
Quizás las tensiones de la forma fílmica expresan también una resistencia de Vescovo, un modo de decirle no al cine mainstream que podría haber logrado. Al menos este sería mi intento de rescatar lo valioso de 3000 km en bicicleta, recuperando la valoración positiva de lo imperfecto en la tradición latinoamericana.



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